Por Isis M. García Martínez

Lo que Darwin llama selección natural, yo lo llamo el embudo. La lección se aprende aunque no se quiera y hay ejemplos en todas partes. Desde el niño que te quitaba la torta, hasta el sistema de educación. De cada cien niños que entraron a la primaria, sólo 21 estudiarán la licenciatura; y si existe la justicia, el infante robatortas no es uno de ellos.

Bajo esas reglas me jugaba la vida cuando llegué a esa incómoda etapa en que los trámites se vuelven sombra. Decidí sacar el pasaporte para meter una beca escolar. Hice mi cita previamente en internet en la sucursal de Tlatelolco, justo el día en que mi alarma decidió traicionarme. El policía me dijo que regresara en otra ocasión y no manifestó el mínimo interés por mi historia del celular conspirador.

Camino a la Secretaría de Relaciones Exteriores, encontré combis vestidas de estudios fotográficos, tiendas de fotocopiadoras, y plumas de 3 pesos disfrazadas de a 5. Miré con envidia a seres aptos que llegaron a tiempo y pasaron el primer filtro. Con el acta de nacimiento entre las patas me regresé a mi casa.

Con la primera decepción y el rechazo a mi solicitud de intercambio (¿necesito explicar lo del embudo?) pasó un largo rato para que lo intentara de nuevo. Decidí intentarlo otra vez, “por si algún día se ofrece”.

Para variar, hice mi cita en la delegación Gustavo A. Madero, llegué con algunos minutos de anticipación. Una mujer me pidió mi acta de nacimiento, que era una de esas verdes viejas, estaba doblada por la mitad y en el borde ligeramente rota, cinco milímetros separaban una mitad de la otra. “No te la puedo aceptar”. Apenas salí de las oficinas, sin importarme la vista de la Basílica, di rienda suelta al florido vocabulario que aprendí cuando se divorciaron mis padres.

La tercera vez, intenté sacar el pasaporte por tratar de recuperar un poco de la dignidad perdida. Decidí hacer un cambio radical, del norte al sur de la ciudad. Villa Olímpica, Tlalpan. Salí de mi casa con la suficiente anticipación, un acta nueva con su sello dorado y sin doblar. Un policía recibió mis papeles y cuando vio el formulario de pago, me dijo que debía haberlo pagado con anticipación, pero ¡en Tlatelolco había cajas! “Pues aquí no”. ¿No dicen que la tercera vez es la vencida?

El cuarto intento hice mi cita en la delegación Benito Juárez. Con el recibo del banco, el acta nueva, el IFE y la pluma negra, entré a la secretaría. Esperando lo mejor, pero preparado para lo peor. Otra vez.

Las oficinas están dentro de una plaza, Centro Armand. Cuando bajé del elevador, me encontré con una multitud queriendo entrar. Ahí estaban todos los que habían llegado tarde, con historias un poco más elegantes que la del despertador maldito. Erguí el pecho y me abrí paso entre la multitud. Aún faltan 10 minutos para mi cita, anuncié. La señorita me dejó pasar.

Revisaron mis documentos. Sentí un profundo alivio cuando por fin me dijeron “pase a la ventanilla B”. Me dieron unos formatos para llenar, los leí cuidadosamente para no arruinar nada, porque el señor que estaba a mi lado sufrió una equivocación y le costó una larga discusión con la señora que repartía los formularios.

No hay tiempo de espera estimado, es cosa de azar. Personas que entraron después de mí a una sala, pasaron antes a la siguiente y cuando yo me fui, dejé ahí a muchos de los que ya estaban.

Había mesitas para niños, aun así algunos gritaban impacientes mientras las madres trataban de calmarlos. Los demás estábamos pasmados en las sillas, algunos traían libros, otros iban acompañados, yo estaba haciendo promesas sobre lo bueno que sería el próximo año si podía sacar mi pasaporte, y los restantes permanecían casi inertes, con la mirada perdida, me preguntaba si alguno estaría planeando un atentado cuando una voz gritó mis apellidos para que me tomara la foto.

Cuando entré a la última sala, donde entregan los pasaportes, un hombre le reclamaba a una señora porque llevaba dos horas ahí e iba a llegar tarde a su trabajo. Otro hombre desesperado sacó su iPad, el policía le advirtió que la guardara pero el hombre se negó. “Tengo que aprovechar mi tiempo, estoy leyendo un PDF”. Ninguna de las dos discusiones terminó antes de que yo saliera.

Finalmente, con el pasaporte entre las manos, poco me importó que la foto fuera más parecida a la credencial del IFE que a la del perfil de Facebook. Guardé celosamente el papel en mi mochila y todo el camino tuve paranoia de que me asaltaran.

Saliendo del edificio aún había seres no aptos discutiendo. Cuestionarás las veces que me equivoqué, pero a mí me bastó con cuatro intentos, ¿cuántos años crees qué se tardaron las especies en evolucionar?

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Isis M. García Martínez, Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. 
  ponteyolo@gmail.com

Ilustrador. Elihu Shark-o Galaviz

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