En la producción de Frida Kahlo1 —un acervo de menor cantidad si se compara con el de otros artistas— destaca de manera singular un género: el autorretrato. No hay manera de negar que este rubro predomina en su obra. Algunas piezas de esta categoría son sugestivas en grado sumo. Aunque no necesariamente las únicas ni tampoco las mejores, sí son de las más reconocidas y las que mayor influencia han tenido en otros artistas.

Por largo tiempo se ha argumentado en distintos textos que la reiteración del autorretrato en Frida Kahlo estaba ligada a su postración en cama. No está de más recordar que la artista, cuando estudiaba hacia 1925 en la Preparatoria 1 —ubicada en el magnificente edificio jesuita de San Ildefonso—, sufrió un terrible accidente al regresar de clases a su casa en Coyoacán.

Este argumento no deja de ser cierto, pero sólo en parte. Frida misma decía: “Pinto autorretratos porque paso mucho tiempo sola. Me pinto a mí misma, porque soy a quien mejor conozco”. Estas piezas son testimonio de esos días y noches interminables en cama pintándose a sí misma, gracias al famoso espejo que su madre mandó colocar en el techo de la cama que Frida utilizaba durante el día, y que hasta la fecha se puede apreciar en la Casa Azul, su museo. También se sabe, por cartas que ella escribió, de los colores y el atril proporcionados por el padre, el famoso fotógrafo Guillermo Kahlo.

Sin embargo, habría otro elemento importante a la hora de considerar este tema. En 2003, en roperos, baúles y cajones del Museo Frida Kahlo se encontraron miles de fotografías, entre las cuales se distingue una treintena de autorretratos del padre. En una de estas imágenes, Guillermo Kahlo posa desnudo, como un modelo para la realización de una escultura griega. Uno puede imaginarse la apertura mental que esta acción significa para las postrimerías del siglo XIX. El hallazgo ha dado pistas para demostrar la inclinación que el padre tenía por el género del autorretrato, y que la hija heredó.

Guillermo Kahlo idolatraba a su hija —la llamaba “la más querida”— y, por su parte, ella le correspondía en no menor medida. Su padre, un hombre amoroso, inteligente, culto y sensible, le despertó la inquietud por las ciencias y las artes. Es decir, ejerció en ella una fuerte y determinante influencia.

No debemos olvidar el origen de don Guillermo. De acuerdo con una investigación de Gaby Franger y Rainer Huhle, el fotógrafo era alemán, aunque la propia Frida le señalaba raíces húngaras-alemanas. Véase para corroborar esta afirmación el retrato que ella hace de su padre. A la manera de los exvotos en los que frecuentemente se inspiraba, la artista escribe en la parte inferior de la obra: “Pinte (sic) a mi padre Wilhelm Kahlo de origen húngaro alemán, fotógrafo de Profesión, de carácter generoso, inteligente y fino valiente, porque padeció durante sesenta años la epilepsia pero jamás dejó de trabajar y luchó contra Hitler. Con adoración, su hija Frida Kahlo”.2

Más allá de los dos elementos que se han mencionado —la postración en cama y el gusto del padre por el autorretrato—, ¿qué expresa la recurrencia de este género en la producción de Frida Kahlo? ¿Se trata de un ejercicio de autocompasión? ¿Es, acaso, una muestra de narcisismo? ¿De autoanálisis? Quizá involucra todo, aunque dudo que tenga que ver con la vanidad, pues Frida Kahlo era suficientemente inteligente para permitirse la vanagloria.

Puede decirse, con mayor certeza, que estamos ante una exploración de sí misma. Hay aquí un miedo cotidiano al dolor y la muerte. De hecho, ella lo expresa mejor: “Cada tic-tac es un segundo de la vida que pasa, huye y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés que el problema es sólo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda”.

Guillermo Kahlo llegó a México a probar fortuna y logró ser uno de los grandes fotógrafos de la arquitectura del país en la época de Porfirio Díaz. Al caer la dictadura, perdió el empleo y se vio obligado a dedicarse al retrato, lo que detestaba. Solía decir: “¿por qué he de retratar a gente fea?”.

Kahlo padecía epilepsia y pedía a Frida (“la más inteligente de sus hijas”, como la llamaba) que lo acompañase. En caso de un ataque, él requería de un asistente que cuidara la cámara y lo auxiliara en la recuperación. Este periodo de la vida de Frida le dará la experiencia y la fortaleza para no temerle a la cámara, y explicaría la actitud que exhibe en sus autorretratos, así como en los retratos que le conocemos, realizados por destacadísimos fotógrafos de la talla de Nickolas Muray, Martin Munkácsi, Lola Álvarez Bravo, Gisèle Freund, Imogen Cunningham, Bernice Kolko, Lucienne Bloch y muchos otros.

En estas imágenes, ella posa frente a la cámara, la “seduce”, la reta sin recato ni miedo alguno. Sabe cuál es su mejor ángulo, sabe qué quiere expresar y qué espera de los demás, y lo hace de una manera determinante: puede vencerlo todo, incluyendo su discapacidad y su condición de mujer. Su mirada directa a la lente lo prueba: ella puede enfrentar la adversidad, al destino demoledor que abruptamente cambia sin cesar el rumbo de su vida: “una vida abierta”.

Entre otros, uno de los autorretratos fascinantes de Frida es aquel en el que expresa su admiración por León Trotsky, personaje a quien con este cuadro quizá también le está haciendo un homenaje por una relación más estrecha. Frida regala al intelectual y político un autorretrato con vestido rosa y rebozo (1937), que hoy se halla en el Museo de la Mujer en Washington.

Otro ejemplo notable de esta clase de obras surge a partir de que la artista concluye su relación con Nickolas Muray. Su querido y atractivo amante ha decidido dejarla después de que vivieron juntos unos meses en Nueva York, mientras ella estaba divorciada de Diego Rivera. Ella le obsequia el autorretrato con mono y gato (1940). En el cuadro se aprecia al primate tejiéndole un collar de espinas. El rostro de Frida tiene lágrimas por la dolorosa pérdida. Hoy esta valorada obra es parte de la colección de la Universidad de Austin, Texas.

Se pueden citar todos sus autorretratos —al fin no son tantos—, pero sin duda hay unos más intensos y atractivos que otros. En cada obra hay un universo que merece ser explorado. Sólo citaré algunos a modo de ejemplo: Las dos Fridas (1939), Diego en mi pensamiento (1943), Pensando en la muerte (1943), El sueño (1939), Desnudos (1939), El corazón (1937), Autorretrato dedicado al doctor Leo Eloesser (1940).

Frida Kahlo es una de las artistas más reconocidas a nivel internacional, como muy pocas mujeres en el mundo del arte. También es un ejemplo de creatividad, de libertad, de audacia. Ella no se constriñó a atadura social alguna y eso le permitió ser ella misma hasta el límite, en todo momento. Hoy, Frida Kahlo es el ejemplo de una mujer libre, audaz, inteligente, de sobresaliente inquietud intelectual, que tuvo la entereza para desafiar la adversidad y vencer los miedos.

En nuestro tiempo, Frida es un ejemplo de fortaleza: una mujer que supo transformar el dolor en obra de arte, que supo vivir y enfrentar la vida. Así lo dicen, muy claramente, sus autorretratos.

*Directora de los Museos Diego Rivera Anahuacalli y Casa Azul

1. Coyoacán, México, 1907-1954.

2. Retrato de mi Padre Guillermo Kahlo, 1952. Obra del Museo Frida Kahlo. Fideicomiso de los Museos Diego Rivera y Frida Kahlo.

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