Miles de niños son violentados, abusados o reclutados para entrar en la guerra. No importa el bando, lo que importa es que aprendan rápido a usar un arma y a apuntar. No importa si para ello aislados y sin alimento. Todo sea para que matar sea su único objetivo y olviden la violenta muerte de sus familias y amigos, aunque cuando duerman los recuerdos les impidan descansar.

Qué mas da que tengan menos de 17 años, o que tengan menos de 12 o que tengan menos de 3. Qué mas da si es un bebe de unos meses de nacido, con la inocencia aún grabada en cada poro de su piel. La guerra no hace excepciones. Si eres hijo-sobrino-nieto-allegado-ahijado-conocido de un miembro del enemigo (o a veces cuando sólo pasabas por ahí), eres el blanco perfecto de una bala. Dirigida a ti o perdida, el resultado es el mismo: la muerte.

Cada dos o tres años desde que inició la guerra contra el narco, se hacen recuentos de los niños víctimas de esta guerra en México. Víctima en un doble sentido porque se cuentan tanto a los que han muerto por la guerra como a los pequeños que caen en las redes de los narcotraficantes que los convierten en sicarios y carne de cañón.

Ya en 2014 se hablaba de 20,000 niños huérfanos, cuyos padres cayeron a manos de las redes del narcotráfico y cuyo futuro, a falta de políticas públicas bien diseñadas, es incierto. Pequeños que no han conocido otra vida más que la violencia y cuyo último y firme recuerdo es el asesinato de sus padres. Al quedarse solos se vuelven presa fácil del crimen organizado: redes de trata, de tráfico sexual o como sicarios del narco.

También entonces, se calculaba que unos 50,000 menores habrían sido reclutados por los distintos grupos de narcotraficantes, usándolos como sicarios, halcones o para transportar la droga.

Marcos Miguel era su nombre, un bebe de 7 meses de edad muerto en Pinotepa Nacional, México. La víctima más joven de esta violencia sin sentido que tiene a México contra las cuerdas. Las balas les arrancaron una vida que apenas comenzaba. Marcos Miguel es, tristemente, uno más en la lista no oficial de niños víctimas del crimen organizado.

El problema principal radica en la falta de cifras oficiales, sólo se cuenta con información de organizaciones civiles y del seguimiento en prensa que han hecho algunos periodistas. Esta falta de interés del gobierno mexicano por dar seguimiento a este asunto en particular sólo puede dimensionarse si se ve hacia el futuro: estos niños hoy convertidos en sicarios, representan una generación perdida. Niños que serán jóvenes (los que logren sobrevivir) enrolados en la delincuencia y la violencia porque no conocen otra forma de vivir, porque el Estado no ha hecho su labor de reconstruir el tejido social y proporcionarles una esperanza para escapar.

La foto de Marcos Miguel Pano, sangrando por su cabecita y espalda, tirado boca abajo como acurrucado junto a su padre, deberían ayudarnos a remover la apatía en la que parece estar sumido nuestro país ante la violencia extrema que vivimos. Debe servir para obligarnos a abrir los ojos y exigir que se termine la muerte inocente, obligarnos a dejar de pensar que "mientras no me pase a mi" todo está bien, porque un día, tal vez, nos pase a nosotros.

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