La Ciudad de México anunció que la primavera verá el empeoramiento de la calidad del aire provocado por la permanencia, como cada año, de un sistema de altas presiones, lo que impide la dispersión de las partículas y dispara el ozono. El año pasado, entre marzo y junio, se registraron 890 mil casos de padecimientos relacionados con la contaminación en el Valle de México; hubo más de 200 días con mala calidad del aire; en Monterrey fueron 220.

El problema es mundial, lo que no consuela, ni excusa. La contaminación envuelve el planeta, desde el primer mundo hasta los inframundos. En China, los días de “alerta roja” en todas las grandes ciudades ya no se contabilizan, y el gobierno, preocupado por las protestas, borra mensajes en las redes sociales. Hace unos días, la Escuela Nacional de

Sanidad de España publicó el primer estudio sobre los fallecimientos provocados por la contaminación por partículas: 2 mil 700 muertos por año, a los cuales hay que sumar otros 6 mil 500 provocados por el dióxido de nitrógeno y la concentración de ozono.

En diciembre del año pasado, tanto China, como India y varios países de Europa sufrieron picos muy altos de contaminación. En Francia fue el episodio más largo e intenso de los últimos diez años, algo que denuncia la apatía de los poderes públicos (en casi todos los países, no solamente en Francia y México). En Francia, como en la Ciudad de México, existe un programa de monitoreo del aire y de la salud (Santé Publique France) que sigue desde hace varios años el impacto de la contaminación atmosférica sobre la salud.

A corto plazo, la contaminación provoca tos, ligera molestia respiratoria, irritación de los ojos, y reacciones más graves entre infantes y ancianos con problemas respiratorios o cardiacos. El problema es el largo plazo: la contaminación puede provocar enfermedades crónicas, como cáncer del pulmón e infartos, afectar a las mujeres embarazadas y a sus bebes. En Francia, las partículas finas en suspensión en el aire provocan 48 mil decesos al año, lo que equivale, en las ciudades más afectadas, a una reducción de dos años en la esperanza de vida. Provoca tantas muertes como el alcohol y 66% de las causadas por el tabaco (78 mil muertos al año).

Siempre notamos los picos de contaminación, especialmente cuando provocan episodios de “contingencia” que limitan la circulación de nuestros queridos y, hasta ahora, indispensables coches. Y no faltan los que se enojan. Más grave que los picos que se presentan unos días al año, es la contaminación crónica más, mucho más de la mitad del año. Es la que nos debilita, enferma, mata. Es invisible, como invisibles son sus víctimas. El informe de junio de 2016 publicado en Francia señala que 93% de las hospitalizaciones y de los decesos provocados por la mala calidad del aire ocurren cuando no se ha llegado a la situación de contingencia. Ni Francia, ni México han tomado conciencia de la gravedad del problema, ni de su costo en vidas humanas, para no mencionar el costo financiero que representa para la sociedad: 101 mil millones de euros para la sola Francia (Le Monde, 9 de diciembre 2016,

Francia desarmada frente a la contaminación del aire. “Es la contaminación crónica que tiene el mayor impacto sobre la salud”).

¿Qué hacer?, como diría Lenin. No podemos seguir muriéndonos por el solo hecho de respirar. Uno puede dejar de fumar, de beber, de tragar como enajenado, de manejar como loco, pero no puede dejar de respirar. El mal proviene de los efectos conjuntos de la producción industrial, de la circulación del automóvil, del transporte masivo por carretera (el ferrocarril es mucho menos dañino), de la actividad agrícola, de la quema de pastos y bosques. Cuatro de esos cinco puntos implican consumo de energías fósiles. Urge reducirlo y emprender una transición energética, lo que implicaría un cambio en nuestro modelo de sociedad.

Investigador del CIDE.

jean.meyer@cide.edu

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