Renée Zellweger

sonríe y todo mundo se detiene a verla. Lo hace como si no acabara de ganar un

Es la mejor actriz del año y con razón: interpreta su papel de la que no lo sabe. Su estatuilla está al frente, pero prefiere sostener un bolso blanco que combina bien con su vestido ceñido brilloso, como ella.

La fiesta del Oscar no da hambre a los famosos
La fiesta del Oscar no da hambre a los famosos

Renée Zellweger. Foto: AFP

Su Oscar sobre la mesa imita a cualquier objeto, es lo opuesto a Renée, por inerte. La rubia se pavonea sin pretenderlo: se levanta, da la vuelta y regresa a la conversación. Alguien podría hablarle si no fuera porque está rodeada de tres que, con seguridad, la resguardan.

Tampoco está prohibido conversar con famosos, es sólo que en las fiestas de Hollywood , la gente tiende a fingir que no los conoce, por eso sólo algunos osados sacan un celular y muy pocos, prácticamente nadie, piden selfies. Además, deberían cazarlos, muchos no van o permanecen por lapsos para continuar su peregrinaje.

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El tiempo es relativo si se quiere estar en la Governors Ball , reunión que organiza la Academia justo después del Oscar en un salón contiguo al Teatro Dolby , donde se lleva a cabo la ceremonia, y a la que tuvo acceso exclusivo EL UNIVERSAL .

Lo es porque depende de si se es famoso o no. Si eres, puedes convivir un rato antes de partir a otras reuniones similares que se realizan en Hollywood y alrededores, y si no, disfrutar del menú casi vegano, las bebidas ilimitadas y los aperitivos dulces, muchos de ellos.

EL UNIVERSAL realiza una transmisión en vivo en Facebook. “Se ve rica la comida, pero bien aburrida la fiesta”, dice una lectora. “Pongan 'La Tusa'”, bromea otro.

Es claro que la fiesta de los Oscar carece del alma de una boda Latinoamericana. No hay “Tusa”, “Payasito de Rodeo”, “La gota fría”, “Aserejé”, ni algo parecido. La música sólo hace bailar a algunos cuando suenan éxitos de los 70 y otros más actuales, de Justin Timberlake y Bruno Mars .

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La otra regla imposible en Latinoamérica sería la comida. Si se es famoso, parece descortés aprovechar el menú: nadie come. En esta ocasión, el chef Wolfgang Puck y su equipo de 200 personas crearon 70 platillos en su mayoría veganos: rollos tipo primavera con mango, macarrones con queso, pastas, mozarela y postres; los más solicitados son estatuillas del Oscar hechas con chocolate.

Todos los platillos se sirven en raciones muy pequeñas, los meseros van y vienen entre mesas que se vacían pronto. No es un banquete para comer, cenar y pedir nuestro "tornafiesta". Es más bien, de aperitivos.

De los mil 500 invitados, uno de los que más aguanta es Brad Pitt . No bebe, pero se le ve conversando y saludando a gente que se le acerca como si llevaran años de amistad. Quizá es así, a diferencia de Renée, Brad se ha colocado en una zona especial con postes separadores, como los de un banco. Hay además, varias personas robustas rodeando el lugar y una mujer con voz punzante que dice de vez en cuando a la gente, “es suficiente”.

Pero no lo es. Pitt es quien más atrae personas y algunas rompen sus propios protocolos y le miran o le graban. Surge una imagen parecida a pedirle al cadenero que lo dejen pasar, las razones no son claras, pero sólo los aparentes amigos lo logran. Brad es una especie de rey de un país muy pequeño que lo encierra a la vez. Esa pista es algo que no conocerá.

Shia Labeouf,

como se sabe, prefiere estar ensimismado por voluntad. Lo de él es un planeta distinto: mira a una orquesta desangelada como si hubiera cientos de personas siguiendo el paso, en la que sólo 10 bailan.

El actor es también de los que más tiempo permanece en la reunión. Unas dos horas en un sofá, conversando con algunas personas y, por momentos, con nadie. Gerard Butler es su antítesis, conversa todo el tiempo. Lo hace también durante casi dos horas pero, a diferencia de Renée y Brad, nadie advierte que el actor de "300" es famoso.

La fiesta del Oscar no da hambre a los famosos
La fiesta del Oscar no da hambre a los famosos

Gerard Butler. Foto: AP

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Hay otros personajes que, desubicados, están felices de estar ahí aunque los ignoren. La doctora Amani Ballaur , protagonista del documental "La Cueva" , quien rescató niños en un hospital clandestino de Siria , consiguió finalmente su visa para acudir a la ceremonia. No ganó pero al menos es la primera vez que se cruza con este mundo tan distinto. Con seguridad, no es la única.

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