Como péndulo. Nuestras narrativas vuelan de un lado al otro. Un día los relatos hablan del ascenso del populismo de derecha, las olas antiinmigrantes, los ánimos antiglobalizadores, anti-libre-comercio, anti Unión Europea o mecanismos similares de integración. Al otro día, como si una mágica ráfaga de viento hubiese dramáticamente alterado todas las corrientes previas, la conversación cambia de rumbo. Un par de signos, solo unas pocas señales, unos destellos, y todo, en nuestros relatos, ahora parece diferente. La extrema derecha gana menos escaños que los esperados en las elecciones en Holanda (Países Bajos es el nombre correcto de ese país) y se desploma en las encuestas de opinión en Alemania. A pesar de su segundo lugar, Le Pen muestra un desempeño inferior al esperado hace un par de meses. Trump cae en sus niveles de popularidad (en marzo, aunque repunta en abril). Y así, de pronto, creernos que estamos en otro universo. Pero no, no es otro universo. Se entiende que algunos de los últimos eventos cambien la conversación, por lo que hay que analizar las causas. Pero del mismo modo, hay que seguir estudiando los factores subyacentes que han propiciado el ascenso de los nacionalismos y populismos, sin sobredimensionarlos, pero tampoco evadiéndolos.

¿Qué detona la nueva narrativa?

El primer ministro neerlandés Mark Rutte, lo puso de este modo: En cuanto a la supervivencia de la Unión Europea (UE), las elecciones de Países Bajos eran como unos cuartos de final; las elecciones en Francia serían las semifinales y las elecciones en Alemania, la final. Si esto es correcto, este es el panorama:

1. La semifinal holandesa habría sido ganada por las corrientes pro-Unión Europea. En realidad, el partido en el poder perdió 8 escaños y el partido de extrema derecha con Wilders a la cabeza ganó 5 escaños. Sin embargo, debido a que Wilders consiguió menos escaños que los esperados, sobre todo considerando que hace solo unos meses llegó a estar empatado en las encuestas con Rutte, la sensación que prevaleció tras las elecciones en ese país es que la extrema derecha había sufrido un duro golpe.

2. Le Pen en Francia gana un nada despreciable segundo lugar y, por tanto, competirá en la segunda vuelta electoral. Sin embargo (a) el 21.5% de votos que obtiene es inferior al 25% que las encuestas le estuvieron dando de manera constante a lo largo de la campaña hasta hace pocas semanas, lo que en realidad se percibe como una caída en su desempeño, y (b) sus probabilidades de salir victoriosa en la segunda vuelta son muy bajas.

3. Si nos vamos al asunto de la “final” alemana, podemos observar que a partir del mes de enero la extrema derecha se ha venido desplomando. Actualmente las encuestas le dan un 9-11% de las preferencias.

4. A lo anterior hay que añadir que ya en el poder, la gestión de Donald Trump ha dejado mucho que desear para un importante sector de quienes lo eligieron, y que, a pesar de que en las últimas semanas su nivel de aprobación repuntó, no repuntó entre sus seguidores más duros, sino en otros sectores que aprueban sus más recientes movimientos en política exterior como el ataque a Siria. De hecho, hace solo unas semanas, el presidente llegó a presentar niveles de aprobación muy bajos (37%) para llevar tan poco tiempo en la silla. En palabras simples: sabemos que Trump cuenta con un sector de la población que de entrada tiende a desaprobarle, pero hay también una parte de sus seguidores duros (y de sus admiradores en otras partes del mundo) que se siente desilusionada de él.

¿Razones del desencanto?

El aparente techo en el crecimiento de las extremas derechas europeas puede tener varias causas. Menciono solo algunas hipótesis:

1. El proceso de Brexit ha sido bastante más ríspido de lo que muchos electores esperaban. Ha tomado meses siquiera idear la fórmula que resulte menos dañina para RU. Apenas hace unas semanas se anunció de manera oficial la intención de Londres de abandonar la UE, proceso que tomará un par de años. Pero ya un importante número de electores se ha dado cuenta que las cosas se ven más simples en los discursos y los spots políticos que en las realidades. Así que podríamos pensar que un sector blando del electorado anti-europeísta en otros países del continente, ha estado reevaluando sus apoyos.

2. De igual modo, el mundo entero ha estado mirando muy de cerca lo sucedido en Estados Unidos. No porque Trump sea un clon de los políticos de la extrema derecha europea, pero sí porque algunas de sus ideas y propuestas se asemejan a las de dichos políticos. Ya en el poder, Trump ha sido percibido como ineficaz en el cumplimiento de algunas propuestas de campaña como el cierre de fronteras a los musulmanes o el financiamiento del muro prometido. Incluso hay desencanto entre quienes piensan que está abandonando la idea de “America First”, que ha sido incapaz de mantenerse al margen de Siria, que ha decidido desafiar a Rusia y que, en cambio, se ha mostrado más amigable con China, la villana de su campaña.

3. Paralelamente, algunos candidatos del centro o de la derecha moderada europea, han sabido recoger y hacer suyas algunas de las propuestas de las extremas derechas robándoles mercado. Esto es muy claro en cuanto a la promesa de fortalecer las fronteras y endurecer las políticas de inmigración. Este factor, tanto en el caso holandés como en Francia, pudo haber restado puntos a la extrema derecha a favor de las derechas más moderadas. En el caso francés, ello no fue suficiente para que Fillon pasara a la segunda vuelta, pero sí parece haberle dado un repunte en las semanas previas a la elección.

4. Por último, podríamos ya hablar de una especie de revuelta o regreso de un amplio sector del electorado europeo que sí se identifica con la globalidad, con la diversidad y con la necesidad de tener una Unión Europea sólida. Se trata de un electorado mayormente urbano y joven, como se puede encontrar en capitales como Londres, el cual se ha percatado de la necesidad de participar de manera activa para rescatar lo que percibe como valores de su generación.

Pero los factores estructurales persisten…

Sin embargo, no todo ha cambiado. Los factores que han propiciado el ascenso de las corrientes de extrema derecha en Europa, el Brexit en RU o la victoria de Trump en EU, siguen todos ahí. Utilizo un texto previo para resumir esos factores a partir de tres vertientes distintas, pero íntimamente relacionadas.

1. Primero, la vertiente económica. No se necesita conocer demasiado para detectar que, a medida que la crisis del 2008 fue golpeando el empleo y el bienestar de las clases medias en países como España, Italia o Grecia, el sentimiento anti-europeísta fue aumentando y con ello, el respaldo a movimientos que proponen la salida de sus países de la UE. Pero hay que ir más allá puesto que el tema no se limita a Europa. Desde la desocupación juvenil en el mundo árabe –que, junto con otros factores, en 2011 termina por producir una ola de manifestaciones y revueltas en 18 países de la región- hasta el desencanto de los trabajadores en estados como Ohio o Michigan, estamos y seguimos ante una crisis honda y de largo plazo en el sistema capitalista financiero global. Un sistema que ha sido incapaz de incluir a determinados sectores golpeados por la segmentación transnacional de los procesos productivos –que ocasiona que las fases de producción se trasladen de país a país, a conveniencia-, o afectados por los avances tecnológicos que reducen la necesidad de mano de obra (Mead, 2016). Esto no explica la totalidad del aumento del respaldo hacia movimientos populistas, pero sí una parte, sobre todo si consideramos la capacidad de determinados líderes para canalizar el descontento que las circunstancias económicas generan y elaborar un discurso convincente de mensajes y “soluciones” simples para resolver ese abandono percibido por parte de ciertos estratos de la población.

2. Segundo, la vertiente del miedo y la seguridad. No es casual que, ante el aumento del terrorismo en los últimos años, de acuerdo con encuestas del verano pasado, entre los republicanos había un número mucho más amplio de gente ansiosa por la posibilidad de ataques terroristas que entre demócratas. Y de todas esas personas, quienes más se sentían vulnerables eran quienes decían que votarían por Trump; 96% de esos electores consideraba que era probable (algo o mucho) que próximamente ocurriría un atentado terrorista, comparado con un 64% de quienes indicaban que votarían por Clinton (Quinnipiac U., 2016). Pero esto, nuevamente, es más profundo. De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo (2016), uno de los motores fundamentales del crecimiento de esta clase de violencia en el mundo es la inestabilidad en sitios como Siria, Irak o Afganistán. Esos tres países son, y tampoco es casual, los primeros expulsores de refugiados que han intentado llegar a Europa en los últimos años. Así que, sumando piezas, otra parte del aumento del apoyo a movimientos nacionalistas o populistas, se relaciona no solo con el ascenso del sentimiento de vulnerabilidad de las fronteras y de la seguridad individual o familiar, sino, una vez más, con discursos de mensajes sencillos, que proponen respuestas rápidas y poco complejas pero atractivas para atender ese miedo y esa percepción de fragilidad: “bombardear a ISIS hasta el infierno”, “cerrar las fronteras ante los riesgos”. Si además de ello conectamos estas nociones con el tema económico arriba señalado, tenemos entonces un discurso doblemente seductor: los extranjeros no solo vulneran nuestra seguridad, también se roban nuestros puestos de trabajo; por tanto, basta solo cerrarles el paso, y se resuelven ambos problemas de un solo golpe.

Al final, el atentado terrorista del pasado jueves en Francia no parece haber tenido impacto en las preferencias electorales hacia Le Pen. Muy probablemente, esa candidata había ya tocado su techo. En todo caso, quizás, el candidato derechista Fillon pudo haberse beneficiado algo tras el atentado reivindicado por ISIS, pues su desempeño de 20% fue ligeramente superior al que se esperaba hace unos días. Sin embargo, lo que es un hecho, es que el terrorismo sigue en ascenso y sus efectos psicológicos están muy lejos de haber terminado. Esa tendencia va a seguir empujando las preferencias por las extremas derechas en el futuro.

3. Tercero, la vertiente política, ampliamente vinculada con las otras dos: el desprestigio, la falta de credibilidad en las clases políticas tradicionales en todo tipo de países, ya sea por la percepción de que son corruptas, o francamente ineficaces para resolver los problemas de nuestra era. Hoy, solo se necesita convencer al electorado de que se es un candidato externo al sistema, o un candidato “ciudadano” –usando la palabra “ciudadano” para distinguirse, separarse de los “políticos”- libre de los vicios y los males que caracterizan a nuestros típicos gobernantes de todas las corrientes, para automáticamente generar bonos de credibilidad, los cuales combinados con propuestas de transparencia, eficacia económica, social, legislativa y/o de seguridad, producen un importante potencial de éxito.

Los resultados en Francia incluyen algunos de esos elementos, pero de manera entretejida con los factores que señalo más arriba, los cuales pueden haber ocasionado que la extrema derecha no haya sido capaz de atravesar su techo.

Así, lo que estamos observando en el 2017 –en los cuartos de final holandeses, la semifinal francesa y probablemente veremos en la final alemana- puede ser entendido como una especie de respiro o pausa en el ascenso de los populismos y nacionalismos, pero que debiera servir para que los sectores más tradicionales de la política mediten a fondo sobre esos factores subyacentes y repiensen con seriedad el rol que van a jugar en las décadas que siguen.

Twitter: @maurimm

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