El segundo debate de los candidatos presidenciales no tuvo un ganador claro o contundente. Mostró, sí a un Ricardo Anaya que vuelve a ser el más hábil y puntual a la hora de moverse y expresarse, a un José Antonio Meade muy preparado y mejor articulado, pero que no le alcanza para vencer su pesada losa del PRI-Peña, y a un Andrés Manuel López Obrador que llegó y salió del debate en su condición de puntero-favorito y que esta vez se defendió de los ataques, pero no con propuestas claras, sino con frases chistosas (“Ricky Riquín Canallita”) o con sus repetidas frases de “vamos a acabar con la corrupción”, como solución mágica, y “ellos son la mafia del poder”.

Si lo vemos en términos boxísticos, sería una pelea que tendría que definirse por decisión, pero que tuvo dos peleadores estelares que se dieron con todo: López Obrador y Anaya, y que se perfilan para enfrentar el combate final de esta contienda el 1 de julio; un púgil, Meade, que iba súper entrenado, que hasta bajó de peso para esta pelea, que traía buenos golpes y gran agilidad en ring, pero que tuvo que conformarse con ver desde la esquina la pelea de los dos que se apoderaron del cuadrilátero y que no le dieron oportunidad de mostrarse en toda su forma. Y un cuarto peleador que, sin punch, pero con gritos y ocurrencias, tuvo apenas dos momentos en los 9 asaltos, Jaime Rodríguez El Bronco, que con su propuesta de que se abrazaran los contendientes y con su ocurrencia de “expropiar Banamex” y aumentar “300% los salarios”, arrancó exclamaciones del respetable.

Y luego, para seguir en términos del box, un público entusiasta que por primera vez pudo presenciar en vivo una de estas peleas presidenciales, que lo dejaron participar con preguntas interesantes y sinceras, pero que lamentablemente no tuvieron respuesta clara y puntual de los cuatro boxeadores, y dos réferis, León Krauze y Yuriria Sierra, que se llevaron críticas y abucheos del respetable por un marcado protagonismo en el que interrumpían constantemente el combate de los contendientes, que tardaban horas para hacer una pregunta (casi siempre más tesis que pregunta) y que por momentos parecían querer atraer más reflectores que los fajadores sobre el ring.

En el balance final, aun cuando todos ellos se declaran desde anoche ganadores, lo que podría seguir a este segundo debate es que se ahonde, visto lo que se vio en el Gimnasio de la Universidad de Baja California, la percepción de que en la contienda por la Presidencia de la República ya solo hay dos contrincantes con posibilidades reales de obtener el voto mayoritario de los elecciones: el puntero López Obrador, que después de esto seguirá administrando su ventaja de entre 20 y 10 puntos, según los sondeos, y el segundo lugar, Ricardo Anaya, que ayer metió el acelerador para tratar de acortar esa ventaja y ser el único que puede disputarle la elección al tabasqueño.

A José Antonio Meade, con todo y que fue el más preparado y el que mejor dominaba los temas tratados en el debate, le va a costar trabajo convencer de que él puede ser una opción para el voto útil e indeciso, en la medida en que ayer no se pudo meter de lleno a la pelea entre el primero y el segundo lugar y a que, a pesar de su innegable dominio de temas como el comercio internacional, las aduanas o la migración, sus acciones y decisiones como secretario de Hacienda, incluido el aval que dio en su momento a la polémica visita de Donald Trump a Los Pinos, le seguirán pesando.

El Bronco, tal y como lo hizo anoche, seguirá apostando a las propuestas populares y populistas y si el primer debate le funcionó su planteamiento de “mochar manos”, ahora la idea de “expropiarle Banamex” a los gringos, será un tema de burla y ocurrencia para el círculo rojo e informado, pero podría tener un efecto distinto en los grandes públicos masivos a los que apuesta el candidato independiente.

Al final, en golpes y ataques, el debate dio show. Lo mismo con Anaya cuestionando el “doble discurso” de AMLO y Meade, el primero por mandar a su hijo a estudiar a España y el segundo por haber estudiado en Estados Unidos becado por el gobierno, mientras a él le critican su mansión en Atlanta, que por López Obrador llamando al panista “Ricky Riquín” y “Canallita”, o recordándole a Meade que le autorizaron 1,000 millones de pesos a Josefina Vázquez Mota y su fundación Juntos Podemos “en lugar de apoyar a los migrantes”, o incluso por el mismo Meade que llamó a Andrés Manuel “empresario de partido” por que vive del partido que él mismo creó.

Pero si nos vamos a las propuestas e ideas de solución en temas como el apoyo a los migrantes, los dreamers, el comercio internacional o hasta el cultivo de la amapola en Guerrero, la verdad es que todos los candidatos quedaron a deber en los cómos, más allá de los lugares comunes de “combatir la corrupción”, “apoyar los migrantes” “acabar con la pobreza” o “promover la cooperación con Centroamérica”. Vaya, ni siquiera cuando hablaron de cómo enfrentarían a Trump tuvieron un planteamiento claro y contundente más allá de “exigirle respeto”. Eso es lo que hay.

sgarciasoto@hotmail.com

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