En la mañana del jueves 25 de agosto el autor e intérprete de “Ya lo sé que tú te vas” volvió a tener un fuerte arrebato de nostalgia y una extraña sensación cuando abrió los ojos en la amplia y lujosa recámara del tercer piso de la enorme casa junto a la playa en el Blü Santa Monica. Se despertó con la idea de hacer un paseo, un recorrido, por los lugares que habían marcado su vida en aquel rincón de California, principalmente en esa misma localidad de Santa Mónica y en la glamurosa y cercana costa de Malibú.

Contrariamente a lo que era habitual en él, llamó muy temprano para que lo recogieran sobre las 10 de la mañana. Todo el mundo se sorprendió del antojo sentimental del artista, que raramente hacía un llamado antes de las 12 de mediodía, pero nadie le dio mayor importancia. No era en absoluto madrugador, todo lo contrario, más bien hacía una vida de búho, consecuencia de la arritmia crónica de sueño que sufría y de su estilo de vida.

En algunas épocas que se retiraba a descansar a alguno de sus ranchos, alejado del mundanal ruido, dormía durante el día entero y se levantaba pasadas las seis de la tarde a desayunar, dos horas más tarde comía y sobre las 10 de la noche cenaba. Eso supone un trastorno completo del ritmo circadiano o reloj biológico del cuerpo que también suele mermar la salud de quienes lo padecen. En esos días salía a caminar al aire libre pasadas las 12 de la noche, y en plena madrugada, entre la una y las dos, se sentaba frente a su computadora en su recámara con las ventanas abiertas para que entrara el aire y la inspiración. Ahí mismo se ponía a escribir y a componer canciones.

Una de las fuentes que consultamos para este libro recordaba bien aquellas prácticas:

“Muchas veces que compartí con él de pronto se paraba a las dos o tres de la mañana, se ponía a buscar un papel, normalmente usaba uno de esos que suelen hallar en los escritorios de los hoteles de lujo. Entonces tomaba la plumita y se ponía a escribir. Ahí se podía pasar horas hasta el amanecer sin mostrar cansancio, se le escuchaba cómo tarareaba lo que se le venía a la mente en esos momentos. No dejaba pasar un día para terminar con lo que se había inspirado. Después de haber descansado unas horas se volvía a despertar y ahí mismo se encaminaba al estudio para plasmar en los instrumentos la idea de lo que había escrito y ese era el origen de la mayoría de las canciones”.

Ese día no había escrito nada.

Quiso arrancar temprano y hacer un amplio recorrido por los lugares que habían marcado su vida en Santa Mónica, su ciudad favorita dentro del estado, y en la vecina Malibú.

Ahí vivió durante 15 largos años en su juventud cuando empezaba a labrarse su dilatada carrera. En esos momentos hubo una sensación rara dentro de él. La escena invita a representar una especie de simbólica despedida.

Lo recogieron en la casa donde se alojaba y enfiló en dirección norte con la intención de ir bordeando el Pacífico desde la misma ladera de la playa. Ocupó el puesto delantero de copiloto. Salieron de la casa hasta la avenida Ocean y enseguida el paseo tomó la Pacific Coast Highway para recorrer en paralelo toda la costa. Sumido en un profundo silencio, contemplaba el horizonte, se mostraba muy reflexivo. Ni siquiera una suave música de fondo interrumpía la intimidad del momento.

Estaba desconectado del mundo. Pidió detenerse en el exclusivo barrio de Pacific Palisades, en el mismo sitio donde estaba la espectacular casa frente al océano que tan bellos recuerdos le traía y que por desgracia no pudo superar las consecuencias del terremoto ocurrido en la madrugada del 17 de enero de 1994, en el área norte del Valle de San Fernando con epicentro en el distrito de Northridge, suceso que se llevó por delante la vida de 72 personas y daños totales calculados en 25 mil millones de dólares.

Allí pasaron 10 largos minutos de pura contemplación sin descender del vehículo. Miraba, suspiraba, callaba. Interrumpió el silencio sólo para ordenar que siguieran la marcha hacia el norte.

Más o menos unos 45 minutos después estaban entrando al límite de Malibú y poco más adelante llegaron a las inmediaciones de la casa que hacía 16 años había vendido. Hasta allá se desplazó sin más intención que contemplarla y evocar momentos allí vividos. En aquella época le gustaba que lo subieran a Malibú en limusina, había que ver a aquellos largos y lujosos vehículos llegar enfangados cuando regresaban de Pico Rivera llenos de lodo en las llantas por aquellas vías de acceso a la lujosa propiedad. Su ubicación no podía ser más selecta, una zona residencial a la que solamente tienen acceso magnates, actores, productores y directores de Hollywood. Esta casa fue construida en el año 1991 y tenía una extensión de seis acres, con seis amplias recámaras, un amplio cuarto de huéspedes, chimenea, una alberca grande y la vista en el horizonte del Océano Pacífico. La puso en venta en el año 2000 a un precio de 6 millones 750 mil dólares.

No pudo acceder a la misma, de hecho el acceso es restringido desde la primera entrada hacia la colina que conduce a la propiedad, que se ve a lo lejos. De regreso a Santa Mónica por la misma carretera PCH que va bordeando la playa, continuó el recorrido hasta el famoso muelle de la ciudad californiana, ya muy cerca de la casa. El Santa Monica Pier es la célebre última parada de la legendaria Ruta 66, un lugar de obligada visita para todos los que se acercan a esta playa de culto al cuerpo conocida como Original Muscle Beach.

Empezó a callejear por la ciudad. Paraba en lugares que le llevaban a un flashback inmediato de tantos años de éxitos y momentos vividos, como en hoteles en los que en algún momento se quedó y restaurantes que le hacían recordar encuentros especiales. En muchos casos ya no se hallaban los mismos establecimientos, habían sido sustituidos por otros nuevos. En las casi cuatro horas invertidas en el paseo, con múltiples paradas, apenas si dijo palabra alguna, y cuando lo hizo no parecía hablar con nadie, pareciera susurrar sólo para evocar que tal edificio entonces no existía, que aquella casa está igualita de como él la recordaba de los tiempos que le tocaba caminar por esta zona o aquel establecimiento que ahora es un supermercado era antes un conocido café. Pasó varios minutos frente al restaurante The Victorian Café en Main Street, un lugar que le transportaba a una época suya pletórica de glamour en la que todo el mundo le rendía todo tipo de pleitesía. Era casi su oficina, él recuerda cómo solía reunirse allá con los empresarios y cuanto contacto precisaba en aquel entonces.

El recorrido estaba a punto de concluir, lo hizo entero sin bajarse del vehículo, en toda parada era igual, simplemente llegaba, bajaba el vidrio, se quedaba contemplando los lugares, esbozaba un gesto nostálgico, en algunos casos un suspiro, una evocación a sus memorias, y continuaba.

Ya entrada la tarde, quiso rematar su paseo en dos lugares donde, más allá de la evocación nostálgica por ser parte de sus lugares frecuentados, quería detenerse y comer algo. Tuvo el expreso deseo de que Sonia, su asistenta personal, le acompañara a las dos últimas visitas del día. Se habían convertido en parte de sus sitios favoritos en su condición de cliente habitual de la comida naturista, en uno de ellos buscaba un jugo natural saludable y en el otro un plato típico de la comida tailandesa. One Life Natural Foods, cuyo propietario es un estadounidense llamado Tony Kim, es un almacén de frutas, verduras y súper alimentos saludables situado en plena esquina en el número 3001 de la calle Main Street, a la altura del 200 de la Pier Avenue de Santa Mónica. Lo visitaba con mucha frecuencia cuando estaba en Santa Mónica. Desde 15 años atrás.

Normalmente era Pedro, un empleado inmigrante con varios años en Los Ángeles y especializado en la elaboración de jugos naturales, quien lo solía atender, en un momento dado el artista le ofreció trabajar para él, acompañándolo para prepararle jugos de manera exclusiva, pero a Pedro no le gustó la idea de tener que andar viajando y alejarse de su familia. El negocio es amplio y muy surtido en todo tipo de verduras y frutas frescas, preparan ensaladas deliciosas y saludables tipo gourmet y una amplia variedad de jugos naturales previamente preparados sobre recetas o con la opción de que uno mismo marque con una cruz los ingredientes que quiere para que Pedro o Crescencio, otro de los empleados, lo preparen. El cantante siempre pedía la misma combinación, seguía los consejos de los nutricionistas para aliviar el problema de retención de líquidos al tiempo que le ayudara a reducir peso. Así se lo reconocía a Pedro en las pequeñas pláticas que se establecían cada vez que aparecía por allá. Quería rebajar ese abdomen prominente que tanto perjudicaba a su estado general de salud. Había veces que allí mismo se tomaba un vaso de 16 onzas y otras mandaba envasarlo en los recipientes blancos de plástico de 32 onzas, el equivalente a un litro, que la tienda le preparaba para llevar.

Tal fue la frecuencia y la elaboración repetida de la mezcla, que Pedro decidió ofrecerla a sus propios clientes dentro del pizarrón del menú de jugos como “Juan Gabriel Juice”. Así luce hoy día para todo aquel que desee pedirlo.

Bajo la oferta de Green Team Combo, aparece el “Juan Gabriel Juice” con un corazón pequeño dibujado a tiza junto a las letras. En aquel establecimietno pedimos el vaso de 16 onzas de seis dólares de costo para probar este elíxir de salud. La base del mejunje, de un aspecto verdoso intenso, tono musgo, de agradable sabor, está hecha con apio, pepino, espinaca, perejil y kale, también conocido como col crespa o rizada, a lo que el Divo de Juárez gustaba añadir maca, jengibre y turmeric (cúrcuma). Una combinación rica en sales minerales y proteínas para mejorar la salud.

Al llegar allí, el artista pidió a su chofer que estacionara el carro y que tanto él como la asistente le acompañaran al lugar, un comportamiento que tampoco era normal, pues cuando llegaba a cualquier sitio en su vehículo privado él se bajaba y lógicamente lo esperaban pacientemente dentro del carro a que volviera. Ese día no quiso que fuera así. Al llegar ordenó tres jugos.

—Cada quien tiene su jugo, así que tómenselos mijitos porque ustedes tienen que estar sanos y estar bien—, les decía a ambos mientras les servían la pócima natural.

Estaban disfrutando sus bebidas cuando un joven afroamericano lo reconoció, algo que a priori no es tan normal, pues no es el tipo de público que lo sigue. Sin embargo cuando le preguntó si era Juan Gabriel y él asintió, el muchacho casi se desmaya de la emoción. Le pidió una fotografía, lo abrazó y se fue tremendamente feliz con su foto.

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