Con anteojeras, es decir, con actitud mental o perjuicio que sólo permite ver un aspecto limitado de la realidad (DRAE), autoridades y cúpulas empresariales, continúan rumiando la pastura podrida que amargó su mal habido optimismo en la pasada 4ª ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Incluso, en su comparecencia ante la Comisión de Economía de la Cámara de Diputados del martes pasado, el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, se atrevió a sugerir que para México será mejor mantener “congelados los dulces que le interesan a Estados Unidos” apostando mejor a la importancia estratégica del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP), al que —para nuestra fortuna— el presidente Donald Trump le dio estocada de muerte cuando asumió la presidencia de su país.

Seguramente el secretario sabe mucho más que yo en relación al TPP, cuyos alcances se mantuvieron en el más estricto sigilo (por no decir en lo oscurito), por lo que ha sido imposible conocer el contenido en su integridad.

De su texto, apenas se conocen algunas partes difundidas por Wikileaks, en las que se hace evidente que el TPP era un tratado multilateral que proponía imponer normas para “el respeto” a la propiedad intelectual con alcances mucho más estrictos que los aceptados en cualquier tratado internacional —en beneficio de las trasnacionales estadounidenses—.

Pero en términos generales, lo que todos saben es que el TPP fue diseñado por el gobierno de Barack Obama como estrategia para contrarrestar el creciente poder económico y geopolítico del gigante chino. En general, pocas ventajas parecerían derivarse del TPP para México, especialmente si se consideran los países firmantes.

En todo caso, el TPP era el aceite de hígado de bacalao que hubiésemos tenido que tragar todos los países sobre los que Estados Unidos ejerce o ejercía la conocida Ley del Garrote (Corolario Roosevelt –“Speak softly and carry a big stick, you will go far”), si queríamos seguir contando con su “amistad”.

Siendo este el caso, ¿a quién se le ocurre que nuestra mejor opción es esperar a que con el TPP, los estadounidenses refuercen los grilletes con los que como país nos han tenido sometidos?

No cabe duda, el que por su gusto es buey hasta la coyunda lame.

¿Será que el secretario no tiene tiempo de leer la prensa internacional cuyos encabezados anuncian la entronización de Xi Jinping, a la altura de Mao Zedong, y su objetivo de conseguir la vuelta de China cómo líder mundial, en el terreno económico, político y militar?

Xi Jinping nunca ocultó su objetivo de desarrollar la “Ruta de la Seda”, creando infraestructura y conectividad entre China, Asia, India, Medio Oriente, África, Europa y el pacífico.

Para financiar el proyecto, lideró el esfuerzo para la incorporación de una institución financiera multilateral que compitiera, al más alto nivel, con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional —controlados por Estados Unidos.

Sus esfuerzos se vieron coronados con éxito el 16 de enero de 2016, cuando inició operaciones el Banco Asiático para Inversiones en Infraestructura (AIIB), con un capital de cien mil millones de dólares. Hoy cuenta con 80 países miembros, entre los que se encuentran los más tradicionales aliados norteamericanos, como Canadá, Corea del Sur y Reino Unido.

Considerando las circunstancias ¿no será éste el momento de un acercamiento con una superpotencia que reta la hegemonía de una nación que durante siglos nos ha tenido sometidos? Nada tenemos que perder, pero tenemos un sinfín de oportunidades que explorar.

Nuestra ubicación en el mapa es irrelevante ante la mirada de un presidente senil que ocupa la presidencia de Estados Unidos, pero es nuestra gran oportunidad en la baraja de las negociaciones globales.

Es nuestro mejor momento para aprovechar las circunstancias. Claro, a menos de que estén en juego intereses personales ¿o será su seguro de visas de refugiados políticos en caso de que el PRI pierda las elecciones, señores del gabinete?

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