Bastó el grito (contenido durante más de dos décadas) de un grupo de mujeres para hacer estallar la bomba. Por fin hablaron y lo hicieron en octubre en el New York Times.

Actrices como Rose McGowan y Ashley Judd revelaron haber sido víctimas de acoso y abuso sexual por parte del productor Harvey Weinstein. Las acusaciones fueron la punta del iceberg; derivaron en una cascada de confesiones de decenas de mujeres sobre años de sobornos y acuerdos extrajudiciales por parte del magnate del cine, cuya figura rodó inmediatamente por el suelo y, de pasada, la de actores como Kevin Spacey, quien fue expulsado de House of Cards, y Dustin Hoffman (El Graduado), así como la de directores, escritores y productores como John Lasseter (Toy Story), quien tuvo que abandonar Pixar.

En los últimos 20 años, los sueños de realización profesional de las mujeres, aunque también han salido testimonios de hombres como el del actor Jason Priestley, se volvieron pesadilla, realizando castings humillantes, como lo dijo Jennifer Lawrence, o rodando escenas de sexo sin ropa, como lo comentó Salma Hayek. El propósito de alzar la voz, coinciden las víctimas, es erradicar esta conducta en una industria que durante años pareció “normalizarla” y hacer saber a los poderosos que nadie más está dispuesto a obtener un papel a costa de presiones o favores sexuales.

En México, otro tema acaparó los reflectores: Julión Álvarez es investigado por el Departamento del Tesoro en EU, por presuntos vínculos con el narcotraficante Raúl Flores. Mientras se realiza el proceso, al cantante le congelaron sus cuentas, lo que en automático congela también sus ofertas de trabajo. Televisa prefirió cancelar el programa La Voz Kids, del que el intérprete era coach.

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