México es aún un país de jóvenes. El 53.1% de la población tiene hasta 29 años y el 36.4% de los mexicanos se encuentra en edades que van de los 30 a los 59 años. Solo el 10.4% de los mexicanos son adultos mayores, aquellos que tienen 60 años o más.

Esta reserva de juventud entre la población mexicana tiene enormes ventajas comparativas para construir, entre otras potencialidades, economías familiares prósperas y una economía colectiva altamente competitiva en el mundo.

La de estos millones de niños y jóvenes, son generaciones que tienen oportunidades de formación educativa, de salud y laboral que no vieron las generaciones anteriores y que, por lo tanto, ofrecen un potencial de desarrollo creativo, tecnológico y científico que –me temo- no acabamos de dimensionar como país.

Y es que la miopía política y estratégica para ver el enorme potencial de esta reserva de juventud de México, puede ser la gran catástrofe del país en la primera mitad de este siglo XXI.

Guardadas todas las proporciones en esta comparación (pero que vale para fines de ilustración), fue la miopía política y la política económica surgida de instituciones concentradas por un pequeño grupo político y económico en el poder, lo que desperdició el potencial económico de la enorme riqueza petrolera que tuvo México en las últimas tres décadas y media.

Miles de millones de dólares anuales en barriles petroleros extraídos de las costas mexicanas se esfumaron en gastos corrientes, en repartos y pagos de favores políticos, en abierta corrupción de la clase política en el poder a todos los niveles, o fueron a parar a las fortunas privadas de un grupo selecto de empresarios proveedores de la industria petrolera estatal. Aquél, fue el gran fracaso fiscal del país de finales del siglo XX y comienzos del XXI que hasta hoy sigue cobrando rentas a la economía nacional.

La pregunta es si los mexicanos aprenderemos de aquel monumental fracaso petrolero. Los primeros indicadores sobre el uso de la enorme ‘riqueza’ que ofrece la reserva de juventud en el país no son alentadores y deben ser una alarma social para no repetir el fracaso.

De entrada, hay tres datos que nos presenta INEGI y que no se deben perder de vista: El primero, es el grave problema de la inasistencia escolar de los jóvenes. Más de un tercio (37.3%) de los adolescentes (15 a 19 años) no asiste a la escuela; y el 10% de ellos tiene un nivel escolar inferior a la secundaria. Entre los jóvenes de 20 a 24 años, solo un cuarto de ellos cursa estudios de nivel superior.

El segundo dato relevante es que la tasa de desocupación entre los jóvenes de 15 a 24 años es de 8.2%, el doble que la tasa nacional. Pero más allá de una elevada tasa de desocupación, lo más preocupante tiene que ver con la muy mala calidad de la ocupación entre los jóvenes. Dos terceras partes de los jóvenes ocupados (68.2%) lo hacen en labores informales, con la vulnerabilidad que ello implica a través de los bajos salarios que perciben, en el número de horas trabajadas y en la ausencia de prestaciones sociales en sus ocupaciones.

El tercer dato tiene que ver con el agotamiento del llamado ‘bono demográfico’ y que se refiere al porcentaje de la población dependiente en relación a la población productiva del país. Evidentemente que la reserva de juventud que tiene el país ahora, no es para siempre. Cada año que transcurre ésta disminuye por el natural proceso de envejecimiento de la población mexicana. Por ejemplo, en los últimos 25 años la población mexicana de 30 a 49 años se incrementó de 25.5% a 36.4% de la población total y, en unos años más, estos mexicanos irán engrosando la población de adultos mayores que pasarán a ser dependientes de los sistemas de seguridad social, públicos y privados, o, directamente, de sus familiares.

Pero el deterioro de la reserva de juventud no solo está asociado al proceso de envejecimiento de la población, también se deteriora por las carencias educativas, de salud y laborales que minan el potencial productivo de esta reserva de jóvenes como ya está ocurriendo. Jóvenes con graves deficiencias educativas, alimentarias y lanzados a la informalidad, no serán competitivos en un mundo laboral altamente demandante.

Es allí en donde la política económica y la transformación de las instituciones en inclusivas, democráticas y participativas (siguiendo a Acemoglu y Robinson) juegan un rol determinante. Estamos en el umbral de no repetir el gran fracaso de la historia petrolera de los últimos 35 años, pero ahora con nuestras propias generaciones de jóvenes -la reserva de juventud del país- que son el umbral entre la prosperidad y la mediocridad hacia el futuro del país.

Twitter:@SamuelGarciaCOM

E-mail:samuel@arenapublica.com

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