“Vengo a poner una queja porque violaron mis derechos humanos,” informa una ciudadana. “¿Tiene usted cita?,” responde el guardia de la puerta principal. “Es que acaba de sucederme y vine de inmediato,” insiste la mujer. “Pues pida cita por teléfono y no regrese hasta que se la den,” remata el responsable de tener a raya a las visitas.

Esta escena es común en la Comisión de Derechos Humanos de la CDMX. Desde hace tiempo que la puerta se cerró para los quejosos molestos e impertinentes. Ya nadie recuerda ahí dentro las épocas en que esa institución defendía a las víctimas del News Divine o denunciaba los abusos cometidos en las cárceles de la capital.

La CDH de la CDMX es hoy comparsa y cómplice de la autoridad. La presidencia de Perla Gómez Gallardo la volvió light, deslactosada, descremada y desinteresada frente a las violaciones. El mundo al revés: esta Comisión decidió defender al gobernante frente a las quejas de la población.

Se quejan los usuarios porque Perla Gómez se colocó de manera sistemática del lado de la autoridad. También de que las resoluciones emitidas durante su gestión hayan sido regularmente tibias y contradictorias. Algo ha tenido de polvera esta gestión porque en vez de defender a quien debía, la CDH se dedicó a embellecerle el rostro al gobierno de la Ciudad.

¿De qué sirve un defensor de derechos humanos que no está dispuesto a incomodar a la autoridad? ¿Por qué pagar el sueldo a los trabajadores de una Comisión que sólo se ocupa de volver invisibles las quejas ciudadanas?

Muy sorprendida debe estar Perla por la pésima estrategia que siguió durante su primer mandato. Hoy no la quiere el gobierno, tampoco el partido que la apoyó y mucho menos la oposición en la Asamblea Legislativa de la Ciudad. Tampoco la respaldan las organizaciones de la sociedad que se sintieron traicionadas por su actitud sumisa ante el poder.

Esta experiencia debería servir a los legisladores de la capital para no repetir el error. De nada es útil un defensor a modo, suavecito, otro presidente polvera cargado de compromisos con los políticos y desinteresado de la ciudadanía. Y, sin embargo, la tentación de repetir la receta del defensor blandito sigue convenciendo a más de uno.

En la lista corta de aspirantes a la presidencia de la CDH de la CDMX hay dos candidaturas que regresarían dignidad a la institución: Hilda Téllez y Nashieli Ramírez. Ambas cuentan con una trayectoria intachable, son personalidades con autonomía moral y, al mismo tiempo, entienden sobre política pública y acción de gobierno.

Hilda comenzó su carrera hace más de veinte años como jefe de departamento en el mismo organismo que ahora quiere presidir. Le tocó participar en la comisión desde la época de Luis de la Berreda y consolidó su carrera como defensora durante la gestión de Emilio Álvarez Icaza. Posteriormente se hizo cargo del área de quejas en el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, lugar donde hizo una estupenda tarea.

De su lado, Nashieli Ramírez es en México una de las mujeres más tenaces dentro del campo de los derechos de las niñas y los niños. Tiene también más de veinte años haciendo avanzar políticas de inclusión, educativas, de salud y de derechos humanos en beneficio de esa población.

Si algo puede decirse de ambas, es que son personas decentes en una sociedad donde tanta falta hace esa precisa virtud.

ZOOM: El método de selección que la Asamblea de la CDMX está siguiendo podría terminar muy mal. Pero también podría dar un ejemplo de respeto a la dignidad que merece la lucha por los derechos humanos.

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