Todos los días critican y criticamos a los países europeos que se niegan a recibir a los refugiados sirios, eritreos, somalíes, afganos, musulmanes en su mayoría, y árabes la mayoría de los sirios. Pero, ¿cuál es la situación en el Medio Oriente mismo? Las monarquías opulentas de la Península Arábica, las del petróleo, que no dejan de llamar todos los musulmanes al combate contra Bashar el Assad, para liberar al pueblo hermano sirio, no hacen nada por los refugiados. Mandan dinero y armas a las facciones que sirven a sus intereses, incluso al Califato, pero nada para los refugiados; es más, no han recibido un solo refugiado. Han de pensar que eso les toca a Turquía, tierra de islam sin ser un país árabe, a Jordania, Líbano, Egipto, países pobres, amenazados por mil peligros. Ellos han acogido casi cinco millones de sirios; en Líbano los refugiados representan casi la tercera parte de la población.

En Europa, los países antiguamente comunistas no quieren aceptar ni un solo musulmán porque eso podría amenazar la “identidad nacional”. Dinamarca, España, Francia y Gran Bretaña no cantan mal la misma ranchera, pero ahí están Alemania y Suecia cuya población cuenta buenos samaritanos por cientos de miles. Han recibido un millón, posiblemente más de un millón, de ilegales el año pasado. Los dos Estados, desde el municipio hasta el gobierno central, apoyados por numerosos benévolos, les ofrecen alojamiento y ayuda, escuela para los niños, asistencia médica, les permiten trabajar y hacen lo imposible para que aprendan pronto la lengua, las costumbres, para que puedan integrarse.

Deberían sentir una vergüenza enorme los monarcas de los petrodólares y sus religiosos. Pues no. Cuando la canciller alemana Angela Merkel, el año pasado, abrió las puertas de su país a los refugiados sirios, en nombre de los valores de justicia y humanidad, ¿qué dijeron? Lo sabemos gracias al famoso editorialista árabe Abdel Bari Atwan el cual, en el periódico Rai Al Yum (Londres) denunció con indignación lo siguiente: “un predicador, en una de esos célebres canales satelitales ‘islámicos’, se atreve a hacer notar que Merkel encabeza un partido cristiano demócrata y que se debe temer que su meta verdadera sea ‘cristianizar’ a los refugiados aquellos. Si ese predicador está tan preocupado por su suerte, ¿por qué no llama a los países árabes a ‘preservar’ su creencia musulmana, es decir, concretamente, a recibirlos en su casa? ¿No se encuentran esos países árabes mejor situados para hacerlo que Alemania, Austria, Francia e Inglaterra?”.

Nos dice que los que visitaron el campo de refugiados de Al-Zaatari, en Jordania, precario alojamiento de cientos de miles de sirios, saben muy bien que unos traficantes de carne humana se enriquecen al organizar matrimonios provisionales (misyar), “una forma de prostitución disimulada bajo un barniz de matrimonio religioso”.

Los ricos Estados del Golfo no sólo se niegan a recibir a sus correligionarios, sino excluyen de escuelas y hospitales a trabajadores inmigrados árabes que tienen años en el país. Lo único que les preocupa es el adversario iraní y sus aliados en la región, como el régimen alauí de Bashar el Assad. Por eso no solamente no dedican ni un centavo para ayudar a los refugiados, sino alimentan la guerra, las guerras que producen su desgracia.

Y no toco el asunto de las consecuencias de la versión del islam difundida por Arabia saudí desde siempre. Tiene mucho que ver con la distorsión del islam que propaga el Califato. Hocine Ben Abderrahman, imam de Bruselas, lamenta el hecho de que, por la influencia saudí, el islam europeo está representado fundamentalmente por la escuela salafista y la de los Hermanos musulmanes: “Los imames imitaban a los de Arabia saudí, empeñados en aislar a los musulmanes del resto de la sociedad. Han impuesto fatuas como las de que dar la mano a una mujer o decir a tu vecino “feliz Navidad” es ilícito.” Eso va para largo.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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