No sé cómo anden ustedes. Yo sigo aturdida. Y no tanto por los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos ni por los alardeos triunfalistas de Donald Trump y sus seguidores (creo que de eso hemos tenido demasiado desde el comienzo de las campañas o incluso antes) sino por los lamentos de los demócratas y sus partidarios, sobre todo aquellos que, en vez de detenerse a hacer una autocrítica necesaria y sana, parecen no ir más lejos que el tan cantado argumento de la sociedad dividida: dos sociedades, dos países, dos Estados Unidos, los buenos-los malos, los progresistas-los retrógradas. . .

La antítesis es un recurso que se usa y se abusa en política ya que ofrece un rápido aprendizaje: el mismo Trump lo usó hasta el cansancio y, bueno, también aquí nuestros políticos son muy dados a polarizar. El problema con empeñamos en sociedades divididas es que se corre el riesgo de pasar por alto los matices. . . y la repetición de este tipo de mensajes no hace sino dividir más.

En su discurso de concesión de ayer, miércoles, Hillary Clinton se refirió a una sociedad “mucho más dividida de lo esperado”, si bien aceptó el resultado e invitó a mirar hacia el futuro. Estarán de acuerdo conmigo en que el punto más alto de su mensaje se logró con la siguiente línea: “Es doloroso, pero nunca dejemos de creer que luchar por lo correcto vale la pena”. Muy celebrada frase, aunque no sé si más que aquella otra en la que la referencia fue a las mujeres: “Aún no destruimos el techo de cristal,  pero pronto alguien lo hará”.

Quiero dejar claro que su mensaje hacia las niñas y las jóvenes de su país a nunca dudar sobre su propio valor ni sobre el merecimiento de oportunidades “para perseguir y alcanzar sus sueños” me pareció un cierre poderoso y magnífico. No lo discuto: es muy válido, más no así sugerir que fue su género y no otros factores los que interfirieron para que triunfara en la elección. Al aludir al sexismo, a la misoginia, al racismo o al clasismo por parte de los “votantes blancos”, por más que haya tenido peso, nos hacen pensar que les es más fácil buscar culpables que mirarse en un espejo, tal y como lo sugirió Lee Fang, entrevistado ayer en el programa Democracy now.

Para él, es muy peligroso tildar a los votantes de Trump de “racistas y sexistas” pues esos mismos votantes fueron los que mostraron su apoyo a Barack Obama hace ocho años cuando igualmente enfrentaban una situación de incertidumbre y de carencia. En sus palabras, Trump siempre fue el moderado entre los aspirantes republicanos; como ejemplos: sus propuestas económicas y en materia de salud y seguridad social, así cómo la renegociación de acuerdos internacionales.

Quién sabe. Al final, por más populismo y “buenas intenciones” en este campo, los negocios son negocios. Y no será raro que la industria se salga con la suya a la hora de regular y desregularizar. Ya la propuesta de disminuir los impuesto a las corporaciones, con el fin de estimular el crecimiento económico y  generar empleos, fue realizada en tiempos de Ronald Reagan (Reaganomics) y no resultó en grandeza. En cuanto a la seguridad social, por más promesas, se vislumbran recortes.

Pero, todo ello, por más previsible, no deja de ser especulación, deliberación, pronóstico

En estos días le pregunté a los amigos y contactos que viven en Estados Unidos, la mayoría inmigrantes nacionalizados o hijos de inmigrantes provenientes de distintas partes del mundo, por quién habían votado y por qué. La gran mayoría me respondió que por Hillary, algunos convencidos, otros sin entusiasmo (tal y como los describió Michael Moore), otros por oposición: en contra de la misoginia, en contra del odio, por ser el mal menor, con tal de que no gane Trump, todos menos Trump, etc. Los que votaron por Trump fueron, por mucho, más concretos: frenar inmigración siria y fortalecer al ejército, porque dice lo que todos decimos, pensamos y sentimos en el día con día, porque es frontal y no se mueve en lo oscurito como “otras”, porque sus pecados son menores a los de Hillary.

En lo que se averigua, tal parece que a México ya nos pasó a amolar mucho antes de que se ejecuten las tan cantadas y temidas deportaciones masivas o la construcción del muro o la intercepción de remesas. . . Tanta cosa se ha dicho que ya no hallamos ni qué creer. El caso es que, para pronto, lo que sí atestiguamos fue la devaluación del peso y ya con eso bastó para que cundiera el pánico. Un amigo que trabaja en una automotriz japonesa está preocupado por cómo se elevará el costo de las autopartes: todo es importación. Les preocupan sus negocios, les preocupan los valores, les preocupa el mundo. Así, de ese tamaño. Les inquieta y asusta que un hombre autoritario y veleidoso que se ha manifestado abiertamente por el exterminio de los terroristas y sus familias, por ejercer la tortura y la violencia por causas políticas, por obviar los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, sea quien controle su país.

No sabemos hasta dónde.

Lo que sí sabemos es que la campaña de Hillary careció de sustancia. Le apostó a una crítica sofisticada, a los clichés y lugares comunes, a la constante recordación de su trayectoria y sus méritos, a condenar en Trump aquello que, por otra parte, le generaba a él más simpatías y mayor notoriedad: las malas palabras, las burlas, los insultos. . . Buena parte de los ataques consistieron en eso: en exhibirlo y, por otra parte, en enlistarnos todos sus logros (los de ella), en vez de explotar una conexión más próxima e íntima con sus votantes potenciales. La vimos distante y ajena. Quizá uno valore esa distancia y esa mesura, y le demos prioridad a la experiencia y a la sensatez por encima de la demagogia y la bravuconería y “decir las cosas como son”, sin embargo, en los hechos y con los grandes públcios eso no funcionó.

No dudo que el sexismo haya interferido en la elección de Hillary, pero tampoco creo que haya sido el elemento de mayor peso. ¿Por qué no pensar que operaron en su contra sus propios actos de corrupción, sus alianzas con las corporaciones, sus mensajes cuidados y sin la empatía o la viveza que sí advertimos en Sanders, su yo-yo, el absurdo enriquecimiento de su fundación?

Por eso es que me muestro escéptica ante las lecturas así de simples y binarias, mucho menos cuando provienen de nuestra clase intelectual. Por ahí leí un tweet de uno de nuestros máximos historiadores que volvía a referirse a Trump como el triunfo del mal y cómo los buenos teníamos que seguir adelante, o algo así. Aun cuando haya motivos para comparar al próximo Presidente de Estados Unidos con los dictadores más terribles, podrían detenerse a analizar, a estudiar, a comprender a esos votantes a quienes Trump dio voz.

El martes por la noche en Fox News, entre los pocos canales en que en verdad había fiesta, algunos de los comentaristas se quejaban por cómo los otros medios se habían dedicado a ridiculizar y despreciar a los seguidores de Trump. Por supuesto también enumeraron los términos con que esos medios habían descrito a Trump: payaso, bufón, monstruo. . . Y los demás que hemos leído en muchos otros lados: narcisista, enfermo de poder, ignorante, candidato de talk show, candidato de tabloide (ése es mío, jaja), lunático, psicópata, el de risa loca, el ajeno a la política y ajeno a la milicia, el que, de ganar, sería (será) el que arrancara la presidencia con la mayor edad, el anaranjado, el infinitamente caricaturizado, el troll, el bully, el ganoso, el impaciente, el manotas, el ridículo, el que nadie tomaba en serio, el impopular, el predecible, el vencible, el imposible. . .

Ajá.

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