Por Héctor Cárdenas Rodríguez

El uso de armas químicas contra la población civil en Siria por parte del ejército de Bashar al-Assad y el subsecuente bombardeo de las fuerzas armadas estadounidenses a la base militar siria de donde se presume fueron lanzados los ataques, han despertado reacciones encontradas en la comunidad internacional.

La condena al uso de las armas químicas en el conflicto fue universal, por el horror que despertó el espectáculo de decenas de niños que fueron las principales víctimas, mientras que el bombardeo estadounidense fue percibido por la mayoría de los gobiernos europeos como una respuesta contundente a la barbarie del régimen de Al-Assad y como una medida disuasiva contra el uso de armas químicas.

Los países que expresaron su apoyo a la reacción norteamericana fueron, entre otros, Israel y Turquía amén de los países árabes aliados de Washington, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.

Como era de esperarse Rusia e Irán reaccionaron en contra de la intervención de Estados Unidos. En efecto, el presidente ruso Vladimir Putin convocó de inmediato a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad para denunciar el ataque estadounidense como un acto de agresión contra un Estado soberano en violación del derecho internacional “bajo un pretexto injustificado”.

La posición de Rusia puede interpretarse como un gesto meramente declarativo de solidaridad con su aliado tradicional en un espacio que considera como su zona de influencia por razones geoestratégicas. Sin embargo, su posición de apoyo no puede considerarse de tal magnitud que pueda poner en riesgo su relación con Washington si se toma en cuenta su acercamiento al presidente estadounidense Donald Trump, ni poner en riesgo la seguridad internacional.

No ha faltado quien atribuya a este incidente consecuencias mayores, es decir, la ruptura de Washington con Moscú, cosa que está muy lejos de suceder. Baste recordar la crisis de los misiles (1962) para entender la mesura del Kremlin frente a una situación que pudiera afectar sus intereses estratégicos.

Por otra parte, no puede soslayarse el hecho de que el gobierno estadounidense haya advertido al Kremlin con anticipación, sobre el ataque a la base siria y que éste se produjera inmediatamente después de la demisión de Steve Bannon del Consejo de Seguridad Nacional y durante la visita del presidente chino Xi Jingping, quien fue presentado con dos opciones: condenar o apoyar el ataque.

Lo anterior nos hace suponer que hubo un arreglo secreto entre Rusia y Estados Unidos para minimizar en lo posible las repercusiones que pudiera tener el bombardeo norteamericano en la relación entre ambos países.

La posición de Trump respecto a la guerra civil en Siria se percibe como diametralmente opuesta a la de su predecesor, Barack Obama, quien se mostró indeciso y blandengue frente al régimen de Al-Assad lo que permitió no solamente la intensificación del conflicto y su consecuente catástrofe humanitaria, sino el empoderamiento de Putin, como quedó patente en la anexión de Crimea y el apoyo a los ucranios separatistas del este de Ucrania.

Todo parece indicar que Trump está dispuesto a dar un giro al rumbo del conflicto lo que requerirá un cambio de régimen. Rusia se advierte como el único país capaz de influir en una salida airosa de Al-Assad que convenga a las partes, sin perder cara frente a su aliado, pues hemos visto que su participación militar en contra de los rebeldes no ha hecho sino fortalecer al régimen.

En este contexto la relación de Putin con Trump podría ser la clave para llevar a cabo negociaciones de paz y poder concentrar sus esfuerzos en la lucha contra el Estado Islámico (EI).

Ex embajador concurrente en Siria

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