Hambre y ganas de comer. En el último mes del calendario los medios del mundo venden a precio de remate los balances del año que se va, e inician la preventa de pronósticos y expectativas para el año que se nos viene encima. Pero entre algunos de nuestros columnistas aparecen de pronto videntes para plazos más cortos, aplicados a la lectura de la fortuna o la mala fortuna de los actores públicos locales. Y de allí pasan, sin recato, a lanzar profecías de un plazo mayor, por ejemplo, sobre cómo incidirá en la sucesión presidencial de 2018 el vaticinio de lo que supuestamente ocurrirá en las siguientes semanas.

En este juego se junta el hambre con las ganas de comer por parte de actores públicos atados a visiones de cortísimo plazo: empresarios atentos al efecto de la noticia del día en el corte de caja del final de la jornada; políticos ansiosos de traducir la especulación cotidiana de la prensa en un campanazo de suerte a través de una declaración, un discurso, una gestión oportuna o el trámite oportunista de un favor, y periodistas tratando de adivinar el sentido y el efecto de esas andanzas.

Un ejemplo a la mano de estas conductas informativas se da ante los imprevisibles, cambiantes gestos de Trump y su equipo hacia México, que este periodismo convierte en la clave para definir —no destinos probables para nuestro país, para nuestros migrantes o para nuestra economía— sino sólo el futuro de unos u otros miembros del gabinete o allegados del presidente mexicano. Y ello con una precipitación que apremia a resolver la adivinanza antes del 20 de enero: el día de la llegada del magnate a la Casa Blanca. Este periodismo suele luego aventurarse a un salto mortal: el que propone inferir de este juego la definición del siguiente morador de la residencia de Los Pinos.

Gestos y golpes escénicos. Por supuesto que el gobernante, el político —y el buen analista en los medios— están obligados a llevar el pulso diario de los acontecimientos. Y los dos primeros —gobernantes y políticos— no se pueden permitir, sobre todo en estos tiempos, dejar de explorar todo camino que se abra —a cualquier hora— para la gestión de sus causas. De allí que resulten bienvenidas las versiones difundidas por un asesor del equipo de transición del presidente electo estadounidense, el financiero Anthony Scaramucci, en el sentido de que Trump mantiene una “gran relación” con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, y de que “hablan de forma regular”. Incluso esto puede resultar tranquilizador en un México acosado por los insultos y amenazas recibidos a lo largo de la campaña presidencial finalmente victoriosa.

Lo mismo ocurre con el reciente encuentro del próximo presidente estadounidense con el ex candidato demócrata y ambientalista Al Gore, que dio lugar a expectativas tendientes a paliar la preocupación planetaria sobre los dichos previos del magnate acerca del cambio climático. La tarea del analista de estas noticias en los medios radica en sopesar gestos y golpes escénicos, contrastándolos con los mensajes en sentido contrario, para tratar de darle sentido a las informaciones. Se trata de establecer los derroteros de los acontecimientos en curso, por ejemplo, si el encuentro Trump-Gore incidirá o no en la gestión ambiental del nuevo gobierno.

Balances y expectativas. Éste no parece ser el caso de algunos análisis en nuestra prensa local sobre un eventual acercamiento de los presidentes de México y Estados Unidos. Porque aquí, a cambio de referencias a los cauces que pueden seguir en los próximos años los delicados asuntos a tratar por los dos gobiernos, tenemos especulaciones sobre las recompensas o castigos que les esperan a los estrategas y operadores del equipo presidencial, según les vaya en las jugadas de los próximos días.

Pero es hora de obtener lecciones de los balances que ahora remata la prensa sobre lo ocurrido durante el año electoral de Estados Unidos, antes de precipitarnos sobre la preventa de expectativas del año de su nuevo poder.

Director general del FCE

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