¿En cuántos casos el primer acoso fue además un primer abuso?

Amenazas, condicionamientos, acciones exhibicionistas, tocamientos, dar/pedir besos, caricias, violación, abuso sistemático, obligar a las víctimas a guardar silencio, escabullirse en sus camas, meterles mano, forzarlas a mirar/imitar contenidos sexuales, fotografiarlas...

Durante la marcha del domingo pasado #VivasNosQueremos me encontré con varios amigos y amigas que habían estado leyendo el hashtag #MiPrimerAcoso (que inició la activista y columnista colombiana Catalina Ruiz-Navarro), mismo que, hasta ese momento, había alcanzado miles de tweets, en los que sobre todo mujeres compartían experiencias de abuso/acoso. Fue una reaccion en cadena que me atrevo a describir con los siguientes adjetivos: catártica, dignificante, solidaria... a la manera de Yo soy Espartaco. Sí, en Facebook la consigna también hizo eco, pero nunca como en Twitter. Una de las mujeres que entrevisté me dijo que no compartió su experiencia de acoso en Facebook porque, como ahí tiene a toda su familia, le iban a echar montón.

Seguí entrevistando gente, amigos, conocidos, quien me diera la oportunidad. Y los comentarios que recibía, a propósito de los tweets leídos, iban del extrañamiento al enojo. De verdad, ninguno de ellos cuestionó un solo testimonio. Por el contrario, los hicieron pensar, los conmovieron, los sacudieron, los demolieron, los llevaron a sentirse empáticos, los consideraron muestras de valentía que a la vez exhibía una suerte de “cobardía social”.

Padres, padrastros, primos, hermanos, hermanastros, abuelos tíos, cuñados, concuños, profesores, sacerdotes, psicoanalistas, choferes, prefectos, amigos de la familia, mejores amigos de la familia. . . Cuántos de estos casos contaron con el consiguiente silencio, con la complicidad, con la vista gorda, la llamada “conspiración del silencio”. Son cosas de las que mejor no se habla, ya sea por la vergüenza o la normalización de las mismas o, sencillamente, porque no se les recuerda: “No recuerdo #MiPrimerAcoso”, así arranca un tweet escrito por Estefanía Vela, quien, inspirada por tantas mujeres, inspiró a su vez a muchas más con el espléndido texto (a corazón abierto y, como siempre, pleno de lucidez) en el que explicaba por qué sí acudiría a la marcha del pasado 24: 

Como el primer acoso, el primer abuso no siempre se recuerda. En edades así de tempranas, acaso el acoso se sepulta, se archiva. “Hay casos en los que el recuerdo se dispara varias décadas después”, me contó alguna vez Jeannette Pai, directiva de la Fundación National Crittenton (que lucha por el empoderamiento de mujeres víctimas de abuso): “La memoria se altera. Hay registros, esparcidos, de colores, sonidos, olores. . .”

La magdalena de Proust.

Yo volví a mi episodio de acoso/abuso algunas décadas después, mientras estaba íntimamente con un novio. Algo en la música, algo en el tapiz de las paredes, me transportó a otro lugar: la casa de mis abuelos. Y, en lo que parecía la cúspide, me arranqué a llorar. Mi pobre novio me veía con cara de “¿Pero por qué ahora, por qué aquí, por qué conmigo?”, y fue un episodio difícil de superar.

Como cada vez me sentía más deprimida y quienes me rodeaban o no tenían vela en el entierro o no entendían ni jota, me lancé a hacerla de mi propio detective y a recabar incómodos testimonios. Lo primero que encontré fue que el episodio nebuloso había tenido lugar a mis cinco años (no a mis ocho, como según yo recordaba) y el lugar de los hechos no había sido la casa de mis abuelos sino el baño de un balneario en Cuernavaca.

Alguien vio cómo este señor me tomó de la mano. Alguien lo vio salir a él. Alguien más vio con qué cara salí yo. Hubo preguntas que no recuerdo. Acusaciones, que tampoco recuerdo o en las no participé. Hubo un “a punto de irse a los golpes” y “casi lo mato”, pero al final, dicen, sólo hubo argumentos y carpetazo: “Hay niños muy imaginativos y precoces” y, como dice la canción, “así pasaron muchas, muchas horas”. Casi tres décadas, de hecho.

Y creo que muchos de los que pasamos por esos episodios hemos tenido que enfrentar, además, la ignorancia, la torpeza, la imprudencia, la mala leche por parte de quienes nos rodean y medio nos quieren, según. “Ay, la típica historia de la niña violada en el campamento”, me dijo otro ex novio alguna vez.

Mi primer episodio de acoso en el medio literario, es decir, un momento penoso e insultante, fue en el “estudio” de un editor con quien me habían recomendado ponerme en contacto. Llevaba conmigo mis poemas y los empecé a leer. Algunos de ellos hacían mención a partes del cuerpo, algunos eran eróticos, no todos. Pero, cuando vine a ver, el señor se había bajado el cierre y sacado el miembro y me pedía que se lo besara. De golpe, no creí lo que estaba pasando. Negué con la cabeza y él insistió en que, por lo menos, lo viera. Ya sé, ahora que lo cuento hasta me hace un poco de gracia, pero en ese momento sólo sentí coraje y repulsión y, literalmente, salí por pies y asqueada. Además, estaba embarazada de tres meses.

El caso es que al compartírselo a uno de mis compañeros su respuesta fue que por qué tanto escándalo si ya no me cocía “al primer hervor”. Sí, creo que muchas y muchos nos hemos topado con esa reacción. Más recientemente me encontré con un ejecutivo de un canal de TV y le dije que estaba buscando alguna oportunidad de colaborar, que adónde podía mandarle mi CV y lo de siempre. Como no me respondía, le insistí y me citó en su “estudio” para hablar sobre posibilidades de trabajar con él. Todo fue una farsa. Otra vez hizo su movida y cuando me quejé con otro amigo su respuesta fue: “Dale chance, está haciendo su luchita”.

Qué luchita ni qué nada. Las cosas por su nombre. Es juego sucio, ataque en despoblado, vil ofensiva, y con esa actitud sobrada de: “Yo tengo algo que tú necesitas” y “Si tú no cedes, alguien más lo hará: tengo una fila”.

En sus tweets, activistas como Suhayla Bazbaz y Valeria Hamel lamentaban, de alguna forma, que los episodios de acoso no se quedaran en una primera vez, sino que les siguiera un segundo, un tercero. . . El acoso interminable. El acoso nuestro de cada día. Cómo se esconde o se le llama de otra forma. Cómo no se le toma en serio o lo dejamos pasar. Recuerdo cuando me entrevisté con el director de una escuela para cursar un diplomado y, de la nada, me pidió que me levantara a ver un cuadro que estaba colgado a sus espaldas. Ni al caso. Después me enteré de que era el viejo truco del viejo para mirarle las pompas a las aspirantes. Wow.

Las reacciones ante #MiPrimerAcoso fueron tales que también los hombres le entraron y no me refiero a cómo ellos habían sido objetos de acoso sino como sujetos: algo así como “la primera vez que acosé”. Hubo de todo. A otros les sigue ofendiendo la marcha, el tema, el hashtag. Insisten en que lo único que se obtiene de todo ello es criminalizar a los hombres, incluso a los niños. Pero, como bien lo ha dicho Daniel Moreno, son cosas muy distintas. El respeto hacia la mujer, su derecho a caminar libremente sin ser acosada o violentada, no están peleados con hombres que, de alguna forma, también han sido acosados. El señalamiento es hacia las acciones invasivas, excesivas, abusivas, per se, y no una generalización aun cuando en la gran mayoría de los casos quienes cometen estos actos sean hombres. No todos, no siempre. Lo que se invita es a observar, con vistas a estar alerta y lograr erradicar son estas transgresiones y omisiones.

Más de un hombre y más de una mujer me comentaron que les había parecido demasiado que, a la hora de ordenar los contingentes, se le diera prioridad a las mujeres o a los integrados por las mismas. Yo lo que vi y lo que viví fue un movimiento orgánico, con todas las partes que lo integraron y cada individualidad. Infinidad de mujeres, pero también muchísimos hombres.

Aquí entre nos, una vez que terminó la marcha, hice tiempo con unos amigos en un café. Un par de horas después, preferí volver sola al punto de partida y, aunque ya la marcha se había dispersado, me sentí suficientemente acompañada por ese calor y esos bríos que tiempo antes había experimentado.

Gracias a Catalina y a Estefanía.

A Valeria y a Suhayla.

A Elisa Alanís. Andrea Noel. Alicia Alarcón. Brenda Lozano. Alma Delia Murillo. Claudia Ramos. Gabriela Warkentin. Eva Sander. Lula Morales. Sandra Lorenzano. Adriana Bernal. Lydiette Carrión. Carmen Saavedra. Laura Emilia Pacheco. Y las que por ahora olvidé.

A las miles y los miles que participaron y nos inspiraron a pisar las calles nuevamente.

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