Confiado en las encuestas que lo han mantenido a la cabeza por años, Andrés Manuel López Obrador comete el error de adelantar vísperas y, lo que es peor, el tiempo. La manipulación que hace de las manecillas del reloj, poniéndolo en 2024 , se topa con la realidad: estamos en 2018 y a lo que él da como un hecho consumado aún le falta bastante. En 122 días todo puede pasar.

El candidato de la alianza Juntos Haremos Historia se ubicó en las postrimerías del sexenio que él habría encabezado, asumiendo que llegó al primero de julio, seis años atrás, ganó los comicios y accedió a la Presidencia. La confianza que le da ese escenario son muestras demoscópicas, de las que se tienen bastantes reservas.

AMLO

construye, con su declaración, un periodo de gobierno idílico, en el que, conforme a su reiterado discurso, frenó la violencia que ha ensangrentado al país por años. La seguridad que añorábamos regresó con sus políticas.

Del mismo modo, en el transcurrir de su sexenio, puso freno a la corrupción. Su “honestidad valiente”, de larga data, floreció. La sembró en el pueblo y en su hoy, que es 2024, la practica con fervor.

La impunidad, que estuvo aparejada con la prevaricación, fue reducida a su mínimo. Ya no es la regla, sino la excepción. En el sexenio de AMLO, las leyes fueron observadas por todos los ciudadanos; ahora son celosos guardianes del orden y de las buenas costumbres.

La desigualdad, que por tantos años había sido un azote, fue abatida. Los programas sociales con los que se la enfrentó entre 2018 y 2024, exentos de prácticas clientelares y partidistas, y ejecutados con una honradez escandinava, presentan la cara de un país justo y equitativo; en paz y concordia. El progreso y el bienestar, la felicidad, pues, se ven por todos lados.

La magia del cambio funcionó. En seis años se hizo, según AMLO, lo que se debía hacer en el doble. Hubo que trabajar 17 horas diarias. Pero, ¡uff!, hicimos historia. Así que, ¿para qué considerar la reelección?

En el interregno, privaron los acuerdos entre todas las fuerzas partidistas. En armonía, los congresistas aprobaron normas nunca vistas por el extraordinario beneficio que generaron para los gobernados. Partidos y políticos, que antes del gobierno de López Obrador eran despreciados y repudiados, son reputados y respetados.

Los conflictos internacionales de todo orden que heredó fueron resueltos por la habilidad del gabinete que anunció aún antes de ganar los comicios celebrados aquél primero de julio de 2018, que todo mundo preveía aciago y desalentador.

La perseverancia que lo caracteriza, la destreza y la experiencia de tantos años en la política y las estrategias infalibles que desplegó en todas las situaciones, han producido ya el ansiado fruto. México entró en la fraternidad, la modernidad y la prosperidad; arribó por fin a la democracia plena. El futuro es luminoso y prometedor.

Con esa obra, su pase a la Historia está asegurado. Se dará en automático. Ya se puede sentir al lado de Juárez y de Cárdenas. Al juarismo y al cardenismo, que marcaron indeleblemente al país, se sumará el lopezobradorismo como hazaña nacional memorable. Es suficiente. ¿Para qué reelegirse?

¡Pero!…

Pero olvida que el proceso electoral está en un impasse al que le restan 21 días. Luego vendrá la campaña. O sea, la guerra, que se prolongará por los siguientes tres meses.

Con toda certeza, esa confrontación la darán los candidatos de las tres alianzas formadas hasta ahora —sin importar que en el trayecto pudiese darse el relevo de alguno de ellos—, con todos los recursos a su alcance. De cualquier naturaleza. Ninguno reconocerá límites ni medidas. Es el poder presidencial lo que se disputan.

Así, nadie puede dar el proceso de la sucesión por consumado. Pero mucho menos AMLO. En la posición en que se halla, está obligado a abrazar la sensatez, la prudencia y hasta la modestia, y recordar todo lo que hay y/o puede desencadenarse en torno a la candidatura de José Antonio Meade. Si alguien lo cree relegado, se equivoca rotundamente.

Alrededor del mundo, todos los partidos buscan siempre recrearse, permanecer. Y el PRI no es ni va a ser la excepción. De donde se sigue que, mirando a alcanzar ese objetivo, junto con el gobierno, pondrá todos sus recursos en juego en el momento preciso.

En lo que tiene una ventaja insuperable, sin duda, es el factor información, expedientes, arcanos o “fierros en la lumbre”, como conoce el viejo priísmo esos instrumentos, con lo que cualquiera puede no sólo ser herrado… sino quemado.

SOTTO VOCE… Producto de la intensa promoción de Acapulco, basada en la atención directa, valiente y eficiente del problema de la delincuencia organizada llevada a cabo por el gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, en coordinación con el gobierno federal, la llamada Joya del Pacífico recupera el primer lugar como destino turístico estrella de México, en contraste con Cancún y Los Cabos, que lo están perdiendo… El doctor Miguel Ángel Mancera, merecidamente, sigue recibiendo todo el apoyo para contender por dos responsabilidades importantísimas: senador y fiscal general de la República… Contra todos los pronósticos, Mikel Arriola, candidato del PRI al gobierno de la CDMX, avanza firmemente. Se empieza a creer que puede hacer “la chica”.

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