Buenas y malas noticias. Si se evalúan los dos primeros días del regreso a clases en los niveles básicos del sistema educativo, el promedio de efectividad nacional en la apertura del ciclo escolar se acerca a los cien puntos sobre cien. De hecho los alcanza en la mayor parte de los estados y se aproxima a esa cota de excelencia en Guerrero y Michoacán, mientras apenas rasca el 5 sobre 10 en Oaxaca y quizás Chiapas.

Otra cosa resulta si se evalúa la capacidad de movilización y la destreza adquirida por la minoría disidente —unos 70 mil de más de un millón de maestros— para hacer sus bloqueos y agresiones más perceptibles que la visibilidad que suele conseguir la mayoría con su apego a la ley y a su magisterio. Y es que, igual que en el ejemplo de la primera clase de periodismo —todos los días llegan a puerto miles de barcos, pero sólo es noticia el que se hunde— el lunes abrieron las puertas a sus alumnos una 200 mil escuelas de educación básica en el país, pero para algunos medios la noticia estuvo en las que impidieron el acceso a los niños en la mitad de los planteles de dos estados.

Pero si se comparan las apreciaciones de rebeldía magisterial extendida de los años anteriores, con el panorama de inicio de clases de esta semana, parecería que en el propio magisterio avanza la construcción de consensos en torno de la reforma educativa. Sin embargo, respecto de la gestión del disenso de la minoría, se ha llegado a un punto sin retorno en que no va quedando más margen que la aplicación de la ley ante el incumplimiento de las obligaciones escolares, como ya lo advirtió el titular de la SEP, por un lado, y por otro, ante los daños a particulares y a la economía regional y nacional que generan los estrangulamientos de ciudades y de vías de comunicación, una responsabilidad, ésta, de los órganos de seguridad del Estado.

Olímpicas distorsiones. Bien por la disculpa ofrecida a la sociedad por el titular de la Comisión Nacional del Deporte (Conade) por haberse hecho acompañar por su novia a los Juegos Olímpicos de Río, incluyendo su descargo de responsabilidad por no haberlo hecho con recursos públicos. Mal porque esa frivolidad —como él mismo la llamó— dio origen a olímpicas distorsiones en el manejo de los medios y de las percepciones públicas.

Por un lado, las imágenes de los desplazamientos de la pareja, sazonadas con giros informativos interesados, llevaron a muchos al absurdo de relacionar nuestra sequía de medallas de la primera semana con las ocupaciones románticas del funcionario. Pero, por otro lado, empañaron el hecho de que el saldo final de medallas estuvo lejos de ser el peor de la historia reciente y de que más de una decena de mexicanos arribaron, como nunca antes, al filo del medallero. No es una apología del ‘ya merito’, sino la constatación de una mayor competitividad de nuestros deportistas que, con una verdadera estrategia nacional, podrían vencer en adelante las variables que ahora les impidieron coronar sus esfuerzos en el podio de ganadores.

¿La hora del deporte? Pero la distorsión mayor estuvo a cargo de los intereses particulares que, enquistados en las federaciones, han impedido por décadas la instrumentación cabal de políticas públicas nacionales del deporte. De su obstinación en controlar cada rama y en ejercer recursos públicos sin rendición de cuentas, ha surgido su enfrentamiento con la Conade desde su fundación, como lo sugiere el puntual artículo de Rafael García Garza en la Crónica del domingo. Neutralizar y socavar a sus titulares —que con frecuencia les han dado excusas— ha sido propósito permanente de quienes ahora explotaron hasta la saciedad los amartelamientos del actual directivo.

Quizás, tras la emancipación de las funciones educativas públicas de los controles que la sujetaron por décadas, esté llegando la hora de liberar la función pública del deporte de sus ataduras, para abordarla desde una estrategia nacional, como lo hacen, por diversas vías, las actuales potencias deportivas.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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