Las elecciones del miedo. A 19 días de las elecciones del miedo en Estados Unidos —el miedo al mundo que les vende Trump a sus seguidores y el pánico que Trump provoca en el mundo— y a unas horas del último debate —a morir o a matar—, el ricachón advenedizo en la política estadounidense se sacó de la manga otra carta marcada: el miedo a un supuesto fraude electoral, que no es otra cosa que la intolerancia a la posibilidad o a la proximidad de la derrota de quien pretende pasar por la vida como ‘ganador nato’.

Por supuesto que este narcisismo herido por la inminencia del fracaso (hasta las cuentas de hoy) se mal disfraza con el discurso de la inadmisibilidad de la pérdida de la elección por quien se ha proclamado triunfal héroe del regreso a la grandeza a la nación, una causa suprema, y redentor del pueblo estadounidense victimado, entre otros, por los migrantes mexicanos. Se trata de la paranoia que suele acompañar a los caudillos hoy llamados mesiánicos o populistas, independientemente de su giro a la izquierda o a la derecha. Y se trata también de proyectos políticos surgidos al margen de estructuras partidistas, o desde partidos de corte personalista, o que toman por asalto un partido establecido, como hizo Trump con el Republicano.

En México está por ejemplo el así identificado como ‘caudillo cultural’, Vasconcelos, y su repulsión, en 1929, a una derrota inaceptable por quien se asumía portador de una misión superior y por tanto invencible: civilizar a los mexicanos remisos a la democracia. Y ocurrió también, en 1940, con el caudillo de los afectados por el gobierno de Lázaro Cárdenas, Almazán, y su fobia a aceptar el fracaso electoral de su bien fondeada campaña, con una causa supuestamente superior: revertir las llamadas desviaciones cardenistas al programa originario de la Revolución. Y en sentido contrario aparece Henríquez Guzmán, el caudillo que se propuso revertir las desviaciones del régimen de Alemán al programa cardenista.

El espejo empañado. Con su denuncia al fraude electoral anticipado, lo que queda de la proclama de Trump de volver a hacer grande a su país (‘Make America Great Again’) es la imagen que le devuelve el espejo del México que construyó con sus ofensas: predemocrático, fuera de la ley, ‘that mexican thing’ identificada ahora en el fraude electoral con esa ‘Great America’.

Pero aquí vale invocar otra vez nuevos paralelismos entre los discursos de campaña de los dos países. Podemos dividirlos entre mesiánicos y mosaicos. Esto último, a partir de la metáfora de estudiosos que habían equiparado hasta hoy la retórica electoral de los candidatos presidenciales estadounidenses con la prédica de Moisés y su oferta de una tierra prometida apuntando al futuro. Pero apareció Trump, con su mesianismo de regreso al supuesto paraíso perdido, a un pasado idílico de grandeza: un país más blanco, con los negros, las mujeres y los homosexuales en su sitio; un país mayoritariamente sajón y protestante, en un entorno macartista. O sea, un país menos latino, oriental y musulmán, refractario a la diversidad y al pluralismo.

Entre varios mesías y un Moisés. Por otra parte, en los ejemplos mexicanos citados, acaso sólo la retórica de Vasconcelos presenta rasgos de oferta de tierra prometida: el futuro orgulloso de una educada nación mestiza, mientras en los otros casos la propuesta fue el regreso a paraísos perdidos: Almazán, a un nebuloso proyecto originario de la Revolución; Henriquez Guzmán, al sexenio de Cárdenas.

Mención aparte merecen los paralelismos entre las retóricas de Trump y de López Obrador, tanto en la invocación de conspiraciones para cortarles la ruta a la Presidencia, como en su explícita decisión de revertir reformas y compromisos de sus países. Trump contra el Obamacare y AMLO, por la revocación de las reformas del Pacto por México. Ambos, por echar atrás el Tratado de Libre Comercio.

El debate de hoy y la elección en 19 días definirán algo más que el ocupante de la Casa Blanca en enero.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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