Es el momento de ser optimista y no imitar a los franceses que cultivan la depresión nacional desde hace muchos años; todo el mundo sabe que son incurables pesimistas, masoquistas de primera que le temen al porvenir, cultivan la nostalgia de una edad de oro (que nunca existió), son los primeros consumidores de tranquilizantes en el mundo, y no aceptan que la realidad de su país es bastante positiva. Con las elecciones presidenciales a la vista, los candidatos confirman su pesimismo al pintarles un cuadro muy negro, como si eso fuese la manera más segura de llegar al poder.

El pueblo mexicano, por naturaleza, es optimista y año tras años se sitúa entre los primeros para considerarse razonablemente feliz. Los trompicones que empezaron a caer a cada hora del día no deben arruinar ese sentimiento que nos ayuda a vivir; son muchas las amenazas, y demasiado reales, por eso califico de “trágico” nuestro optimismo, porque no es bienaventurado e irresponsable, sino lúcido. Los franceses ven el vaso medio vacío, mientras que nosotros lo vemos medio lleno y eso nos ayuda a enfrentar los peores temporales, que sí los hubo desde que tengo memoria.

Los medios masivos de comunicación dan de preferencia las malas noticias, porque eso vende mejor. Los pueblos felices, como las parejas felices, no tienen historia, historia interesante, historia que se pueda vender. Soy el primero en declararme culpable al señalar todo lo que va mal en nuestro país y en el mundo, por ejemplo, la destrucción permanente del medio ambiente o la espantosa contaminación que sufren nuestras grandes ciudades; por lo mismo, frente al vendaval que viene del norte, intentaré reconocer y difundir las buenas noticias, tanto como las malas.

Normalmente, los ancianos critican el tiempo presente y dicen que todo era mejor antes. Ya me tocaría hablar así, a mis 75 años cumplidos, pero en mi calidad de historiador, puedo asegurarles que las cosas no van tan mal, que México ha progresado y crecido en muchos aspectos. No me atrevería a decir como Michel Serres que “vivimos en un paraíso”, pero…

Nunca la humanidad ha disfrutado de un periodo tan pacífico y próspero, enunció el filósofo francés de 88 años, en septiembre del año pasado. No minimiza las violencias de nuestra época y la desigualdad en el mundo y en el seno de las naciones, pero subraya que el terrorismo mata mucho menos que el tabaco, el alcohol, los coches y las armas de fuego en venta libre. En su último libro, Darwin, Bonaparte y el Samaritano, nos invita a tener una visión optimista, sin ser ingenua, de la historia de la humanidad, una historia inscrita en el gran relato del universo, con plantas y animales, rocas y minerales. Tiene razón cuando subraya que vivimos mejor y más tiempo, una época bendecida por los dioses, en la cual se puede vivir en mejor salud y más feliz. Un mexicano entenderá a Michel Serres, mientras que los franceses se han de burlar del “cándido” historiador y filósofo. Nuestro querido Luis González, el gran historiador (QEPD) tenía esa visión de la historia, concretamente de nuestra historia nacional en su Pueblo en vilo, microhistoria de San José de Gracia.

Don Luis, como don Michel, pensaba que en su mayoría los hombres (y las mujeres) son buenos, que el humano es humano. Acabo de ver un corto documental del New York Times, intitulado 4,1 miles (la distancia que separa la costa turca de la isla de Lesbos). 20 minutos que nos enseñan a los admirables marineros griegos rescatando a los migrantes que se están ahogando, a los habitantes de la isla bajando al puerto para ayudar a los rescatados: los buenos samaritanos griegos salvaron y acogieron en 2015-2016, en esas cuatro millas y pico a seiscientos mil refugiados. ¡Los griegos!, víctimas de una crisis económica y financiera terrible, en un país al borde del colapso, criticado por las instancias europeas… los buenos samaritanos que nos dan un soberbio ejemplo de optimismo trágico.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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