Villahermosa.— En el Salón Chelerías, un restaurante adaptado como refugio temporal para los afectados por las inundaciones en la capital de Tabasco, viven alrededor de 26 personas. En este establecimiento, acostumbrado a la vida nocturna, pernoctan adultos y niños.

Los damnificados retiraron todas las sillas y mesas del lugar para colocar una lavadora, una estufa y las colchonetas en las que la gente pasa sus tardes y noches. Como ellos, hay otros tabasqueños que se han adaptado a vivir en iglesias, escuelas y oficinas de gobierno, que forman parte de los más de 270 refugios para los afectados.

En los adultos ha crecido la desesperación porque no saben cuándo podrán volver a sus hogares. Ellos pasan sus días cocinando, platicando y visitando —de vez en cuando— sus casas para saber si la cantidad de agua ya ha disminuido.

En el Salón Chelerías hay seis niños y niñas que, para no aburrirse, inventan cualquier juego y corren de un lado a otro.

Amelia Sánchez López tiene poco más de una semana viviendo en el restaurante porque su hogar, en la colonia Gaviotas Sur, se llenó de agua.

Ella sólo pudo rescatar la computadora de uno de sus hijos porque ahí es donde hace la tarea de la universidad.

Mientras el joven no usa la máquina, los niños y niñas se entretienen viendo películas gracias a internet que un legislador local contrató para que las familias se entretengan.

“El agua llegó de pronto y no nos dio tiempo de sacar nada, en menos de media hora perdí todo y lo único que pude rescatar fue una ropa, una tele y la herramienta de mi hijo, que es la computadora”, relata Amelia.

Para tratar de olvidarse de la situación que está viviendo, ella misma tira una colchoneta en el suelo y se sienta a ver películas junto con los menores, quienes sonríen ante cualquier persona que visita el Salón Chelerías, ubicado en avenida Universidad.

Algunas personas que están aquí planean permanecer por lo menos otros ocho días, pero piden la ayuda de las autoridades porque temen que la comida y el agua se les acaben.

En una de las esquinas del establecimiento se observan bolsas de despensa donadas por los vecinos: frijol, arroz, agua, azúcar y café son algunas de las cosas que los damnificados han recibido para subsistir.

Las cobijas son otro bien preciado en el Salón Chelerías: éstas son utilizadas para taparse y también se cuelgan para que los afectados puedan tener un poco de privacidad al dormir.

“No estamos acostumbradas a estar de aquí para allá, pero por necesidad nos debemos quedar en los albergues”, comparte Jenny Olanchan, otra damnificada. El futuro de ella y sus compañeros de albergue es una incógnita no sólo porque sus hogares siguen hasta el tope de agua, sino porque han escuchado que en los próximos días podría volver a caer una tormenta.

Pero la preocupación de Jenny no se limita a eso, también teme que sus hijos pequeños, quienes corren de un lugar a otro, se puedan contagiar de Covid-19. En el Salón Chelerías hay niños que sí tienen cubrebocas, pero otros no porque sus familias no pueden darse el lujo de comprar uno.

“Un niño va para allá, un niño se mete acá. En su casa tienen toda la libertad, pero acá no”, dice Jenny, quien critica la falta de apoyo de las autoridades.

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