Las cifras no sólo son alentadoras, sino francamente espectaculares: únicamente en el 2016 llegaron a México 37 millones de turistas extranjeros que nos dejaron más de veinte mil millones de dólares. Así, la actividad turística es la tercera en importancia para la captación de divisas, con un crecimiento de 53 por ciento respecto a 2012.

Por ello, el turismo representa ya el nueve por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y genera más de nueve millones de empleos directos e indirectos; además del efecto multiplicador que tiene en prácticamente todas las ramas productivas.

Por tanto, frente a un escenario global adverso en el panorama petrolero y un antimexicanismo enfermizo de nuestro principal socio comercial encarnado en Donald Trump, el turismo se plantea en el presente como la gran probabilidad para el futuro. Por lo pronto, como un gran detonador del mercado interno, un distribuidor natural del ingreso y a la vez un revulsivo que mucha falta hace a nuestra economía estancada en un crecimiento de apenas dos por ciento.

El optimismo para el futuro inmediato tiene su fundamento: en tres años pasamos del lugar número 14 al noveno como destino turístico más atractivo del planeta. Hoy, dicho por Taleb Rifai, secretario general de la Organización Mundial del Turismo, podríamos estar ya en el octavo o tal vez el séptimo sitio de los países más visitados.

Estos datos y prospectivas llevaron a un exultante presidente Peña Nieto a decir en el Tianguis de Acapulco que “…por supuesto que presumo las buenas noticias, porque todos los días estamos impregnados de noticias que a veces nos desmotivan. Pareciera que vivimos en el peor de los mundos, cuando realmente no es así”.

Desde luego, no se trata de ser aguafiestas. Soy el primero en reconocer que a este país le urgen buenas noticias; sin duda las del turismo lo son. Sin embargo, en el mismo evento, pudimos percibir entre los asistentes abiertamente o en voz baja, una enorme preocupación común: la inseguridad incipiente amenazante o creciente en nuestros principales destinos turísticos. Y ahí están los casos evidentísimos de Guerrero y sobre todo Acapulco, donde son más que frecuentes los delitos del fuero común y las matanzas por enfrentamientos entre células o carteles de narcotraficantes. En Los Cabos, asustan los cuerpos desmembrados de los días anteriores. Y en la Riviera Maya alertan los tiroteos en bares y otros lugares.

En pocas palabras: nuestros principales destinos turísticos no son sólo enormemente atractivos para los turistas nacionales y extranjeros, lo son también para el crimen organizado; porque en ellos hay dinero y hasta el glamour que dan los grandes hoteles y los restaurantes de cinco estrellas. Por ello es indispensable implementar una estrategia especial para evitar en lo posible los delitos que pudieren marcar como peligrosos ciertos centros turísticos. Yo diría que se trata de un asunto de Estado, a fin de preservar la productividad de esta nueva gallina de los huevos de oro, para no apretarle el pescuezo como hicimos con Pemex.

Por lo pronto, ahí están los números presentados por el todavía joven secretario de Turismo, Enrique de la Madrid, los cuales —aunque él no quisiera— lo colocan en una segunda pero observable fila de presidenciables.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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