Empieza un nuevo año. Que les sea propicio a todos y que nos toque la calma que Simon Driver, astrónomo australiano, anuncia de manera humorística para el Universo con U alta. En su calidad de director del equipo internacional que presentó un informe en la conferencia anual de la Unión Astronómica Internacional, dijo que “el Universo se sentó en un sofá, se tapó con el edredón y se prepara a dormir un sueño eterno”. En el texto colectivo publicado en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, en agosto de 2015, nos tranquiliza: el sueño eterno tardará unas decenas de miles de millones de años en llegar, “vamos hacia una fase de gran estabilidad que no es todavía la muerte del Universo”. Es menos activo, menos luminoso, engendra menos estrellas porque la expansión del Universo aleja las galaxias las unas de las otras. En cuanto a nuestro sol, el diagnóstico es el mismo: tranquilidad. El número de manchas solares, ligado a su actividad, no ha cambiado desde el siglo XVIII (Le Monde, 19 de agosto 2015).

La escala de tiempo que manejan los astrónomos rebasa nuestras posibilidades de imaginación, de modo que bajo unos escalones para pronosticar, no lo que pasará en 2016, no me atrevería por temor al ridículo, sino lo que pasará de aquí a 2116 o 2200. ¿Locura? Puede que, pero no tanto porque me limito a esbozar la muy probable evolución demográfica de nuestro no tan pequeño universo humano. En los años 1980, mi maestro, el gran historiador Pierre Chaunu, lo hizo con éxito al predecir que el siglo XXI vería la población africana crecer de manera prodigiosa y que para finales del siglo la población mundial, después de alcanzar su máximo histórico, empezaría a disminuir. Pasamos en un siglo, de mil millones de humanos, a siete mil; mis descendientes llegarán a ser diez mil millones antes de que termine el presente siglo y empezará luego, con el final de la transición demográfica, un descenso que será la segunda gran revolución antropológica de la historia de la humanidad, para hablar como Pierre Chaunu, la primera siendo la “invención” de la agricultura y la sedentarización, hace más de diez mil años.

La “explosión demográfica” de los siglos XIX, XX y XXI fue posible por la “explosión” de los rendimientos agrícolas y de las potencias mecánicas industriales o no, así como por el progreso de la Medicina (y de la alimentación). Durante esa etapa, el pesimismo del inglés Thomas Malthus no se justificó, mientras que ahora crece el número de sus partidarios espantados por el crecimiento de la población mundial. En efecto, seguirá creciendo por lo menos durante cincuenta años. África va a borrar su retraso histórico y alcanzará los 2 mil millones de hombres en 2050, rebasando a la India (mil 700 millones) y a una China cuya población habrá empezado a disminuir. Siguiendo a Pierre Chaunu, África no habrá hecho más que recuperar la parte proporcional de la población mundial que era la suya en 1500: 17%. Hay que saber que en 1900 África había bajado al 7% por razones socio-políticas internas y por la exportación de esclavos (por los árabes: 17 millones, por los europeos, 12 millones).

Luego, África seguirá el camino ya tomado por el resto del mundo, a saber la “transición demográfica”, o sea la reducción rápida del número de niños por mujer, de 7 en promedio a 2 o uno. Nadie puede asegurar que esa baja universal llevará a la humanidad a la cifra de 4 mil millones de personas en 2150, pero es una hipótesis bastante sólida, si no surgen catástrofes imprevisibles. Para esa fecha, un siglo de progresos científicos y técnicos permitirá una vida cómoda, incluso con un recalentamiento de tres a cuatro grados. Lo que no implica que nuestros descendientes hayan resuelto el problema de las desigualdades.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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