Vamos a ver… ¿yo un escéptico? Relativamente, puesto que respecto al futuro no soy escéptico y estoy seguro de que será un desastre; de que en tal asunto del porvenir casi todos los caminos conducen a la insatisfacción. El individuo desaparecerá y su lugar lo tomará el indigente social comunicado y atado a una red en apariencia anónima. Pero en relación al pasado albergo dudas: ¿Qué monstruosidad pudo dar lugar a tanto ser despatarrado e insufrible? ¿En qué momento los seres humanos se transmutaron en fango? No lo sé; yo leo los libros de historia como lo que son: novelas y mitos disfrazados de certeza. Quiero anunciar públicamente, aunque no le importe a nadie, que yo no tengo enemigos. No los tengo porque soy todo lo que deseen, menos un hombre poderoso, y si bien me considero antipático eso lo resuelvo por medio de un par de cervezas; y después de una charla mi supuesto enemigo se da cuenta de que en realidad soy un don nadie. Los emborracho con tal de hacerme simpático a sus ojos. No es mala técnica y la he aprendido observando a ciertas personas experimentadas en la astucia perversa. Ni aun cuando era joven me dio por ganar dinero ni hacerme millonario; carajo, eso nunca pasó por mi cabeza. Actualmente ser rico es relativamente sencillo (ni siquiera hay que trabajar, basta con defraudar), pero sólo alguien que se cree eterno puede acumular decenas de millones de pesos. Ya el millonario se acordará de mí cuando tenga la próstata podrida o sus pulmones queden reducidos al tamaño de una canica.

En sus memorias —Ya viviste lo tuyo—, Anthony Burgess se refiere a un camarero eslavo que tenía una opinión muy clara sobre la novela Crimen y castigo, de Fedor Dostoiewski: “Haberla escrito fue un crimen, y leerla es un castigo.” De cuántas obras no podríamos expresar el mismo juicio. El gusto es el gusto y no hay marcha atrás. Cuando la vesícula revienta no hay manera de callarla: dolor minúsculo y sideral. Y el gusto es así de contundente, cuando existe se hará presente y nada podrá callarlo. En 1982, el cineasta Michael Cimino le pidió a Raymond Carver escribir el guión para una película acerca de la vida de Dostoyewski. No tengo noticias de que se haya filmado, aunque Carver escribió un guión al respecto. Las vidas desgraciadas no pueden filmarse, sólo contemplarse; y entonces uno se alegra de que el perro no lo haya mordido a uno.

Hace escasos días alguien me corrigió en la mesa porque pronuncié en mal inglés el nombre de un escritor. Lo miré de reojo y pregunté para mis adentros: “¿Dónde están mis amigos? ¿Por qué debo soportar tal apunte nimio de uno que apenas si ha leído a Adam Smith, a Hume o a Bernard Williams?” Aunque su corrección era incorrecta le agradecí que me ilustrara —ya he dicho que hago lo posible por hacerme simpático y además no me ofende que me corrijan, al contrario— y continué en la mesa. Cuántos amigos míos viven desde hace años y décadas fuera de nuestro país, en algunos casos su ausencia me causa pesadumbre, en otros incomodidad y desconsuelo; la mayoría vive en Europa y una buena parte en otros países de América. Extraño a mis amigos cubanos que se fueron a Miami y a España, a mis amigos artistas que están regados en Europa; a los más queridos que viven en Nueva York, California, Berlín, Londres y Viena. En esta numerosa tribu en el exilio hay de todo, desde pintores, artistas de cualquier género y escritores hasta ingenieros en inteligencia artificial. Con el tiempo uno extraña también a los amigos que tiene cerca y con quienes convive; todo cambia y se dispersa, incluso en la unión. En su espléndido libro También Berlín se olvida, Fabio Morábito dice
que hay ciudades vertebradas e invertebradas. Es evidente que DF, CDMX o XYZ, es una ciudad, o más bien una metrópoli invertebrada y expandida. Y yo un campante microbio en esa plasta informe y querida. Uno ama al veneno que le dará paz eterna.

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