Hace un año podía uno leer que “la peor sequía del último siglo se abate sobre Sao Paulo”, ahora uno se entera que “la peor sequía en décadas sacude a Colombia” y que “lo peor está por venir”, en palabras del presidente Santos. Los científicos nos advierten que la contaminación de nuestras grandes ciudades hace peligrar al cerebro: “Plomo, bisfenol A, perfluores… numerosas moléculas químicas alteran el desarrollo cerebral. Disminuirían las capacidades cognitivas de las nuevas generaciones… a consecuencia de exposiciones a agentes químicos in útero y durante la pequeña infancia. Según el profesor de Medicina Ambiental en Harvard, Philippe Grandjean, la inteligencia de las próximas generaciones peligra”.

269 mil toneladas de plásticos sobre los mares, o sea los océanos convertidos en un inmenso basurero (según la revista PloS One del 10 diciembre de 2015), lo que perturba gravemente todos los ecosistemas oceánicos, los organismos marinos, el plancton y las especies que viven en los sedimentos. 2015 fue el Año Internacional de los Suelos, pero nadie se dio cuenta y nada se ha hecho para protegerlos, cuando son fuente de materias primas, soporte de la agricultura, cuna de un inmenso patrimonio genético, un ecosistema en sí, no renovable a escala humana de tiempo. ¿Cuánto tiempo, en esas condiciones, conservaremos la fertilidad de los suelos agrícolas? El hombre que cubre los suelos con cemento y acaba con los bosques que los conservan, es el primer responsable en la retirada acelerada de los glaciares. En los últimos veinte años, las actividades humanas influyen en un 69% en el deshielo de los gigantes blancos. Si uno piensa que alimentan en agua cientos de millones de personas, como el Himalaya que nutre los grandes ríos asiáticos, Indus, Gange, Brahmaputre, Yangzi Zhiang… se queda helado.

En el verano de 1914, justo cuando empezaba la Gran Guerra, la muerte de Marta, la última paloma Passenger, Ectopistes migratorius de su nombre científico, en el zoológico de Cincinnati, marcó la desaparición de una especie que se contaba por miles de millones en América. La última paloma de ese tipo había sido vista en Indiana, en 1902, por un joven. Naturalmente la mató de un tiro. Una historia ejemplar contada en una exposición del Smithsonian en Washington en 2014 bajo el título Alguna vez eran billones. Y luego, ni uno. Hoy, en el mundo entero, las abejas se encuentran diezmadas por los pesticidas, como si no tuvieran suficientes enemigos naturales, pesticidas que no han de ser inocuos para nosotros. En todos los mares, la pesca industrial sin freno está destruyendo las existencias de peces y otros animales marinos, sin darles chanza de reconstituirse. Cuando uno ve los gigantescos buques-fábricas armados con toda la tecnología militar moderna, radar, sonar, GPS, uno empieza a desesperar. ¿Cuál porvenir tienen las pequeñas anchoas, el bacalao y las ballenas, gigantes del mar? El mismo que espera a los elefantes y a los rinocerontes.

Nuestro sistema de explotación sin mesura de los recursos de la naturaleza, de nuestra Tierra, es el responsable del desastre global. El planeta, con o sin calentamiento global, ha rebasado algunos de sus límites, mejor dicho, la humanidad, movida por una insaciable avidez y confiada en la ideología de un crecimiento infinito, ha cruzado todos los umbrales de riesgo. Desde 1950, nos hemos convertido en una “fuerza geológica” y nuestras actividades modifican el medio ambiente a una escala y un ritmo sin precedentes. El papa Francisco lo entendió y su encíclica Laudato sí no se debe entender como un grito de alarma ecologista, sino como un llamado a reorientar la economía mundial, hacia un modelo circular, como lo dice Jeremy Rifkin, en una entrevista al Espresso de Roma: “Expresó muy bien el problema al ligar la condición ambiental a la condición humana, la ecología del planeta a la ecología de la humanidad.” Cita al Papa: “Necesitamos un modelo circular de producción que asegure recursos para todos como para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar su consumo, maximizar la eficacia de su empleo, reutilizar y reciclarlos”.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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