En algún momento del primer episodio de Narcos -la nueva serie de Netflix sobre el encumbramiento y caída del legendario narcotraficante Pablo Escobar Gaviria- un convoy es detenido en una carretera por militares que exigen se revele el contenido que transportan. Escobar (Wagner Moura), siempre sereno, baja de uno de los vehículos y les anuncia con orgullo: “Mi nombre es Pablo Escobar Gaviria, y algún día seré presidente de Colombia”. Acto seguido, y luego de revelar que no sólo conoce el nombre de todos y cada uno de los militares del retén, sino también los de sus familiares, les ofrece un trato simple: plata o plomo.

Lo extraordinario, lo inverosímil, lo fantástico, es que todo lo anterior realmente pasó, y como bien se menciona al principio de esta serie, esto te hace pensar que el realismo mágico no podría haber nacido en otra tierra más que en Colombia.

El tema del narcotráfico en las series de televisión no es nada nuevo. El medio, que por sus fueros ha sabido abrirse a temas y situaciones que antes se pensaban “escabrosos”, voltea hacia el fenómeno de la narcocultura para narrar desde diversos puntos de vista la vida y obra de algunos de sus más infames representantes.

En su gran mayoría, estas series  y telenovelas se han acercado al tema desde la simpatía por el diablo, abonando a la admiración alrededor del sueño aspiracional que la figura y violencia del narco evocan: nacer pobre, sí, pero morir narco.

Títulos como La Reina del Sur, El Cartel de los Sapos, Escobar: el patrón del mal, El Señor de los Cielos, y muchas más, contribuyen a la narrativa que hace de los narcotraficantes - o al menos de los estereotipos que les fabrican- figuras dignas de admiración, envidia y respeto.

Narcos no glorifica a Pablo Escobar, narcotraficante y asesino que en su momento pondría en jaque a la DEA, la CIA y al gobierno colombiano, al tiempo que se ganaba la simpatía del pueblo mediante la construcción de viviendas, canchas de basket y demás obras en beneficio de aquellos que lo veían como un auténtico salvador, un Robin Hood, “El Patrón”.

Producida por Netflix para transmitirse por su señal de streaming en internet, creada por Chris Brancato y dirigida en sus dos episodios iniciales por el cineasta José Padilha (Tropa de Elite, Robocop), Narcos es más que un simple recuento sobre la vida de Pablo Escobar, es en realidad la crónica del surgimiento de la cocaína como la gran droga que eventualmente daría inicio a la llamada “guerra contra el narco”.

La diferencia está en el contexto. Narcos no sólo nos vuelve testigos del empoderamiento de Escobar, incluye en su narración datos sobre lo que al tiempo pasaba en Washington, las conexiones con los demás miembros del cartel de Medellín, la situación política de Colombia y de latinoamérica, y demás circunstancias que nos ayudan a entender el fenómeno más allá del personaje.

Con un estilo muy similar al JFK de Oliver Stone, o incluso al Goodfellas de Martin Scorsese, José Padilha dirige los primeros dos capítulos con los recursos propios de un largometraje para cine: edición rápida, planos cerrados, cámara al hombro, insertos de material de archivo, ritmo preciso y una voz en off por parte del agente de la DEA, Steve Murphy (Boyd Holbrook), quien funge como hilo conductor de la historia.

Interpretado por el brasileño Wagner Moura (Tropa de Elite 1 y 2), el Pablo Escobar de esta serie no es un ser envidiable, pero sí fascinante: padre de familia aunque con constantes amoríos extramaritales, siempre apegado “al pueblo”, uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes pero que apenas y usaba un saco color crema o camisas floreadas. “No soy rico, tan sólo soy un pobre con dinero”.

Si bien no puede negar su enfoque “pro yanqui”, la serie se permite hacer ciertas críticas al gobierno de Nixon y Reagan principalmente. Incluso cuestionan su miopía (la amenaza para Reagan no eran los narcos si no los comunistas) y su motivos: ¿Estados Unidos estaba enojado porque le inundaran las calles de droga o por no tener una parte del negocio?

A diferencia de muchas series que pretenden volverse globales haciendo que todos los personajes hablen inglés, en Narcos todos hablan el idioma que deben hablar. La serie cambia constantemente entre el inglés de la narración del agente de la DEA al español, poco logrado y mal entonado de  un Wagner Moura que no puede negar sus raíces brasileñas.

El vértigo con el que se narra la historia, los cortes a material de archivo, y las actuaciones sostenidas de todo el elenco hacen que el espectador se enganche rápidamente por esta serie irremediablemente adictiva, que se debate entre la fascinación por el relato increíble y el pasmo ante el horror de una guerra encarnizada que sigue cobrando víctimas y que no pareciera estar próxima a terminar.

Twitter: @elsalonrojo

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