Los Zetas son tema esta semana. Un reporte de la Clínica de Derechos Humanos de la Universidad de Texas, elaborado con testimonios rendidos en tribunales estadounidenses, hace un recuento sobrecogedor de la historia de esa banda, particularmente en el estado de Coahuila.

En particular, se describe a detalle la red de protección de los Zetas. Según los testimonios recogidos, tenían gobernadores en la nómina. Tenían cómplices en cada una de las fuerzas de seguridad. Tenían, en el descriptivo título del reporte, el control sobre todo el estado de Coahuila y actividad en muchos otros.

Tenían. Ya no tienen, al menos no en la misma medida. Los Zetas como organización nacional, con estructura jerárquica, con liderazgo identificable, con tesorería centralizada, han dejado de existir. Persisten muchos grupos que se identifican como zetas y actúan como zetas, pero ya no son los Zetas, así con mayúscula.

La decadencia de la banda ha sido casi tan espectacular como su ascenso. ¿Qué la explica? No lo sé del todo, pero van algunas teorías:

1. La violencia extrema acabó volviéndose un pasivo. Los Zetas se expandieron a golpes de brutalidad. El miedo era su carta de presentación y su método para capturar rentas criminales. Para mantenerlo, era necesario incurrir en excesos, en masacres, en atrocidades sin precedente en el submundo criminal. Pero esa estela de sangre acabó generando demasiada atención y convirtiéndolos en el principal blanco de atención de las autoridades y de grupos rivales.

2. La expansión acelerada dificultó la cohesión interna. De ser el brazo armado del Cártel del Goflo, Los Zetas pasaron en una década a ser una organización independiente, con alcance nacional. Para 2011, su año pico, tenían algún tipo de presencia o actividad en 17 estados del país. Pero ese crecimiento fulgurante los hizo topar con pared: la mayor notoriedad les generó más presión externa, produciendo con ello dificultades crecientes al liderazgo para mantener el comando y control sobre la organización. Asimismo, en una estructura mayor, probablemente se relajó la disciplina interna y se multiplicaron las traiciones. Esto, a su vez, pudo haber exacerbado las disputas internas.

3. La naturaleza depredadora de los Zetas les acabó cobrando la factura. Dependían mucho más de la extracción de rentas (el robo, el secuestro, la extorsión) que los viejos cárteles de la droga. Ese hecho probablemente generó juegos de suma cero dentro de la organización: la renta que captura uno de los líderes es renta que pierde otro. En cambio, es posible que el tráfico ilícito se preste más a juegos de suma positiva: todos pueden ganar con un mismo embarque de drogas (uno porque la produce y otro porque la contrabandea). En ese sentido, es posible que las organizaciones traficantes tiendan a ser más estables que las organizaciones extractivas.

Como sea, los Zetas acabaron divididos en muchos pedazos. A pesar de su vasta red de protección, todos los líderes de primera y segunda línea de la organización terminaron detenidos o muertos. Y eso abre una posibilidad interesante: quizás hay un límite al tamaño eficiente de una organización criminal de corte extractivo. Pasado cierto umbral, tal vez sea inmanejable una banda (al menos en el contexto mexicano).

Pero eso no significa que los métodos se hayan ido con la organización. Muchos grupos siguen comportándose como Zetas, muchos siguen haciendo de la violencia extrema su marca. Pero, ahora, cada una de esas gavillas práctica la brutalidad en espacios más acotados, para llamar menos la atención.

No es mucho consuelo.

alejandrohope@outlook.com
@ahope71

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