“Un bombardeo junto a la embajada iraní en Yemen eleva la tensión entre Riad y Teherán”; “Arabia Saudí rompe relaciones con Irán tras las protestas por las ejecuciones”. Es que el sábado 2 de enero fueron ejecutados en Arabia 46 personas entre las cuales el jeque y ayatola Nimr Baqr al Nimr, líder religioso de la minoría shiíta en el reino y voz critica de la monarquía. Tan pronto como cayó la noticia, manifestantes se lanzaron en Teherán contra la embajada saudí, que incendiaron.

La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, constante desde la revolución islámica iraní de 1979, se ha recrudecido a partir de 2011, cuando empezó la insurgencia contra el régimen de Bashar el Asad en Siria. Arabia apoya a los insurgentes, Irán a Bashar y eso reavivó la secular división entre shiítas y sunnitas, en el marco de un conflicto internacional de gran envergadura, si uno suma la participación de los Estados árabes afines a Riad, Turquía, el Califato, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Rusia.

Comparación no es razón, reza el dicho, pero la dimensión religiosa del conflicto (el cual no es solamente religioso) recuerda a la guerra de Treinta Años (1618-1648) que devastó a Europa: en aquel entonces, el antagonismo entre católicos y protestantes tuvo un papel muy importante y, sin embargo, el católico rey de Francia se alió con el sultán musulmán y el sueco protestante contra los católicos rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Encontramos hoy en el Oriente Medio la misma complejidad.

Todo empezó en 657 al final de la larga batalla de Siffin, cerca del río Éufrates, cuando se consumó la ruptura de la unidad del Islam, ruptura cuyas consecuencias se hacen sentir hoy más que nunca, aunque hayan pasado casi catorce siglos. A la muerte de Mahoma, en 632, muchos pensaban que el heredero (califa) debía ser Alí, Alí ben Abu Talib de su nombre completo. Sobrino del profeta, quién lo había adoptado y educado, fue de sus primeros discípulos y casó con su hija consentida, Fátima. Llegó finalmente al califato en 656, después de los tres primeros califas Abu Bakr, Omar y Otman y tuvo que derrotar en seguida la rebelión inspirada por Aisha, la viuda del profeta, su enemiga mortal. Luego le tocó luchar contra el rebelde Muawiya en Siria. Estaba a punto de ganar la prolongada batalla en Siffin, cuando sus soldados pidieron recurrir a un arbitraje para que musulmanes dejaran de matar a musulmanes. Alí aceptó, lo que enojó a ciertos partidarios, y el resultado fue un reparto de hecho entre Alí y Muawiya, hasta el asesinato de Alí en 661. A la muerte de Muawiya, en 680, el nieto de Alí, Husain, marchó de Arabia hacia Bagdad, acompañado de un pequeño grupo de parientes y amigos, para vindicar el califato. En Kerbala, él y sus 72 acompañantes murieron valientemente en combate contra un ejército veinte veces más numeroso. Para el califa de Bagdad, Husain tenía que morir porque era el único descendiente directo de Mahoma en vida. Cada año, los shiítas celebran el “martirio” de Husain y recuerdan la “maldad” de los sunnitas.

Sunna significa sendero, camino, remite a la práctica religiosa tradicional definida en el registro de los Dichos del Profeta (Hadith). Shi´ah es el “partido de Alí” y de sus descendientes, el partido del único califa legítimo, según los shiítas, que rezan “no hay más dios que Dios y Mahoma es su profeta, y Alí el teniente de Dios”. La extensión geográfica del shiísmo corresponde en buena parte a la del antiguo imperio persa (hoy Irak, Irán, parte de Afganistán y Pakistán), con presencia también en Líbano, Siria, Emiratos Árabes, Yemen y la misma Arabia Saudí, que es la campeona de la versión más integrista del sunnismo, la wahhabí. No hay que olvidar nunca a la historia. De todos modos la historia no se deja olvidar.

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