La era moderna en la lucha libre no sería la misma sin la aportación de Antonio Peña Herrada, el hombre que dedicó la vida al deporte espectáculo, con aproximadamente 12 años como luchador profesional y el resto de sus días como uno de los más exitosos promotores en México.

Fue quien detrás de las máscaras de Kahoz y Espectro Jr., experimentó los riesgos del fantástico deporte de los costalazos. Entendió los sacrificios y los sinsabores que tienen que afrontar los valientes, y en el mejor de los casos, superar las adversidades y precarias condiciones de trabajo para convertirse en verdaderos ídolos de la afición.

Peña siempre tuvo claros objetivos de vida, colgar la capa, la máscara, las mallas y las botas a mediados de los 80 era un proceso inteligente. Él no había nacido para luchar. Su talento en el cuadrilátero no le alcanzaba para ser estrella. Su misión en el pancracio era revolucionar el deporte dormido que después de la estrepitosa caída del cine en México se encerró en el subterráneo mediático que calificó a la lucha como el patito feo de los deportes. Sin duda la mutación fue la decisión que modificó su destino para alcanzar los propósitos más ambiciosos.

Se mantuvo algunos años más trabajando para la Empresa Mexicana de Lucha Libre, detrás de un escritorio desde donde programaba e ideaba algunas innovaciones para las funciones de la Arena México. Entre ellas, implementar las luces y el sonido en las presentaciones de los luchadores, también la participación de bellas edecanes; además fue partícipe de la creación de campeonatos propios de la empresa, cambio de nombre y fundación del Consejo Mundial de Lucha Libre, pero de ello hoy pocos se acuerdan o no quieren acordarse.

El éxito de sus implementaciones fue rotundo. Acaparó la atención de la televisión y encontró la fórmula para abarrotar las arenas del CMLL. Un año más tarde (1992), Toño abandonó el barco y se asoció con Televisa para darle vida a una nueva empresa, situación que los dueños de la catedral de la lucha libre catalogaron como alta traición.

Son 25 años ya, del movimiento estratégico que cambió la cara de la lucha libre en México con la fundación de la Triple A (Asistencia, Asesoría y Administración), con el propósito de modernizar el espectáculo deportivo, llevar las mejores carteleras por la República y ser transmitidas en televisión. La fórmula estaba comprobada y funcionó durante 14 años, hasta el 5 de octubre de 2006, día en el que Peña dejó de existir.

En la fatídica fecha se pusieron en duda el presente y el futuro de la caravana estelar, pero son ya 11 años sin el cerebro fundador, en los que la Triple A no sólo se mantuvo viva, sino que siguió revolucionando el mundo de la lucha de la mano de la familia Roldán Peña, heredera del legado del Héroe Inmortal.

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