Parece que la desunión es la característica común de la mayoría de los países del mundo occidental europeo y americano. Francia y México no cantan mal las rancheras, pero nuestro vecino del Norte gana el campeonato. Las elecciones presidenciales que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca no provocaron, sino confirmaron la profunda zanja que divide a EU, aparentemente en dos, en realidad en muchos pedazos. Hace unos años, el llamado Tea Party nos había sorprendido, luego nos apresuramos en olvidar lo que consideramos como un acceso de locura; integrado por el Partido Republicano, ese movimiento contagió gravemente a dicho partido que olvidó las buenas tradiciones estadounidenses para rechazar todo compromiso en el Congreso y hacer la vida imposible al presidente Obama.

El año electoral 2016, antes de sorprendernos con la victoria de Trump, lo hizo con el éxito del socialista Bernie Sanders, viejo político, ciertamente, pero totalmente desconocido fuera de su estado; casi le gana las primarias a Hillary Clinton y algunos creen que hubiera podido derrotar a Trump. No sé, pero eso significa que una buena parte del electorado demócrata había dejado de confiar en su partido. Tanto entre los electores de Trump, como entre los de Sanders, se manifestó una antigua tradición “populista” que remonta al siglo XIX y que consiste en desconfiar de los políticos profesionales y de los intelectuales “cabezas de huevo”. Hoy en día, los dos grandes partidos están divididos entre tradicionales (moderados, capaces de lograr compromisos) y radicales intransigentes.

Los descontentos de ambos bandos han manifestado que no se conforman con las desigualdades olvidadas o no tomadas en cuenta por los dirigentes; es donde entra el tema de la “maldita globalización que destruye nuestras industrias, nuestra agricultura, nuestros empleos”. Ese diagnóstico lo comparten Sanders, Trump y los electores de ambos. Desde la crisis de 2008, no ha dejado de crecer la protesta contra un sistema que opone las grandes ciudades a la “América profunda”, y favorece la concentración de riqueza y poder simbolizada por Wall Street y Silicon Valley en California. La paradoja es que el enojo popular, expresión de una lucha de clases y de regiones, haya llevado a un empresario millonario al poder.

Más grave aún, los antiguos demonios que uno creía muertos y enterrados, salieron de su tumba o de sus cuevas donde, bien escondidos, esperaban la hora de la revancha. Revancha contra los negros y su abominable presidente africano, supuestamente musulmán y usurpador nacido fuera del país; revancha contra los inmigrantes, en un país de inmigrantes: el latino y, entre los latinos, el mexicano es el chivo expiatorio designado por un Trump que escondía sus raíces alemanas; revancha contra universitarios, intelectuales y artistas acusados de ser responsables, con su libertinaje, de la decadencia moral y cultural del país. Los consideran unos flojos inmorales que minan las bases éticas del país. La nueva izquierda que se reconoció en Bernie Sanders comparte esa idea y un ideal puritano, ético, de virtud contra la corrupción de los políticos por el capitalismo. Una vez más, la paradoja es que esa indignación haya contribuido en llevar al poder un hombre que no es especialmente virtuoso.

Matt Feeney, un tiempo profesor de filosofía política, hoy cronista en el New Yorker, dice que EU se encuentra en el ojo del ciclón, que sus ciudadanos viven en islas, cotos, guetos culturales separados y homogéneos, donde encuentran únicamente gente que comparte las mismas creencias y pasiones. “Si uno quiere entender ese momento de fragmentación y narcisismo, encontrará, dice Feeney, la respuesta en los medios numéricos que permiten la creación de comunidades abstractas (…) Internet nos lleva a la confrontación de personalidades vanidosas y frágiles”. Todo eso conduce a un casi separatismo a todos los niveles.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.

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