Texto: Patricia Galeana

Desde que era niña, en las sesiones de sobremesa, mi padre nos hablaba de la Universidad, de sus maestros y de los movimientos estudiantiles en los que participó, con tal orgullo, cariño y emoción, que para mí se convirtió en una especie de paraíso en donde quería estar.

Como la hermana que nació después de mí murió, mi madre se concentró en mi educación y no cursé ni kinder ni preprimaria, así que ingresé dos años menor que mis compañeros a la primaria. Tal vez por eso mi madre quería que antes de entrar a la Universidad estudiara un año inglés, sin embargo hice el examen y llegué con mi credencial, para hacer realidad la utopía: entrar a la Universidad. Tuve el apoyo de mi padre y mi madre lo aceptó, pero yo tuve que admitir que ella me llevara cotidianamente hasta a la puerta de la Facultad de Filosofía y Letras.

Mis maestros fueron mejores de lo que yo habría podido soñar. En Filosofía de la Historia tuve a Edmundo O’Gorman; en Historia antigua de Grecia y Roma, a Wenceslao Roces; en Historiografía, a Juan Ortega y Medina; en Arte, a Justino Fernández, Francisco de la Maza e Ida Rodríguez Prampolini; sobre el tiempo eje de México: la Reforma, Intervención Francesa y Segundo Imperio, a Martín Quirarte; y para la Revolución Mexicana, a Salvador Azuela, entre una pléyade de amantes de Clío.

Desde que entré a la Universidad no he salido de mi Alma Máter. Apenas tuve los créditos suficientes, empecé a dar clases en los cursos de verano que organizaba la maestra María de Carmen Millán, en la propia Facultad.

Fui profesora por asignatura, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas y soy catedrática de tiempo completo.

En la Universidad Nacional Autónoma de México no sólo me formé como historiadora, maestra e investigadora, sino que adquirí el compromiso social que nos da la Universidad histórica de México, gracias a la pluralidad ideológica y social que la hace única.

Tuve maestros historicistas y marxistas y compañeros de diversos estados de la República y de distintas orientaciones ideológicas. Uno de mis compañeros trabajaba en intendencia de la propia Universidad. Todo ello me permitió tener un conocimiento profundo de nuestro país, que no habría yo tenido en otra institución.

En este sentido, es loable que la Fundación UNAM colabore con la institución para apoyar a estudiantes de escasos recursos, para que puedan concluir sus estudios. Es de desearse que se multipliquen sus brigadas de salud y las actividades culturales que realiza. Con ello cadyuva a que la UNAM siga siendo una de las universidades donde se hace investigación de punta, al tiempo que posibilita la movilidad social a través de la educación, para que siga haciendo realidad los sueños de la juventud mexicana, realizando la utopía.

Directora del Instituto de Estudios de las Revoluciones de México (INEHRM)

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