Benevolente incertidumbre. Estamos llegando al colmo de sobrevalorar la incertidumbre. La invocamos como una especie de tregua suspensiva de la llegada de lo peor: como la postergación de las certezas funestas que nos anticipa cada anuncio de la composición del inminente gobierno de Trump. Encontramos consuelo en la idea de que la moneda está en el aire y podría caer del lado de escenarios menos nefastos —aunque sean improbables— sobre los planes para México de quien ocupará la Casa Blanca en tres semanas. Buscamos sosiego y alivio en cálculos y especulaciones optimistas, aunque inverosímiles, que más parecen bromas para este Día de los Inocentes.

Un titular de Animal Político le atribuía la semana pasada a Carlos Slim el dicho de que “Trump puede ser muy bueno para México”. Pero el magnate mexicano sujetaba enseguida ese puede ser a una serie de condiciones inciertas, entre ellas, que el nuevo presidente lograra tener éxito en sus metas económicas, como crear 25 millones de empleos, que la economía estadounidense creciera 4%, y que construyera la formidable infraestructura prometida. En ese caso —especulaba el multimillonario mexicano que cautivó al estadounidense— Estados Unidos requeriría de muchos trabajadores mexicanos, sobre las amenazas de deportación y las ofensas racistas contra nuestros connacionales.

La bruma de la incertidumbre se espesaba todavía más, en palabras del propio empresario mexicano, a propósito de la viabilidad de las metas del presidente electo, ante el rezago y la pérdida de liderazgo que significaría para Estados Unidos el cierre de su economía con el ocaso de sus tratados comerciales y la correspondiente pérdida masiva de empleos asociados sólo al Tratado de Libre Comercio con México y Canadá. Es desde estos costos de la materialización de los más descabellados y gravosos proyectos de Trump que ha cobrado valor la incertidumbre sobre su puesta en acto, acompañada de la expectativa de que, al final del día, se abrirá el paso la racionalidad contra el disparate y las instituciones republicanas frenarán el voluntarismo, el prejuicio y la arbitrariedad.

Normalidad en entredicho. El problema está en que “las instituciones de la república no protegen frente a la tiranía cuando los poderosos empiezan a desafiar las normas políticas”, tercia Paul Krugman contra el optimismo de estos días restantes de incertidumbre previos a la certeza lamentable de que “la tiranía, cuando llega, puede prosperar aunque mantenga una apariencia de república”, como sostiene en su artículo de esta semana el Premio Nobel de Economía 2008.

A raíz del triunfo de Trump, Krugman ha insistido en que la democracia en su país se encuentra al borde del abismo. Ha llamado “a no actuar como si éstas hubiesen sido unas elecciones normales cuyos resultados encomiendan al vencedor alguna misión”. Pero ni las elecciones fueron normales —Krugman las ha comparado con las del ascenso de Hitler y ha subrayado la injerencia rusa en el proceso— ni será normal el ejercicio del poder, ni lo serán las relaciones con países como el nuestro. Así lo anticipó su primer contacto con México en la persona del hombre más rico del país.

America First. Estamos a días de que llegue a su fin la incertidumbre manejada como esperanza de que Trump no sea el presidente que ofreció ser. ¿Una inocentada para hoy? Es difícil encontrar en la historia un gobernante estadounidense tan riesgoso para nuestro país y el mundo. Pero allí está en la historia alternativa, acaso ejercicio profético, de Philip Roth en su novela The plot against America: La conjura contra América, como se tradujo al español, en la que un xenófobo antisemita Charles Lindbergh le gana la presidencia a F.D. Roosvelt en 1940 con una retórica tan aislacionista como la de Trump y con el lema “America First”, gemelo del trumpiano “Make America great again”. Y con niños judíos atacados en el vecindario, como los hispanos acosados hoy como consecuencia del discurso de odio de un presidente real.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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