San Sebastián.— Precursor en la interpretación de papeles reservados a hombres blancos en el ballet, el cubano Carlos Acosta es conocido por haber sido el primer Romeo negro del Royal Ballet de Londres y recibió una medalla de la reina Isabel II.

Sin embargo, este cubano de 45 años que ha llegado a lo más alto del ballet mundial desde los orígenes más humildes de un barrio de La Habana, confiesa que nunca quiso hacerlo y reconoce abiertamente que fue su padre quién lo obligó.

Reconciliado con el hombre que dirigió por la fuerza su vida pero lo convirtió en lo que es hoy, Acosta no olvida su deuda con la Cuba que le dio la oportunidad de entrar en un mundo de élite siendo un muchacho pobre y trabaja en el país becando a niños que necesitan una oportunidad.

En entrevista en el Festival de San Sebastián, donde presentó Yuli, el filme de Icíar Bollaín en el que se interpreta a sí mismo, Acosta habló de sus comienzos, la relación con su padre y la superación progresiva del racismo en la danza internacional.

Sobre cómo el racismo marcó su vida, señala: “Viví el racismo desde el seno de mi familia, porque toda la familia por parte de mi madre eran blancos y la de mi padre, negros. Por ejemplo, de niños, escogían a mi hermana blanca para ir a la playa de Varadero.

“Mi papá me hizo consciente de lo que era ser un negro en la sociedad pero me puso en un mundo blanco como era el ballet. En el Royal Ballet éramos dos bailarines negros de más de 80, era como un cupo. El racismo existía donde quiera que fuéramos pero hemos evolucionado y ahora se ve más al conjunto de la sociedad representada en el escenario”.

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