Los tres Estados del Cáucaso del Sur, Armenia, Azerbaiyán y Georgia se encuentran en una peculiar situación; los tres son víctimas de conflictos congelados. Georgia ha perdido sus provincias separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, “liberadas” por el ejército ruso, mientras que Armenia y Azerbaiyán están al borde de la guerra por la provincia del Alto Karabaj. Un amigo me escribe lo siguiente, el 27 de febrero:

“Acabo de regresar de Armenia y de Nagorno-Karabaj, donde estuve como observador del referéndum que celebraron sobre la reforma constitucional y el cambio de nombre. Desde un punto de vista de participación democrática, todo fue bien. Habían caído grandes nevadas, pero tuve sol y buenas temperaturas, así que resultó precioso desde el punto de vista turístico. También desde el punto de vista de la hospitalidad. Volví de todos modos cargado de tristeza, ante el riesgo evidente de una nueva guerra. El ataque de abril del pasado año (por parte de las fuerzas azeríes) fracasó, pero mi guía espontáneo en la segunda visita que realicé en la zona del frente, me confesó que sólo por impericia en el manejo del nuevo armamento, (los azeríes) no lograron sus objetivos en el frente sur. Hay además tres o cuatro entrantes azeríes en el centro y el nordeste —por este último también atacaron fuertemente— desde donde pueden insistir fácilmente con el enorme armamento adquirido, en gran parte a Rusia, la cual por lo demás es el principal protector (de Armenia) (…) Los armenio-karabajíes están seguros de volver a rechazarles, pero es difícil que Azerbaiyán acepte los resultados territoriales de la tregua de 1994, por los cuales Karabaj ha más que duplicado su extensión, logrando la continuidad territorial con Armenia”. (La guerra entre las dos naciones empezó a finales de la perestroika, después de la expulsión, en 1988, de 300 mil armenios de Azerbaiyán, que provocó la de 150 mil azeríes de Armenia. Por decisión de Stalin, la provincia de Karabaj, armenia en un 75%, pertenecía a Azerbaiyán. Dividir para reinar. Devuelvo la palabra a mi amigo).

“Los cuatro días de guerra en abril de 2016 fueron brutales. Putin paró la contienda y esperamos que siga en esa función, porque los otros mediadores del Grupo de Minsk, con Donald Trump y las elecciones francesas son una incógnita”. Completo ese comentario con un dato duro: el presupuesto militar del rico Estado petrolero azerí equivale al PNB de la pobre Armenia que vive de las remesas de su gran diáspora.

El origen de esos conflictos nos remite a la expansión del imperio ruso en el Cáucaso desde finales del siglo XVIII, a expensas de los imperios otomano y persa, y a la etapa soviética cuando la URSS diseñó aquellos tres Estados. Abjasia y Osetia del Sur tenían el estatuto de autonomía en el seno de la República Socialista Soviética de Georgia; el Alto Karabaj era “región autónoma” en la RSS de Azerbaiyán. Después de varias guerras y muchos miles de muertos entre 1991 y 1994, sin olvidar la guerra-relámpago de Rusia contra Georgia en 2008, la situación está congelada sin reglamento diplomático a la vista. ¿Serán las armas que resolverán los problemas? No en el caso de Georgia que no puede enfrentar al ejército ruso. No en el caso del Alto Karabaj, mientras el presidente Putin mantenga su influencia sobre el déspota azerí. Pero, ¿lo logrará siempre? ¿No cambiará de parecer bajo la influencia de acontecimientos imprevisibles?.

Los odios mutuos se alimentan con los relatos de los sufrimientos de los que perdieron todo cuando la “limpieza étnica” acabó con una convivencia milenaria y también, en el caso del Karabaj, con los relatos de la “guerra de independencia”. Cada semana hay intercambios de tiros en la línea de frente que no ha cambiado desde el cese al fuego de 1994, cada semana hay muertos y esa tensión permanente hace de la pequeña república de Karabaj una Esparta, una nación permanentemente en armas.

Investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu

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