Los terremotos de septiembre fueron un bautizo de fuego para la Secretaría de Cultura federal. Cuando se discutía qué dirección debían tomar sus primeros pasos, la realidad provocada por los sismos empedró un largo camino hacia la reconstrucción de cientos de edificios religiosos y civiles.

Además de esa destrucción que tiró íconos del patrimonio, también se afectaron objetos, murales y archivos que suman un daño monumental. La pesadilla costará casi 12 mil millones de pesos, pero seguro la suma crecerá, así como el número de lugares dañados y el tiempo para reconstruir. En las zonas donde los sismos dejaron relativamente pocas huellas parece que lo peor ya pasó. Es falso. La emergencia continúa en pueblos y comunidades que, además de perder habitantes, viviendas, comercios y medios de subsistencia, también ven en ruinas los lugares que les dan identidad y raigambre; no están en pie los edificios que por siglos han sido el centro de su vida comunitaria, esos lugares que le dan sentido a otro patrimonio, intangible, formado por fiestas, tradiciones, rituales, costumbres. Los terremotos también destaparon añejas omisiones de administraciones culturales federales, estatales y municipales que no destinaron suficientes recursos al mantenimiento, la restauración, la catalogación y la formación de más recursos humanos para la conservación del patrimonio.

La reparación de este desastre marcará el camino de la secretaría. Además de levantar monumentos, ésta deberá crear bases de una gestión transparente y efectiva para reconstruir; también es una oportunidad para actualizar leyes, normativas y estrategias para proteger el patrimonio.

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