A menos que el gobierno cambie su política de precios de energía, la inflación se mantendrá alta cuando menos en los dos próximos años. Además de la energía, hay otras razones que hacen improbable que la inflación regrese a niveles cercanos al objetivo oficial de 3%.

Primero, la inflación sólo cayó de 5.1% a 2.3% en el promedio de 2014 a 2015 cuando la inflación en energía se desplomó de 8.4% a 2.5%. Apreciando aun mejor la dinámica que mostró, para diciembre de 2015 la inflación general llegó a la cifra récord de 2.1%, mucho menor que el objetivo del Banco de México de 3%. En ese mismo mes, la inflación anual en energía llegó a 0.1%. Así, en 2015 y contra toda tendencia reciente, prácticamente no aumentaron los precios de la energía.

El contraste con 2017 es claro. En enero de este año los precios de energía saltaron 12.7% sólo en ese mes, como resultado del “gasolinazo”, el cual fue mucho mayor que eso. La inflación medida anualmente no se hizo esperar y saltó a 6.3% a septiembre pasado, después de ir ascendiendo cada mes. La relación es tan simple que no amerita mayor discusión de las estadísticas.

Lo simple reside en el hecho de que las alzas de gasolina son propagadoras de inflación, porque el transporte es principalmente por vía terrestre y ahí se transporta la mayoría de alimentos frescos. Igualmente, y por más que los gobiernos traten de evitar las alzas de transporte público, las alzas llegan a estos medios utilizados diariamente por la población.

En realidad, la moderación de precios de gasolina, diésel y electricidad en 2015 obedeció a la necesidad de dar validación política a la reforma de energía y a lo que sería la liberalización próxima de precios. Para que sea atractivo para el sector privado distribuir la gasolina y además por la pésima infraestructura, los precios deben ser suficientemente amplios. Quienes diseñaron la reforma prometieron precios más bajos, pero olvidaron que éstos dependen de costos y los costos dependen de la eficiencia de la infraestructura.

Una vez pasado este capítulo de la reforma, los aumentos de enero de 2017 nos recordaron que las finanzas públicas dependen mucho del precio de la gasolina. Así, lo más probable es que en 2018 continúen los aumentos, aunque no anunciados como tales, sino a través de los impuestos especiales.

La gasolina no será la única presión inflacionaria en 2018. Está también la depreciación del peso, la cual se volverá a transmitir a los precios de los productos que se importan o que compiten con los importados, incluyendo muchos alimentos. Esa presión obedece a que el mercado ha recalibrado que la renegociación del TLCAN implicará un resultado que sería visto como negativo por el mercado.

Para el tipo de cambio, además, estará el muy probable aumento de tasas de interés en Estados Unidos, ante el continuo aumento de la actividad y del empleo en ese país. Lo sensato es esperar un peso más débil en 2018.

Y los terremotos están causando un encarecimiento de rentas en las ciudades afectadas, sobre todo la Ciudad de México. Siendo un año político, además todas las fuerzas políticas van a proponer aumentos del salario mínimo que pueden ser tan altos como para llevar a muchas empresas a elevar precios. En 2017 esta presión no fue tan clara, pero se podría observar en 2018.

La inflación que llegó al objetivo del Banco de México en años recientes fue una anomalía considerando la estructura de la economía. Hoy predomina la expectativa de que en 2018 reiniciará su regreso al objetivo de 3%, pero eso no es realista y los mercados se tendrán que ajustar.

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