Por Manuel Bayo Gisbert*

Y este asunto sigue dando de qué hablar. En la segunda charla sobre las obras de la Bienal las cosas se le salieron de control al Centro de la Imagen: Lizeth Arauz, la invitada de esta semana, se reveló ante el discurso de los organizadores de la Bienal, y pregonó la verdad y solo la verdad. Su participación contrastó con la de Irving Domínguez, curador del concurso, que hizo intervenciones realmente penosas a lo largo de la noche.

Arauz dijo entre otras cosas: “La imagen se teoriza y por eso, se valida. Puedo argumentar esto y lo otro y por ello doy cabida a cualquier posibilidad”. “Con sus discursos teóricos los artistas se convierten en meros mercaderes de sus pataletas”. “Se recuerdan las obras que nos comunican algo de manera directa”.

Yo no daba crédito a lo que escuchaba. El jurado invitó a alguien que puso en absoluta evidencia la farsa que se ha vivido estos últimos meses, y de la que ellos mismos eran partícipes. Por su lado, la habilidosa defensa de Domínguez consistió en insistir en todo lo que De la Garza dijo la semana pasada: justificar el tipo de obras presentadas con un “lo hizo un artista en los 60, ¿por qué nosotros no?”

Su punto más bajo fue cuando un miembro del público le hizo una pregunta a los artistas e Iirving contestó; justificó porque se podía o no hacer tal o cual cosa; y cuando no quedaban más cabos sueltos (pues al parecer no confía en la inteligencia de los artistas) preguntó descaradamente: “¿Les gustaría agregar algo?” Claro, ya no había que decir.

El staff del centro entró en pánico. No supo cómo reaccionar al ataque de un invitado; a un miembro de la mesa de debate que le dio al público las herramientas para hacer las preguntas pertinentes para desarmar por completo los escuálidos argumentos del jurado. Tuvieron que recurrir, como en un círculo vicioso, a lo que Arauz acaba de criticar y que se amoldaba perfectamente a la opinión pública.

Los seleccionados también tuvieron su momento de brillar. Siendo franco, se vio una gran diferencia entre la actitud cínica percibida la semana pasada y la atmósfera suave que ayer se vivió.

Primero, Pavka Segura explicó su obra, y aunque esto no cuajó del todo, se limitó a describir su proceso creativo y dejó a su creación hablar por sí misma. Después Pablo Navajas justificó una de las mejores piezas de la Bienal con sólo explicar los materiales que usó y diciendo que “no intenta ir contra lo compositivo”; Karla Rivers dio un comentario igual de pobre que su obra, y es que, como remarcó Lizeth Arauz, “…se repite y hace ruido que no permite que su obra sea leída”; Marmolejo mencionó a propósito de su producto que “la cuestión formal no era importante” y supo dar testimonio de porque esto era cierto en su caso; el discurso de Gerardo Landa se sintió fuera de lugar, dado que habló de datos numéricos que parecían tener relación con su ejercicio artístico, pero que en el fondo sólo eran un cuento mareador que implícitamente él reconoció como tal.

De aquí se debería partir; de aquí deberíamos construir una nueva faceta de este certamen, una realmente inclusiva y con argumentos fuertes, con valor, que no estén basados en casos aislados del pasado.

Esta segunda presentación de autores despunta como un haz de luz en una Bienal plagada de oscuridad.

Manuel Bayo Gisbert*

Estudiante de Comunicación en la Universidad Panamericana.

Aspirante a cineasta y fotógrafo. Nació en CDMX en 1997.

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