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Pachuca.— La pesadilla no termina, siempre regresa al recordar una imagen o cuando los noticieros o periódicos vuelven a publicar algo. Ayer, 103 días después de la explosión en Tlahuelilpan, la tragedia estuvo tan presente como el primer día, al concluir la entrega de los restos de 52 víctimas.

Tuvieron que pasar más de tres meses para que familias de Tlahuelilpan, Tlaxcoapan, Doxey y Teltipan pudieran tener un poco de paz, esa que reconforta al saber dónde está el ser amado. Rafael Roldán así lo cree. Es hijo de Vicente Roldán Cruz, de 65 años, una de las víctimas de la explosión en un ducto de Pemex.

Platica que la incertidumbre de los primeros momentos de la tragedia, hoy —con la entrega del cuerpo de su padre— se convirtió en un dolor permanente.

Recuerda a su padre, originario del municipio de Tlaxcoapan, como un hombre trabajador. Con su esposa, atendía un puesto de enchiladas en el centro de Tlahuelilpan.

El pasado 18 de enero, sus padres atendían un puesto, cuando alguien difundió el rumor de que estaban regalando gasolina, eran días en que escaseaba el combustible.

Como a las cinco de la tarde, Vicente salió del puesto sin avisar. Nadie imaginaba que había acudido a San Primitivo, lugar de la tragedia.

La familia Roldán Cruz notó la ausencia del patriarca, casi al tiempo en que las imágenes de cuerpos calcinados eran nota en redes sociales y en la televisión. Un mal presagio los invadió y salieron en su búsqueda, comenta Rafael. Al llegar al lugar y ver la camioneta de su padre, sintió que se desvanecía.

A partir de ahí comenzó a recorrer hospitales, viviendas de amigos, calles y nada, estaba desaparecido. Dice que se les hicieron pruebas de ADN y el pasado 23 de abril, les confirmaron que el cuerpo de su padre había sido reconocido como uno de los muertos de la explosión .

El dolor no cesa. Los sentimientos son encontrados este martes: por un lado, la familia Roldán Cruz tiene la certeza que Vicente está muerto, el dolor es como si la tragedia acabara de pasar. También hay paz, atrás quedó la incertidumbre.

Rafael dice que el duelo nunca se acabará: “Hoy mi madre está destrozada, se nos ha ido para abajo física y emocionalmente, pero para eso nos tiene a nosotros y tiene su cuerpo, por fin descansará”.

El Servicio Médico Forense en Pachuca muestra un movimiento inusual. Desde el sábado pasado comenzaron a entregar los cuerpos. Las carrozas blancas y cortejos de automóviles salen del lugar. Un agente de seguridad impide el paso.

En los alrededores se ve a familias tristes, mujeres descompuestas en llanto. Ahí está la hermana de José Manuel Hernández Ángeles, quien tenía 29 años, y dejó una viuda y dos hijos: una niña de ocho años y un bebé de apenas dos meses de nacido.

María Luisa, su hermana, dice que no hay un ciclo que cerrar, con la muerte no se acaba el dolor, se aprende a vivir con él: “Ahora sabemos donde estará [José Manuel], a dónde podrá ir mi madre a rezar. Ella iba cada ocho días al terreno de la explosión, ahí realizaba un rosario, ahora tendrá otro lugar para pedir por su descanso”.

Agrega que “el dolor es infinito, nada te hace calmarlo, ¿cómo tranquilizar a una madre, a unos hijos de una tragedia como ésta?. Hay paz, pero sobre todo hay dolor. Es abrir la herida una y otra vez. Mañana su cuerpo será sepultado”, dice.

La zona sur de Hidalgo vuelve a la tristeza, las iglesias a doblar las campanas por los muertos, y los deudos a su pena. Hidalgo regresó a ese 18 de enero de tragedia, incertidumbre y desolación.

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