Los últimos movimientos en las relaciones entre países sugieren que la visión global ha seguido dando un giro en el margen que hay para la cooperación. Hasta la crisis de 2008 el supuesto generalmente aceptado era “cooperación internacional para beneficio de todos”. El supuesto que hoy gana creciente aceptación es “tú necesitas crecer menos para que yo pueda crecer más”.

Este es el caso claro con la nueva política comercial estadounidense, en donde ya está definido que la industria de tecnología es la vía que tanto Estados Unidos como China identifican como la más prometedora para el crecimiento futuro.

Y la industria automotriz sigue siendo de gran importancia para el empleo de salarios altos en Estados Unidos y fuente de numerosas innovaciones en materiales, productos y métodos de producción.

Por eso no es accidental que en el caso de la tecnología, Estados Unidos haya seguido imponiendo barreras para la adquisición de tecnología estadounidense por empresas chinas, la más reciente contra la gigante empresa china de equipo de telecomunicación, TZE. Sobre ésta, se impuso la prohibición de vender cualquier producto o insumo a empresas estadounidenses.

Al mismo tiempo, Estados Unidos está reformando la legislación para ampliar las facultades del gobierno en el freno a adquisiciones y fusiones de empresas domésticas por extranjeras y trasferencia de tecnología estadounidense dentro de Estados Unidos y afuera.

En Europa ya es claro que las buenas ideas comunitarias del presidente francés Emmanuel Macron para el fortalecimiento de la integración europea no están logrando el apoyo alemán, a pesar de la intención de su canciller Angela Merkel.

El proyecto de unión bancaria, un seguro de depósito único para la zona euro, un presupuesto común y un ministro de Finanzas para toda la zona euro, son sólo ideas que quedaron atrás y ahora están desfasadas de la nueva realidad.

Las elecciones recientes en Italia y el triunfo de una coalición anti-inmigración y anti-Bruselas también sugiere que en ésta, la tercera economía de la Unión Europea, hay desaliento con los pobres resultados del proyecto comunitario y el gobierno ensayará nuevas fórmulas.

Para nada es un secreto que estas fórmulas son contra las restricciones macroeconómicas que les impone la zona euro y la política de austeridad que hasta ahora dio como resultado la elección de fuerzas políticas anti-sistema.

Esto no es para nada el fin del mundo, pero sí plantea una revisión a fondo de las aspiraciones que cada país puede de manera realista tener en la globalidad y de sus capacidades de adaptación a una nueva realidad y a cobrar conciencia de que no todos los países pueden crecer al mismo tiempo.

Al interior de cada país también planea retos. Los líderes políticos primero tienen que reconocer que ya no tendrá muchos o quizás ningún resultado gastar capital político en proyectos de integración con otros países y adaptarse a una mayor concentración de esfuerzos en sus propios potenciales. La parte más visiblemente afectada para muchos es su agenda de migración y la negociación de ésta enfrenta barreras mucho mayores que las que tuvo hasta hace poco.

El cambio de prioridades en las agendas de gobierno es, ahora, obligado, en especial para países que ya comenzaron a entrar en crisis, como Argentina o Turquía, así como para aquellos que, sin entrar en crisis, no obtendrán el éxito que esperaban en sus gestiones internacionales, como Francia.

Irónicamente, nada de este cambio global cambia la realidad de que cada país tiene que mantener la disciplina económica.

Analista económico. rograo@gmail.com

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