Esta semana comenzaron en pleno las campañas presidenciales de Estados Unidos. De entrada resulta paradójico que en un país con más de 300 millones de habitantes, los apellidos con más probabilidades de ocupar la Casa Blanca sean de nuevo los de Clinton y Bush. La esposa de Bill y el hijo y hermano de los dos George salen en punta de una larga carrera que terminará en noviembre del año que viene. Su ventaja inicial no sólo proviene del reconocimiento que el electorado tiene de sus nombres, sino de los fondos multimillonarios con los que superan a sus contrincantes.

Hillary Clinton ha sido senadora por Nueva York y fue secretaria de Estado en el primer período de la administración Obama. En este último cargo le tocó la quema del consulado norteamericano en Benghazi, Libia, donde murió el embajador de Estados Unidos. Calculó que sus días como canciller estaban contados y dejó el puesto al ser reelecto Obama. Su gestión como Secretaria de Estado tuvo un perfil bajo pues el propio Presidente tomó las banderas más importantes del retiro de tropas de Irak y Afganistán y los intentos por convertir la Primera Árabe en un nuevo proceso de paz para Medio Oriente.

De ganar la presidencia, Hillary sería la primera mujer en ocupar la Casa Blanca. Cuando se le cuestiona que ya es demasiado vieja para aspirar a la Presidencia —llegaría de 69 años— ella responde que de cualquier manera sería la mujer más joven en alcanzar el cargo. Esta es la segunda ocasión en que se postula como candidata. En su primer intento, perdió las primarias demócratas ante el actual presidente. Ninguno de los dos tenía experiencia previa de gobierno, pero en ese momento pesó más el discurso articulado y coherente de Obama que las credenciales de género de Hillary. En esta oportunidad, la carta fuerte que está jugando Clinton es la de la igualdad económica, ante la brecha creciente de ingreso que empieza a abrirse entre los norteamericanos ricos y los pobres.

Jeb Bush sí tiene experiencia de gobierno. Fue gobernador de Florida, el cuarto más poblado de Estados Unidos, durante ocho años. Junto con Ohio, Florida es uno de los estados clave para ganar las elecciones presidenciales, los que inclinan la balanza. En esto lleva ventaja clara sobre Clinton, que tendrá que ganar si o si en Ohio para tener alguna posibilidad de triunfo.

Jeb Bush es un político poco convencional por una razón curiosa: dice y hace lo que piensa. Un ejemplo de ello es su postura ante los migrantes. Cree que ante todo debe aplicarse un enfoque humano más que policiaco, lo cual ha enardecido a muchos republicanos de extrema derecha. Jeb se graduó en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Texas y está casado con una mexicana. Llegaría a la Casa Blanca con 64 años de edad. Uno de los retos más difíciles que enfrenta es que sus adversarios continuamente lo califican como una calca de su hermano George W. y aseguran que, por tanto, cometerá errores similares a la desprestigiada guerra de Irak. Jeb, hasta ahora ha buscado mantener un equilibrio fino entre sus perspectivas electorales y el legado de su hermano. Las necesidades políticas dictarán en qué momento vendrá la fractura.

De llegar estos dos candidatos a la recta final, la baraja viene bien para México. Ambos tienen conocimiento y simpatía por nuestro país. Sin embargo, Jeb Bush sería más sensible y atento a los temas principales de la relación bilateral, en especial la migración, la modernización de la frontera, la cooperación energética, el medio ambiente y el delicado capítulo de la seguridad. Y si sigue haciendo lo que dice, esa rareza de la política, pueden venir años muy buenos para las relaciones con los vecinos del norte.

Internacionalista

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