Bajo la conducción del gobierno que busca "Un México en Paz", nuestro país ha caído 11 sitios en el Índice Global de Paz, una medición que efectúa el Instituto pata la Economía y la Paz (IEP) desde el 2008. Cuando Peña llegó a Los Pinos, México estaba en el lugar 133 de un total de 162 países valorados por el índice. En su última edición, publicada esta semana, México se ubica en el lugar 144, lo que representa una pérdida de seis sitios solo en el último año. Somos, entre otras cosas, el país menos pacífico de la región centroamericana (y por si quisiéramos ser más puristas y demandásemos que México sea incluido en Norteamérica, también somos el país menos pacífico de ésta). Sin embargo, más allá de lo que todo ello pueda decir acerca de las condiciones internas que vive nuestro país, me parece que tenemos que leer el índice completo para comprender algunas tendencias globales.

Quizás lo más destacado en esta ocasión es que a pesar de que los niveles de paz del planeta como un todo permanecieron más o menos estables del 2014 al 2015, la brecha entre las naciones más pacíficas y las menos pacificas del mundo se sigue ensanchando. Mientras que el índice detecta una continua mejoría en los niveles de paz de muchos países europeos, otras regiones como el Medio Oriente y el Norte de África -además de países específicos como el nuestro- experimentan dramáticos descensos en sus niveles de paz. La brecha de desigualdad, entonces, no es solo cosa de países ricos y pobres, o algo que se aprecia únicamente en la distribución del conocimiento o el desarrollo. La brecha impacta también, y cada vez de manera más profunda, en los niveles de paz que vivimos las sociedades del mundo. La violencia tiene un costo de 13.4% del producto interno bruto global. Si tan solo el mundo dejase de gastar un 10% en violencia, según el IEP, ello generaría 1,430 millones de dólares para invertir en economía productiva y hacer que la paz fuese más sustentable en diversas regiones.

Los dos países menos pacíficos del globo son Irak y Siria, temas que en este espacio hemos abordado constantemente. Otros países con bajísimos niveles de paz son Afganistán, Sudán del Sur, la República Centroafricana y Somalia. México, desafortunadamente ha pasado del grupo de las 25 naciones menos pacificas del planeta, al club de las 20. Aunque no nos guste estar en ese grupo, y prefiramos siempre pensar que nuestras condiciones son muy distintas, o que México está muy alejado de esas violentas regiones, va siendo hora de empezar a comprender nuestros rasgos comunes, tanto en lo interno como en lo externo.

México no experimenta, ciertamente, un conflicto religioso o sectario. Tampoco hay una guerra civil en donde milicias armadas busquen derrocar a alguna dictadura. Sin embargo, con Irak, Siria o Afganistán nos liga la debilidad estructural de nuestras instituciones, la incapacidad de conseguir construir gobiernos que funcionen en la totalidad de nuestros territorios, gobiernos que sean capaces de garantizar a sus ciudadanos cuestiones básicas como lo son la seguridad, la equidad en la distribución de los recursos, o el respeto a las leyes y los derechos de todas y todos los habitantes de nuestros países. Nuestra nación, así como la mayor parte del club de las 20 menos pacíficas, está marcada por altos niveles de corrupción y desigualdad, ambas variables correlacionadas con la violencia, de acuerdo con la investigación especializada sobre el tema.

En ese entorno, florecen los actores no-estatales de carácter violento. En unos lados se llaman ISIS, Al Nusra o Boko Haram. En otras partes se llaman Zetas, Guerreros Unidos o Cártel Jalisco Nueva Generación. Autodefensas en Nigeria, en Afganistán o Apatzingán. Unos tienen metas religiosas, buscan el control de territorio para fundar un califato. Otros no aspiran a tanto. Igual quieren dominar el territorio, pero solo para tener acceso a rutas comerciales, al cobro de derechos de piso, al control de los medios de comunicación o al control político de ciertas regiones para favorecer sus metas últimas.

La mayoría de esos actores empelan complejas redes transnacionales de lavado de dinero, se benefician del tráfico internacional de armas de fácil y económico acceso, comercian a través de las fronteras con mercancías ilícitas, compran y venden drogas -igual en México que en Nigeria o Afganistán- utilizan el tráfico internacional de personas para enriquecerse, y se aprovechan de la debilidad institucional y de la corrupción, no en un país, sino en muchos, para conseguir sus fines. La mayor parte de esos actores -aunque unos de maneras más sofisticadas que otros- utilizan blogs, videos y redes sociales para publicitar sus actos violentos, y así aterrorizar y someter a las poblaciones que buscan controlar.

Efectivamente, la distancia que nos separa de esas regiones es menos amplia de lo que parece, no solo en cuanto a la problemática que padecemos; también en cuanto a las potenciales soluciones de corto, mediano y largo plazo que deberíamos estar imaginando. Lo mismo para Irak, Siria o México, no se trata solo de pensar en cómo reducir la violencia. El problema que nos identifica es la falta de paz, y por consiguiente las respuestas que nos hermanan están en la necesidad de construirla. No atacando y descabezando grupos terroristas o cárteles de manera errática, cada vez que vayan emergiendo o brotando. Tanto en Irak, Siria o Afganistán como en México, en la medida en que las condiciones de raíz que favorecen la emergencia de actores no-estatales de carácter violento, siguen existiendo, se incentiva el surgimiento de nuevos actores que se aprovechan de la debilidad institucional y terminan amenazando a los estados y a su monopolio de la fuerza. Por contraste, lo que se requiere en nuestros países es la generación de procesos y políticas que permitan la inclusión, la integración económica, política y social de nuestras comunidades, la construcción de instituciones fuertes con gobiernos que puedan garantizar la ley y el respeto a los derechos de todas y todos. En eso consiste la paz. Desmembrar cárteles, detener capos o cabezas, o bien desactivar células terroristas, son acciones que a veces pueden resultar útiles en la contención de la violencia. Pero la edificación de condiciones de paz requiere mucho más que eso. Cuando ello no se pone en marcha, nos pasa lo que nos está pasando, sin importar cuantos "Chapos", cuantas "Tutas" tengamos en prisión, o cuantos "Bin Ladens" hayamos matado: los niveles de paz siguen cayendo.

Analista internacional. @maurimm 

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