Pocas cosas son más atroces que lucrar con el cuerpo de una persona, más aún si dicho lucro es con fines de explotación sexual. Por ello la enorme gravedad de que la trata de personas, que deviene en una auténtica esclavitud sexual, sea un flagelo existente en prácticamente todo el mundo y sea posible gracias a la laxitud o incapacidad de aplicar la ley —y de establecer regulaciones bien diferenciadas en torno a la prostitución— de los gobiernos de los países en los que existe, pero también debido a la creciente demanda de sexoservidoras en las sociedades contemporáneas.

La trata es además una de las “industrias” más rentables del crimen organizado, con una lógica preocupantemente cada vez más internacional, y que en México está presente en casi todo el país con niveles alarmantes de impunidad, según señaló en 2014 un informe de la CNDH en el que se detalla que de 2009 al primer semestre de 2014, de las dos mil 105 averiguaciones previas registradas en torno a este delito, tan sólo 756 derivaron en una consignación ante un juez, y sólo en 152 casos hubo sentencias condenatorias. Es decir, sólo 7.2% de los casos concluyeron en una sentencia condenatoria.

Este delito es además uno en el que las principales víctimas son mujeres de escasos recursos —datos del mismo reporte de la CNDH indican que 82.9% de las víctimas de trata es del sexo femenino y 13.7% del masculino—, por lo que en la mayoría de los casos existe una doble victimización.

En la edición de hoy de nuestra revista Domingo se reconstruye el operativo antitrata más grande en la historia de Estados Unidos contra proxenetas mexicanos, a partir de documentos oficiales del gobierno de EU y de tres testimonios de agentes especiales. La llamada Operación Noche Oscura culminó en enero de 2013 con la aprehensión de 13 capos del cártel sexual de Tenancingo, Tlaxcala, con el aseguramiento de 13 propiedades, el rescate de 24 víctimas y con sanciones a 44 clientes explotadores. Bajo las órdenes de Joaquín Méndez-Hernández, alias El Flaco, esta organización secuestraba y engañaba mujeres en México, Guatemala y Honduras, para luego trasladarlas a Georgia, Florida y las Carolinas, en EU, donde eran obligadas a dar servicios sexuales.

Este caso debe resultar emblemático a la hora de atacar la trata. No obstante, esta práctica no ha de combatirse sólo desde el frente policiaco; la demanda de sexoservidoras, y no sólo su oferta, debe observarse con lupa, porque como sucede con la industria del narcotráfico, mientras exista el consumo habrá alguien dispuesto a violar la ley para hacerse rico y de paso satisfacer este mercado. Es inaceptable enarbolar el argumento de la defensa de las libertades a la hora de tratar de regular la prostitución. Está claro que cada cual es libre de dedicarse a lo que desee, pero precisamente por eso mismo este oficio debe enmarcarse adecuadamente en las leyes para así diferenciar los casos de prostitución voluntaria y de esclavitud sexual.

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