Difícil recordar que alguna elección parlamentaria en América Latina haya cambiado la fisonomía política de un país como sucedió en Venezuela el pasado 6 de diciembre. La oposición al gobierno, aglutinada en la Mesa Unida por la Democracia (MUD), logró 112 de las 167 posiciones de la Asamblea Nacional. En el estado de Barinas, la cuna del chavismo, la oposición se hizo de todas las curules. A partir del 5 de enero, la oposición tendrá atribuciones para anular decretos, destituir autoridades y reinventar el país, por lo menos en el papel.

Al menos cinco factores parecen haber llevado a este cambio drástico: (1) Maduro no es Chávez. Heredó el cargo pero no la astucia, la sagacidad y calidad de liderazgo de su progenitor político. (2) La paupérrima gestión económica del actual gobierno, aunada a factores externos desfavorables, llevaron a que en 2015 la economía se fuera en picada. Más de 200% de inflación, desabasto de productos básicos con colas interminables para el abasto familiar y una caída del PIB entre 7 y 8%. (3) Importantísimo. Por alguna razón, en este proceso electoral el ejército pasó de la incondicionalidad al chavismo que existía desde 1998, a la neutralidad política. Difícil encontrar en la historia el caso de un gobierno autocrático que se sostenga sin el apoyo de las fuerzas armadas. (4) La paciencia y persistencia de la oposición por buscar el cambio a través de las vías legales y pacíficas les generó legitimidad y fuerza electoral, al interior y en el exterior, en un terreno cada día más fértil. (5) La caída internacional de los precios del petróleo dio al traste con la diplomacia petrolera y los gobiernos de Brasil y Argentina, sus aliados políticos más fuertes, cayeron en desgracia. El aislamiento internacional del gobierno de Maduro crece día a día.

A pesar de este cambio drástico, el reto para la democracia venezolana es monumental. Con el 67% de las curules la oposición tendrá amplio margen para realizar cambios sustantivos en la vida política del país. Sin embargo, las divisiones al interior de la MUD no son menores. Hay diferencias importantes en la estrategia y acciones del cambio y no hay un programa consensuado. A las iniciativas más previsibles del nuevo Congreso —amnistía a presos políticos, independencia del Banco Central y fin de la diplomacia petrolera—, Maduro ha anunciado su intención de recurrir al veto presidencial o al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), aún bajo su control, para detener estas iniciativas: “la revolución bolivariana no se negocia”.

Sin duda el reto más complicado será remontar la debacle económica en un ambiente de ineficiencia, desarticulación y desaliento en el aparato productivo. Y lo más importante, Maduro no deja de ser gobierno y, en esta tesitura, el parlamento tendrá cada vez mayor influencia en las acciones de gobierno, pero no su manejo.

Las preocupaciones inmediatas de Maduro no dejan de sorprender. El anuncio de un decreto para proteger la estabilidad laboral de empleados y funcionarios de su gobierno los próximos tres años y el otorgamiento de un comodato por dos siglos de las instalaciones del Cuartel de la Montaña, donde reposan los restos de Chávez, a la Fundación que lleva su nombre. Como si los monumentos históricos significaran la permanencia en el poder.

Muchas preguntas quedan en el aire. ¿Cuál será la fuerza dominante entre la oposición? ¿Quién será el candidato de la oposición para la próxima elección presidencial? ¿Cuáles serán las reglas para esa contienda? ¿Cuál será el papel de los militares en este proceso? ¿Cuál será la actuación política de Maduro y su grupo los próximos tres años? El avance es enorme, pero apenas una plataforma para empezar a reconstruir la democracia venezolana.

Director de Grupo Coppan SC.
lherrera@coppan.com

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