.— La lucha social, la defensa de la tierra y del agua, fueron las expresiones de sus antepasados; hoy, , abogada yaqui, líder comunitaria y activista biocultural, lleva la defensa de los derechos indígenas ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y organismos internacionales.

María Anabela nació en la comunidad yaqui de Loma de Bácum el 5 de agosto de 1976; es hija de Aurelia Flores de origen Yaqui y Antonio Carlón, de la etnia Mayo.

Actualmente trabaja en Indigenous People Rights Internacional (IPRI), organización mundial que protege a los defensores de los derechos de los pueblos indígenas, así como unir y amplificar el llamado a la justicia y respeto hacia ellos.

Lee también:

Anabela también es conocida como Jeka Ania, que significa mujer de voz chiquita en yaqui. Aunque ha viajado a diferentes partes del mundo, es en Vícam donde tiene su hogar y está pendiente de lo que pasa en su tribu. Foto: Javier Escibar
Anabela también es conocida como Jeka Ania, que significa mujer de voz chiquita en yaqui. Aunque ha viajado a diferentes partes del mundo, es en Vícam donde tiene su hogar y está pendiente de lo que pasa en su tribu. Foto: Javier Escibar

Su primera participación como activista fue con sus compañeros de preparatoria en el CBTA (Centros de Educación Tecnológica Agropecuaria) de Vícam, con el fin de cerrar expendios de cerveza.

Después decidieron apoyar a las autoridades tradicionales que mantenían tomado el banco Banrural, y les pidieron que les consiguieran becas para continuar sus estudios; los mandos se dieron cuenta que la comunidad yaqui necesitaban jóvenes que estudiaran carreras que reforzaran la cultura, como lingüistas, médicos, economistas, abogados, agrónomos y demás. Así fue como la hoy reconocida abogada llegó a la Universidad de Sonora.

Como estudiante era escéptica de la justicia, lo que la ley decía referente a los derechos humanos no se practicaba, por lo que consideraba que era letra muerta.

Fuera de la reserva pudo ver como se percibía a la etnia; la tribu era estigmatizada, “decían que éramos violadores de los derechos humanos, no sólo por los usos y costumbres, sino porque estábamos exigiendo nuestros derechos como pueblo.

“Esos derechos humanos que no te enseñan en la universidad, los tienes que aprender por tu propia cuenta, sobre todo cuando además eres víctima de discriminación”.

Su paso por la universidad fue duro. Anabela no se sentía diferente; sin embargo, otros estudiantes se le acercaban para preguntarle si se sentía bien, que por qué vestía de esa manera, que eso ya no se usaba.

En ese tiempo de estudiante, buscó trabajo, pero hasta para vender ropa le pidieron 70% de inglés, “pero era porque me veían con mi indumentaria tradicional, era indígena y se veía que era por discriminación”. Ello, lejos de desanimarla, la llevó años después a estudiar inglés en Estados Unidos.

En 2005 fue becada por la ONU para tomar un taller sobre derechos humanos indígenas en Ginebra, Suiza, lo cual le cambio la vida. Y reafirmó su filosofía de vida: “No hay imposibles más los que se pone uno mismo”.

Una gran documentalista

Anabela conocida también como Jeka Ania que significa mujer de voz chiquita en yaqui, trabajó en la Procuraduría de Asuntos Indígenas, fue directora del Programa de Apoyo Académico a Estudiantes Indígenas en la Universidad de Sonora de 2006 a 2007, donde realizó un trabajo de monitoreo de jaguares dentro de la tierra yaqui.

Ahora, desde 2023, junto con un grupo de mujeres, monitorea aves migratorias en Bahía de Lobos.

Desde 2013 es directora del Programa de Protección del Patrimonio Natural y Cultural del Territorio yaqui Jamut boo’o A.C., y desde hace 12 años forma parte activa y del colectivo La Marabunta Filmadora a favor de los comunidades indígenas en defensa de los territorios, la cultura, los derechos y la naturaleza.

Ha impulsado proyectos para mujeres como el Akinahua, donde realizó una investigación sobre el sistema alimentario de la tribu para crear una procesadora de pinole de trigo y maíz. Ahora varias mujeres se dedican a la venta de esos productos.

Ha impartido pláticas y disertaciones para estudiantes y catedráti cos de diversas escuelas, algunas a distancia, entre ellas la Universidad de Bonn, de Colombia, un museo en Illinois, Estados Unidos. También el año pasado participó en el Acuerdo de Escazú en Ecuador sobre defensores de derechos humanos.

Actualmente participa en una investigación del Colegio de San Luis en SLP, sobre derecho humano al agua, pueblos indígenas, pueblos vulnerables y la etnia yaqui.

También forma parte del Consejo de la Clínica Jurídica sobre los Derechos Indígenas de la UNAM.

Lee también:

Lucha global

La activista, Anabela Carlón, no sólo ha buscado visibilizar la defensa de los derechos indígenas dentro de la tribu yaqui, también mantiene un férreo activismo en diferentes latitudes.

En septiembre de 2023, la líder comunitaria participó en la marcha para reivindicar los Derechos de las Mujeres y la Demarcación de las Tierras Indígenas en Brasil.

En 2024 estuvo en Ginebra, Suiza, y alzó la voz por las etnias de México: “Los impactos de los proyectos de desarrollo sobre los derechos humanos de los pueblos indígenas, en particular de las mujeres, es el despojo. Éste no sólo es material, también inmaterial y afecta de diversas formas a la tierra, a los cuerpos, al espíritu o conciencia colectiva”, dijo.

“En los últimos diez años, dos grandes proyectos han impactado al pueblo yaqui: un acueducto (2010) y un gasoducto (2014). Ambos casos se dieron sin una consulta y con un aumento de la violencia, desapariciones, estigmatización y criminalización, además del desconocimiento del desempeño y liderazgo de la mujer en la defensa de su territorio, recursos naturales, gobierno y sistemas normativos, porque ellas cuestionan los derechos de la tierra, el futuro colectivo y defienden el espíritu colectivo”, resaltó Carlón.

También en Ginebra, este año participó en un panel alterno del Examen Periódico Universal (EPU) en el que se realiza una revisión periódica del historial de derechos humanos de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas.

Ahí se planteó que “México ha sido un gran aliado e impulsor de los derechos de los pueblos indígenas a nivel internacional, pero a nivel local no se ha hecho la reforma constitucional que reconozca como sujetos de derecho público a los pueblos indígenas, ahorita somos de interés público, necesitamos alguien que nos esté dirigiendo o asistiendo. Candil de la calle y oscuridad de su casa”, comentó la abogada yaqui.

Asimismo, recordó que cuando le tocó a México ser revisado por otros países, la mayoría de las recomendaciones eran por desapariciones de personas, de los defensores del medio ambiente o defensores de los derechos humanos, y aunque la mayoría son indígenas, estas tres capas diluyen los derechos humanos de los pueblos indígenas.

Ahora, Anabela se prepara para el próximo encuentro de mujeres indígenas a celebrarse en marzo en Nuevo México, Estados Unidos.

Resistencia ante el secuestro

Anabela comenta que puede recorrer miles de kilómetros, viajar a diferentes partes del mundo en la búsqueda de la visibilización de los derechos indígenas, pero en la comunidad Kuu Bwae (Comiendo Agave), en Vícam, tiene su hogar, donde está pendiente de lo que pasa en el interior de su tribu, por la que está dispuesta a luchar como lo hicieron sus bisabuelos, abuelos y padres.

En 2014, junto con otros integrantes de la etnia iniciaron una lucha que estuvo a punto de terminar con su vida y la de su esposo, Isabel Lugo Molina. Se opusieron a la construcción de un gasoducto que atravesaria la reserva yaqui.

Sin embargo, fue el 13 de diciembre de 2016, cuando regresaban de comprar pacas que fueron alcanzados por hombres armados que viajaban en camionetas, los bajaron de su vehículo y los subieron a otro auto. En el trayecto, la pareja no dijo nada, pensaron simplemente que les había llegado la hora por la activa lucha contra el gasoducto, el cual debido a la resistencia, estaba parado en Loma de Bácum.

Anabela preguntó a sus captores el motivo por el que se los llevaban y la respuesta fue para que transmitieran a los inconformes “que no anduvieran con chingaderas, que dejaran de hacer cosas”. Ella fue liberada, pero se llevaron a su esposo.

Después, les enviaron un documento de desistimiento a las autoridades para que retiraran la demanda de amparo que tenían en contra de la suspensión del gasoducto a cambio de regresarles a su esposo.

Lee también:

“Les dije no, no hay necesidad de que se firme porque nosotros no tenemos ninguna garantía de que nos lo regresen vivo, en cambio, si firman, tal vez nos lo regresen, pero lo van a regresar muerto… además, pues será un honor, ya habíamos platicado con mi esposo, sabíamos que estábamos metidos en un asunto grande, que puede que nos pasara algo y dije, estamos dispuestos a dar nuestra vida por la defensa del territorio”.

Con dolor e incertidumbre resistió y al sexto día apareció su esposo, ella ya había recurrido al Comité contra la Desaparición Forzada, (CED por sus siglas en inglés) desde donde se presionaba a la Cancillería de México para que hicieran algo.

“Muchas cosas que hemos aprendido de los ancestros, nos ayudó bastante, no nos dividimos y nos fortalecimos como pueblo, en aquel momento fuimos muy unidos”.

Esa lucha por la defensa del territorio yaqui terminó en victoria. El gasoducto tomará una nueva ruta, al momento se desconoce si el proyecto tiene previsto atravesar uno de los ocho pueblos de la etnia.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios