En memoria a Teresa González Manjarrez.

Las campañas electorales de nuestra época son de bajo contenido ideológico. El votante prefiere reflexionar sobre las promesas, la imagen, la trayectoria personal y el entorno familiar. Además, mientras más negra es la propaganda, más morbo y, por ende, más atractivas, pero también se expresan mayor cantidad de prejuicios, lo que inflama odios y acrecienta la división social.

Lo ideológico da sentido, profundidad y permanencia a la acción política. Esa es la razón por la cual los partidos políticos elaboran una ideología que los identifica del resto y es la amalgama de sus militantes, adherentes y simpatizantes. En cambio, la inmediatez del pragmatismo hace que las sociedades y los individuos pierdan la visión de largo plazo y el sacrificio por un futuro mejor (terrenal o no terrenal) sea juzgado como algo inútil.

La racionalidad económica pura –el materialismo exacerbado- carente de otros valores puede vaciar de sentido a la vida social y personal, además de conducir a conflictos superables simplemente con solidaridad. No es sustento suficiente para la acción política, ya que quien sostiene como único propósito la acumulación de riqueza puede convertir a lo fútil, a lo intrascendente en el motor de un activismo perpetuo que sólo conduce al ser humano a recorrer el mismo camino sin sentido innumerables ocasiones.

La superficialidad de la acción colectiva (saturada de argumentos economicistas) y una política cada vez más estridente y ruidosa son estigmas del mundo globalizado y globalizante. La confrontación Clinton-Trump es una muestra idónea de esta circunstancia. Por un lado, Trump acusó de demonio a su contrincante y, por otro, en un contrataque demócrata se publican fotos de su esposa posando desnuda cuando era una modelo principiante. Esto es el efectivismo electoral en pleno, que es un reflejo de pragmatismo en el que sólo importa el resultado (la medición diaria de las preferencias electorales) y no los medios que se utilizan para conseguirlo al más puro estilo maquiavélico.

La persona humana debe equilibrar todos sus aspectos: lo social, familiar, político, económico, afectivo, religioso y un largo etcétera. Solo así llega a la plenitud. Lo mismo ocurre con las sociedades políticas, que no pueden vivir sólo pendientes del crecimiento del PIB y las relaciones económicas. Esa puede ser la razón por la que muchos medios de comunicación y académicos no alcancen a comprender con facilidad el fenómeno irracional del “outsider” en las elecciones representado por el Senador Sanders, el candidato republicano Trump y ahora el candidato por el partido libertario, Gary Johnson.

El statu quo de los opinócratas y los académicos, custodios de la corrección política en el lenguaje, no atina a comprender la aceptación del votante medio norteamericano por una persona cuya campaña tiene como base una serie de exabruptos y mini-escándalos controlados, que le suman o restan votos, dependiendo de la circunstancia. Trump ataca directamente a las instituciones de la posguerra (OTAN), a los socios convenientes, pero un poco incómodos por su imagen en la opinión pública (China y México), a la migración, al patrioterismo, al gobierno federal ampliado, a las políticas de bienestar, a la estrategia de cuotas a minorías para reducir la desigualdad social, al aumento de impuestos, a los políticos de carrera, entre otros temas, que sólo un “outsider” puede hacer y esa es una ventaja importante sobre Clinton.

En el fondo, las sociedades políticas del mundo globalizado necesitan un nuevo modelo que genere otra vez la esperanza de que puede haber un futuro mejor. No sólo más riqueza y mejor distribución de la misma. Un mundo más solidario, más igualitario. Esta es una circunstancia que favorece el surgimiento de líderes con propuestas ideológicas sencillas (v. gr. sufragio efectivo, no reelección), que logren articular las demandas de los grupos excluidos, pero también es el terreno propicio para la demagogia y el autoritarismo disfrazado de salvador de la patria o de los pobres.

La congruencia no es el estigma del pragmatismo. En la política, en el mediano y largo plazo, produce insatisfacción social y recrudecimiento de los conflictos solapados o cuya solución se ha diferido. En la vida, infelicidad y soledad. El éxito final siempre va de la mano de la congruencia y la honestidad. Por ello, son admirables las personas y los países que lo tienen y lo conservan.


Profesor de Posgrado de la Facultad de Derecho Universidad Anáhuac del Norte


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