“Nadie es la patria, pero todos lo somos”

Jorge Luis Borges

A pocos días de asumir la presidencia de estados Unidos, quedan ya claros algunos de los rasgos que definen el gobierno de Donald Trump.

1.La presidencia de Trump es claramente una presidencia huntingtoniana, una presidencia del miedo, del temor a dejar de ser americano. Es muy acorde con el diagnóstico y la posición política que hiciera en el 2004 el politólogo conservador Samuel Huntington en su libro Quienes somos. Un libro que, por cierto, también expresa un gran miedo. En ese libro manifiestamente antimexicano, Huntington expresó: Estados Unidos no es como se ha pensado tradicionalmente el melting pot, por el contrario ser americano es algo más exclusivo (y excluyente): ser protestante y hablar inglés. Huntington también veía en la enorme inmigración mexicana una clara señal de reconquista de territorios. El temor a los migrantes no tiene que ver (como se suele creer) con problemas de inseguridad o desempleo, tiene sus raíces en un cierta inseguridad cultural y en el consiguiente temor a perder la propia identidad. Esta concepción restrictiva (y provinciana) de la identidad ha sido contestada entre otros por los alcaldes de New York y de Chicago y por el influyente Mark Zuckerberg, quienes defienden la idea de Estados Unidos como nación de migrantes; y promete abrir un inédito debate sobre la identidad americana.

2. El nacionalismo de derecha de Trump alberga en potencia la intolerancia hacia la oposición como ocurrió con los “nacionalismos populares” (a veces de izquierda) en América latina y que implicaron e implican (como en la Venezuela contemporánea) persecuciones y encarcelamiento de opositores. Si un presidente se asume como el representante de la nación, y declama que su política es idéntica a los valores de la nación, entonces cualquier ciudadano o partido que disienta con esa política será automáticamente identificado con valores alejados de nación, cuando no simplemente como un traidor a la patria.

El nacionalismo de Trump es un tipo de nacionalismo propio de los países europeos (de derecha y xenófobo) y diferente de los de América Latina.

Los nacionalismos en América Latina han estado con frecuencia asociados con posiciones políticas de izquierda. Ello encuentra su explicación en su pasado colonial y en las luchas de liberación nacional. Ser nacionalista en América Latina supone la defensa de la autonomía de una comunidad política. El nacionalismo se desencuentra con la democracia cuando va acompañada del monopolio del discurso nacional. Por el contrario, el nacionalismo es compatible con la democracia y se aleja de la intolerancia, cuando el discurso está asociado con la defensa de la comunidad política. También es compatible con la tolerancia cuando reclama el reconocimiento de la identidad comunitaria histórica, como ocurrió con las reivindicaciones del EZLN y ocurre en la Catalunya contemporánea. En oposición, el nacionalismo de Trump es un nacionalismo fóbico, de rechazo a la convivencia entre comunidades diferentes.

3. La propuesta anti-regionalista de Trump es un imperialismo económico invertido, de cierre nacional. La tendencia económica hasta época reciente (por cierto con muchas dificultades) fue la regionalización política y económica. En las regiones los países de mayor peso económico lideraban y obtenían apreciables ventajas sociopolíticas. Es el caso de Alemania en la Unión Europea, la gran beneficiaria de la estrategia de integración regional. También el liderazgo de Brasil implicó su preeminencia en el Mercosur (aunque por ser una integración menos estructurada, el liderazgo es menos neto). En el Nafta, según advierten algunas evaluaciones el gran beneficiario es Estados Unidos, por cuanto ha favorecido una enorme expansión de las empresas estadounidenses en el territorio mexicano, y fundamentalmente porque México no ha logrado modificar sus índices críticos de pobreza, desarrollo económico y migración. Curiosamente, el Estados Unidos de Trump ya no buscaría, como otrora, la influencia y expansión a través de sus empresas en toda América. Por el contrario, plantearía un modelo ruso, culturalmente cerrado y con fuerte control militar internacional.

4. Por último, el mayor peligro en la presidencia Trump es el síndrome antisistema, que ha sido frecuente en el sur de América Latina en la última década. Este síndrome va más allá del discurso xenófobo y de resentimiento nacional, e implica generar un clima de deslegitimación del orden político democrático, erosionando la legitimidad de los competidores políticos. Quedó de manifiesto en el discurso de denostación hacia el conjunto de la clase política (de Washington) y en desacreditar a la prensa. Es un rasgo común entre este populismo de derecha con los populismos de izquierda sudamericanos. A diferencia del discurso de los presidentes con vocación democrática que asumen el gobierno con el reconocimiento del adversario, estos líderes con síndrome antisistema, siembran en la denostación del adversario, las semillas de la auto perpetuación. En la crítica al conjunto de la clase política y a la prensa no oficialista, se critica al orden político de competencia y la legitimidad de la reproducibilidad democrática.

Doctor en ciencia política por la Universidad de Florencia, Italia, Miembro del Sistema Nacional de investigadores y Profesor de la Universidad de Guanajuato

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