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En medio de la vorágine informativa y de los mercados causada por la sorpresiva renuncia de Agustín Carstens al Banco de México, se perdió el mensaje central del presidente Enrique Peña Nieto en el inicio del quinto año de su gobierno: “un llamado a la unidad de los mexicanos” para enfrentar las adversidades que, dijo, vienen en los dos próximos años de su gobierno.
El mensaje presidencial —con reminiscencias del viejo discurso de los mandatarios priístas cuando se sentían amenazados en el poder— tuvo el acierto de llamar a superar “diferencias y agravios”, pero al mismo tiempo tuvo dos grandes errores: no identificó claramente las amenazas y adversidades que se ciernen sobre México y los mexicanos (evitando llamar por su nombre a Donald Trump y su próximo gobierno) y tampoco explicó ni presentó un proyecto claro y concreto para enfrentar esa amenaza, en torno al cual pide unirse a los mexicanos.
Sin un adversario claro y un proyecto aún menos claro y concreto para enfrentarlo, el llamado a la unidad cae en la retórica y la demagogia; difícilmente los mexicanos tan diversos, tan confrontados y tan desiguales, se unirán en torno a una causa que no tiene un plan concreto y a la que el presidente le da miedo referirse por su nombre y con todas sus letras.
¿Dónde está, por ejemplo, un plan de emergencia para enfrentar esas graves amenazas que expertos y analistas coinciden que se ciernen sobre la economía?, ¿cuáles son las acciones que propone Peña Nieto para estimular de manera urgente el mercado interno y fortalecer la economía ante el embate del proteccionismo y el neonacionalismo de Trump? ¿Ya convocó el presidente a los grandes empresarios para que conozcan y apoyen su plan de emergencia, a sus adversarios políticos para solicitarles apoyo y unidad frente a la amenaza externa a la soberanía y la estabilidad económica del país?
¿Dónde está el gabinete de crisis o al menos reforzado —ya no sólo por amigos, incondicionales— para enfrentar una coyuntura histórica en la que cambiaron los paradigmas y vienen nuevos reacomodos de geopolítica mundial, que el mismo presidente equipara a etapas históricas donde sufrimos agresiones, invasiones, despojos de territorio? Ni siquiera se sabe que el presidente tenga listo y conformado un equipo de economistas experimentados para renegociar el TLC que no sólo tengan la capacidad para enfrentarse a los tiburones de Trump y sus propuestas proteccionistas, sino también los tamaños y el talante para defender con fiereza y dignidad las posiciones que convengan a los mexicanos en esa renegociación ya anunciada.
Nada de eso presentó Peña Nieto con su discurso con motivo de sus cuatro años en el poder. Y sin esos elementos concretos y palpables para los mexicanos, será muy difícil que el llamado del presidente tenga eco. Sobre todo por las condiciones en las que Peña arriba a este quinto año: una popularidad y aprobación en los niveles más bajos de las mediciones presidenciales, un debilitamiento paulatino y constante de su imagen por los escándalos de corrupción suyos y de su partido y por casos judiciales sin resolver en su gobierno. Si a eso se añaden los graves problemas de seguridad y violencia que no cesa en el país y están a punto de rebasar en estos cuatro años las cifras de asesinatos violentos de todo el sexenio de Calderón —considerado el más sangriento—, la volatilidad e incertidumbre de una economía contraída, una devaluación histórica del peso, el excesivo endeudamiento y la caída de inversiones extranjeras en los últimos meses, se vuelve aún más difícil que la figura del presidente concite en estos momentos a la unidad que pretende.
Pero por encima de todo está la falta de un nuevo plan de acción que evite que en estos dos años que restan a su administración el país no se nos desmorone entre las manos. Porque aunque no lo quieran ver ni reconocer en el gobierno, su proyecto original, el de las Reformas estructurales, ha quedado rebasado e insuficiente en la nueva coyuntura: varias de esas reformas fueron diseñadas pensando en un entorno globalizador y hoy, la prioridad, es fortalecernos internamente. ¿De dónde se va a agarrar el gobierno y el país si las grandes instituciones y empresas mexicanas terminan de ser desmanteladas mientras se benefician los extranjeros? ¿No sería momento de replantear algunas de las reformas peñistas ante el embate proteccionista y nacionalista que nos va a obligar, queriendo o no, a revisar la estrategia de apertura total de la economía?
Tal vez a Peña no le alcance ni el tiempo ni la visión para un cambio de esa magnitud, pero quien encarne y defienda ante los mexicanos un proyecto nacionalista y de fortalecimiento interno para enfrentar la nueva realidad que nos llegará desde el norte, podrá sin duda concitar a una mayoría que está ávida de ese nuevo proyecto de nación.
sgarciasoto@hotmail.com