Durante los años 80 un grupo de estados del sur de EU hizo coincidir sus votaciones en un mismo día para otorgar mayor relevancia política a esa región. Desde entonces se ha modificado el número y conformación geográfica del supermartes que cada vez es más determinante en el resultado de la carrera electoral. El 1 de marzo los demócratas eligieron 865 de los 2 mil 386 delegados en disputa y los republicanos 661 sobre mil 237. Se repartieron más de un tercio y casi la mitad, respectivamente, de los delegados que se requieren para alcanzar la nominación presidencial.

En el bando demócrata, Bernie Sanders ha despertado el ánimo de los jóvenes con un discurso crítico al sistema neoliberal, una campaña coherente y con escaso financiamiento, que recuerda a los movimientos políticos emergentes de Europa. La señora Clinton ha debido asumir posiciones más progresistas respecto de los temas salariales, los servicios de salud y el acceso a la educación universitaria. Mayor sea el empuje del senador, más tendrá que apartarse la candidata puntera del modelo económico prevaleciente.

En la cancha contraria, la agresividad de Donald Trump ha encendido la alarma no sólo de los militantes proclives al establishment de dicho partido, sino de la totalidad de la opinión pública sensata dentro de Estados Unidos. Su diferencia con los otros dos contendientes es menor de lo que aparenta. Trump ha obtenido 316 delegados, Cruz 226 y Rubio 106, por lo que el resultado pudiera emparejarse en las próximas semanas en las que se disputan 546 delegados republicanos.

Se reflexiona poco que la virulencia del aspirante republicano significa también, junto con el radicalismo del Tea Party, una grave ruptura de la derecha tradicional estadounidense. El proceso concentrador de los ingresos y de las decisiones ha dejado un número inmenso de afectados cuyo descontento se bifurca en dos grandes corrientes: la xenófoba por un lado y por el otro, una izquierda inédita en Norteamérica. Algo semejante a la crisis de las democracias parlamentarias europeas entre dos guerras que produjeron el surgimiento del nazi-fascismo y de los frentes populares.

La tendencia hacia la izquierda es explicable ante la debilidad evidente del gobierno con los poderes fácticos, que ha frenado durante décadas reformas importantes en la salud, la educación, la migración y los derechos civiles. Frente a la misma realidad, la escapatoria de la extrema derecha es la supuesta pérdida de identidad norteamericana a raíz de los cambios en las costumbres y la composición étnica del país, cuya causa atribuye a la mano de obra migrante y a factores míticos como el choque de civilizaciones. Coincidentemente, ambas tendencias dan cuenta del ocaso de una globalización mercantilista.

La sociedad estadounidense debiera entender que en el trasfondo de ambas posiciones está el rechazo hacia las decisiones adoptadas por las élites económicas y políticas que han profundizado la brecha de desigualdad en la población de ese país y sobre todo en los países de la periferia, lo que a su vez ha sido causa eficiente de los desplazamientos humanos contemporáneos, como lo explica Sanders y como lo lamenta Trump.

Preocupa e irrita en México el discurso de odio que siembra las semillas de la violencia hacia nuestros compatriotas y enciende las antorchas del Ku Klux Klan. Sería prudente que la diplomacia mexicana empezara a tomar previsiones en el caso extremo de que esa derecha mendaz llegara al poder, precisamente en un momento de inocultable debilitamiento económico e incremento desmesurado de la deuda pública que nos haría sumamente vulnerables. En cualquiera de los casos sería pertinente que comenzáramos a tomar posiciones claras respecto de nuestra relación con EU y del futuro que esperamos para América del Norte.

Lo primero sería reflexionar sobre las consecuencias objetivas que ha tenido el TLCAN sobre toda la región. En nuestro caso, la supeditación a una estrategia económica y de seguridad que no corresponde a nuestros verdaderos intereses y la apertura de los mercados que no contempló el libre tránsito de las personas. La mejor manera de reaccionar frente a las asechanzas es reabrir el debate sobre nuestro proceso de integración en vez de enfrascarnos en elecciones aldeanas y carentes de perspectiva histórica.

Comisionado para la reforma política de la Ciudad de México

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