El proceso es el mensaje. En las sociedades democráticas contemporáneas tan importante como contar con una buena política pública es su proceso de elaboración. Es de este proceso del que deriva o no la apropiación colectiva y la permanencia de las decisiones de interés general. Sí: ya no sólo el medio, como proponía McLuhan, sino también el proceso es el mensaje. Y este mensaje adquirió centralidad esta semana con la descripción de un proceso de tres años que condujo a la construcción del nuevo modelo educativo puesto a circular el lunes.

Es cierto que la propuesta curricular y pedagógica de este nuevo modelo ha recibido reconocimientos por su idoneidad para remover rezagos y barreras que han obstaculizado la formación en nuestro país de personas y ciudadanos con capacidades para enfrentar los retos del siglo XXI. Pero lo logrado no es producto sólo de una o varias mentes brillantes, ni se presenta como una moda más a ser intercambiada por otra que llegue más tarde a través de diferentes o de las mismas mentes brillantes, como ha ocurrido antes. El modelo es, en cambio, resultado de un proceso que Sylvia Schmelkes, la consejera presidenta del autónomo Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), no ha vacilado en calificar reiteradamente de democrático.

En nuestras más retrógradas tradiciones políticas, nacidas, por cierto, de la mala educación, en particular, de una arcaica y arcaizante enseñanza de la historia, la construcción nacional ha dependido de personajes providenciales por su lucidez, su arrojo y su voluntad para vencer enemigos internos y externos. De allí la cultura política que atribuyó por dos siglos a líderes y gobernantes lo mismo el poder de iluminar paraísos que de apagar infiernos. Y de allí —de la prevalencia de esa cultura política— la pregunta recurrente en nuestros medios sobre la suerte que correrá en el ya próximo tránsito sexenal una reforma como la educativa, que culmina ahora una fase crucial, pero cuya conclusión —y cuyos rendimientos— habrán de trascender el actual sexenio.

Autoritarismos en las democracias. En el mismo esquema de aquellas tradiciones, nuestra ‘comentocracia’ tiende a despejar la incógnita de la sobrevivencia de esta reforma, y de las demás emprendidas por el actual gobierno, a partir de las declaraciones de quienes se han apuntado para la competencia del 2018 (uno de los cuales ya ha anticipado su decisión de revertir al menos algunas de aquellas transformaciones en curso). Según esto, la suerte final del proceso reformador iniciado por el presidente Peña Nieto, dependerá de quien lo suceda en Los Pinos.

Pero en los tiempos que corren en México y en el mundo, parece recomendable seguir otras pistas. Por ejemplo, en un caso límite, todavía no se conoce la suerte final de los atropellos anunciados en todos los órdenes por una personalidad tan autoritaria como la de Donald Trump. Y la incógnita continúa precisamente por las resistencias que encuentran esos atropellos en el tejido político, jurídico y social de un régimen básicamente democrático.

¿Desandar caminos? Por eso es que, a pesar de contar su partido con una cómoda mayoría en el Congreso, no han bastado hasta ahora las vociferaciones del magnate para revertir una reforma como la de salud, ni un tratado como el de libre comercio con México y Canadá, surgidos de largos procesos de negociación, cuya revisión supone otros arduos procesos de negociación.

Y contra lo que supongan en México los intereses damnificados por la construcción del nuevo sistema educativo —y los de quienes pretendan acaudillarlos en el filo del 2018— la respuesta sobre la suerte transexenal de la reforma educativa pasará por la aduana de los protagonistas de un largo camino que difícilmente aceptarían desandar: de un proceso que puso a las escuelas en el centro del sistema, las liberó del control de camarillas sindicales y burocráticas e implantó un modelo teniente a garantizar la calidad de la educación pública obligatoria.

Director general del Fondo de Cultura Económica

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses